Los hijos de la lluvia de las ranas (15)
Mórrigan había resistido mucho mejor el rechazo a su diferencia gracias a Ranaguay, su único amigo desde que la regresaron a la casa familiar. Le habló de él una chova piquirroja que volaba de pueblo en pueblo para conocer las novedades y contárselas todos los días, cuando la antigua Adela le llevaba a la ventana semillas de cáñamo. Le decía algo de una persona silenciosa, solitaria y muy positiva para el crecimiento de los árboles sobre los que le gustaba tanto posarse.
Un día decidió comprobar ella misma si era posible la existencia de alguien así por los alrededores: tomó el camino del pantano para bordear Almenara -aunque tuviera que caminar más, se ahorraba la posibilidad de ver a alguien-, hasta adentrarse en el bosque de los robles milenarios; allí tomó el camino de las curvas, que terminaba en un pueblo que había sido abandonado hacía ya mucho tiempo. Las casas estaban derruidas, apenas quedaba algún muro sobre sus tobillos. Se trataba de Cáncamo de Arriba. "¿Cuál será su casa, si no hay ninguna con tejado?", se preguntaba, mientras recorría las estrechas callejuelas invadidas por zarzas, ortigas y rosales salvajes. Decidió sentarse en el borde del pilón de la fuente en la que se habían reído las muchachas cuando antiguamente llenaban los cántaros de agua cristalina, cuando el pueblo aún estaba vivo, y esperar... Muy poco después, se dejó ver una figura entre Gary Snyder y Gilbert Shelton que se acercaba con la sonrisa del gato de Cheshire en la mirada.
-Batracios días a todas las ranas, incluso a las de Alejandría -dijo con una voz melodiosa y de color turquesa, le pareció a Mórrigan.
Empezaron a hablar de que la atmósfera de ese lugar donde se encontraban, a tantos metros sobre el nivel del mar, liberaba endorfinas al respirarla. Luego, de la cantidad de raíces de brezo que yacen en los lechos de los ríos, de la población de aves que sobrevolaba la zona... Hay que tener en cuenta que se trataba de dos supervivientes de la masacre de ideas (acompañada, en muchas ocasiones, de sus correspondientes cráneos) más longeva de todas las conocidas, y sólo se andaban por las ramas para vivir en las copas de los árboles. Invitó a Mórrigan a su domicilio, construido entre cinco magníficos robles situados en una de las lindes del pueblo, la que da al pico Espinete, la del norte. Si no le hubiese indicado hacia dónde mirar, nunca habría podido ver su casa.
Ranaguay le pidió que pisara en un lugar determinado de lo que ella creyó únicamente hojarasca, y de pronto se vio en el centro de una plataforma, de unos dos metros cuadrados, que los subió, gracias a un ingenioso medio hidráulico, como cualquier otro ascensor: hacia arriba. Contaba con una barandilla, para quien quisiera asirse hasta llegar a la terraza, puesto que la longitud de los robles era de 25 metros de altura, por lo menos.
Este hombre había sido un reconocido científico de la British Investigations of Energy, y coetáneo de la generación anfibia de Eric Burdon: artistas, hicieran lo que hicieran. Le gustaba escuchar, al anochecer, The House Of Rising Sun... "Mi madre era costurera, ella fue quien arregló mis tejanos. Mi padre era jugador de apuestas, allá en Nueva Orleans..."
Cuatro décadas antes, ocupaba sus horas libres, con una vocación extraordinaria y el deseo de que sus conocimientos sirvieran a la humanidad, en descubrir algún tipo de energía que no contaminase, que no se agotase y que no fuese cara, por lo fácil de su producción, en las instalaciones de la multinacional, a las afueras de Londres, ciudad en la que había nacido Ranaguay. Dio con la solución al abastecimiento de energía para todos y para siempre, y entonces fue cuando empezaron los problemas. Primero, los grandes accionistas de la transnacional quisieron comprar su silencio con muchos millones de libras. Como aquello no surtió efecto, fue despedido, acosado con visitas intempestivas de la policía, para registrar su rudimentario laboratorio casero... le hacían la vida imposible. Sin los medios de la British, no era posible desarrollar su proyecto, así que decidió alejarse lo más posible de aquella gente que contaminaba aguas, suelos, conciencias y lo que hubiera que contaminar. Dimitió de servir como herramienta para sus oscuros planes.
Tras un largo periplo por varios continentes, recaló en aquel sitio de nadie en ninguna parte, para vivir fuera del alcance de la especie humana, en general. Mantenía con otros anfibios, en su misma situación y con sus mismos fines, una comunicación necesaria, pero diferente de la habitual. Todos ellos eran grandes mentes dedicadas a distintas especialidades: astrología, sociología, psicología, poesía... ciencias que, en conjunto, abarcaban los distintos campos que conocemos o imaginamos de la cultura. Todos ellos sabían también, cómo no, que los medios que utilizamos los humanos normales para comunicarnos, están intervenidos por la Policía Cáustica; le llamaban así porque se ríe mientras escuece. Para poder burlar el espionaje, aprendieron el lenguaje de las aves, algo bastante sencillo para ellos, aun y cuando cada tipo de pájaro tuviese el gracejo característico de su lugar de residencia, que suaviza o afila alguna nota, pero entendían bien todos los cantos.
