Cuadros vivientes II: El sueño
Había bebido demasiado, la fiesta aún continuaba en el interior, pero se sentía demasiado mareada. Salió corriendo, tratando de no ser vista por nadie, escapó en la noche y se dirigió directamente a la casa de Pablo.
Sabía perfectamente cómo entrar a su casa, quería verlo, se moría de ganas de empaparse de su arte, de sus conocimientos y de su sexo.
Entró a la casa y sintió que su cuerpo se tambaleaba, se desequilibraba, pero delante de sí encontró un cómodo sillón rojo en el que descansar un rato antes de meterse en la cama con Pablo.
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Se sentó, echó su cuerpo hacia atrás con los ojos cerrados, tratando de que se le pasara el mareo. Estaba muy excitada, de manera que se bajó ligeramente la blusa y comenzó a tocarse sus redondeados pechos, los iba acariciando suavemente con las yemas de sus dedos, sintiendo todo su recorrido, hasta agarrarlos con fuerza con toda la mano.
Su excitación fue en aumento, sus manos se fueron deslizando hacia abajo hasta llegar a la zona de su falda. Metió una de sus manos por dentro de sus bragas y comenzó a tocarse sus labios y su clítoris. La actividad fue rápida, estaba demasiado excitada, el orgasmo llegó en apenas unos instantes.
Sacó la mano totalmente mojada de flujo y la colocó junto a la otra, en su regazo, formando una especie de triángulo de Venus, el orgasmo la dejó tan sumamente relajada que entró en un profundo sueño.
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A la mañana siguiente, Pablo despertó, desayunó y se dirigió a su salón. Allí estaba, sentada en el sillón rojo Marie-Thérèse Walter, en una posición tan erótica que decidió pintarla, para así inmortalizarla. Para ello empleó un estilo cubista, convirtiéndose en “El sueño” de Pablo Picasso.