-Vino por aquí una chova piquirroja, me contó que vendrías a verme, dama esponjosa.
-Supo cómo convencerme -dijo Mórrigan, notando la música de sus palabras.
Ya en la casa entre las copas de los robles, se contaron cómo y por qué habían llegado a parar allí. Ranaguay trabajaba en equipo con los demás cientificos raneros de otras especialidades, observando los oleajes sociales y transmitiendo sus pronósticos. En caso de que hiciera falta otra lluvia de ranas, porque todos ellos coincidieran en que el momento era especialmente complicado y en veinte años necesitarían mentes equilibradas para reducir los riesgos que preveían, el nuevo amigo de Mórrigan era el encargado de provocarla donde viniera mejor.
Era un fan de Wilhem Reich. Además de sus descubrimientos en psicología, física y química, le agradecía que hubiese construido un aparato con el que se podía hacer llover a voluntad. Reich lo llamó cloudbuster, se trataba de un acumulador de la energía orgónica positiva, descubierta por él mismo, que conseguía multiplicar la humedad y precipitar lluvias. En 1954 provocó en Arizona, una tierra que llevaba años castigada por la sequía, una serie de tormentas, hasta reverdecer montes desertificados. Una de ellas fue de tal magnitud, que se tuvo que cerrar el aeropuerto de Tucson, no era ninguna tontería.
Las investigaciones de Reich atrajeron la atencion del FBI, la CIA, la FDA y no se sabe cuántos organismos parecidos más. El inquisidor McCarthy no descansó hasta acabar con el resultado de sus trabajos, sus aparatos de investigación, su laboratorio, su libertad y, en diferido, con su vida. El senador dejó este mundo en mayo de 1957, seis meses después, Reich apareció muerto en su celda. Parece ser que envenenado. En directo, bien podría haberlo hecho Hoover, el director del FBI, que les sobrevivió quince años.
Para acumular POR, como se conoce a la energía orgónica positiva, lo mejor era hacerlo en grandes bosques, donde este tipo de orgón está muy presente. Esa era una de las razones por las que Ranaguay estaba viviendo allí. Otra, fundamental, es que le gustaba lo que hacía.
La pequeña dificultad que había supuesto la práctica intervención de la autoridad en el total de sus comunicaciones por medios usuales, lo solucionaron aprendiendo el lenguaje de los pájaros, como hemos dicho antes. No hizo falta convencer a los alados para que sirvieran como mensajeros entre los científicos anfibios. El barco de Jasón, el Argo, se dice que fue construido con madera de roble (que aguanta muy bien la humedad e incluso la inmersión constante), de un bosque sagrado. Su mascarón hablaba con las aves. Los robles, los aventureros y los cantos de las aves, siempre se llevaron bien.
Eso tiene un precio, como todo. A Ranaguay se le había olvidado hablar en prosa, la melodía había ganado terreno en sus neuronas y no salía de su boca nada que no tuviese la música de las alondras, los jilgueros, las rapaces, las urracas y los búhos con los que conversaba. En su medio era un detalle sin ninguna trascendencia, pero cuando tenía que bajar a Almenara para solucionar algún asunto ineludible, como hacerse con papelillos de fumar, se notaba bastante. Los cambiaba por té de roca que recolectaba subrepticiamente, puesto que también estaba prohibido. Menos mal que en el estanco ya lo conocían. Eran los Gárate quienes le compraban la planta:
-Éste es de primera, lo recogí en primavera y a la caída del sol, cuando sus rayos se confunden con el color del desierto y el sonido es de las esferas.
-¿Cuantos te doy? -dijo el mayor de los Gárate, queriendo abreviar la charla. Eran amigos, pero le ponía nervioso tanta rima.
-Dame los que quieras. Sois la lumbre de mis días en la acera verde, la posibilidad del humo, la quimera...
-Toma, anda, y hasta otro día.
Conseguía un montón de librillos, y se iba tan contento.
http://acidconga.com/curiosidades/crean-un-decodificador-del-canto-de-los-p%C3%A1jaros
http://www.lavanguardia.com/vida/20160113/301376348555/los-pajaros-cantan-como-los-humanos.html
http://www.schnauzi.com/preciosas-fotos-pajaros-mientras-se-protegen-y-dan-calor/
http://www.muycurioso.net/articulo/naturaleza/im%C3%A1genes-excepcionales-de-la-naturaleza.html
Ranaguay guau quien no quisiera un amigo como ese para todos los tiempos eternos de este mundo, un super cientifico. Lastima que siempre habra alguien tras el desarrollo.
Gracias por la linda historia
Tienes razón, pero ni aún así han podido frenar la evolución (y lo que nos queda) Gracias, galberto, un saludo.