"Lethaeus" [Novela original de fantasía, capítulo tercero]

in #spanish6 years ago (edited)

Capítulo primero
Capítulo segundo
wp-1456141607927.jpeg

Imagen propiedad de @seifiro


Ooferrrrrrr.png

Alana se había detenido de limpiar el estante al mismo momento en que Brandon estaba absorto en sus fantasías de escritor. A los pies de la chica, yacía el responsable del estrepitoso ruido que sacara al ermitaño de su oficio: el marco de una fotografía que había caído al suelo rompiéndose con el impacto. Brandon lo miró sin levantarse de la silla. Las manos de Alana tomaron al cuadro, cuidadosamente para no cortarse con los pedazos de vidrio. Ella miró la fotografía por unos segundos. —Bótalo, está roto—ordenó el escritor. —Que esté roto, no significa que no se pueda arreglar—respondió la muchacha.

—Está roto. Bótalo—insistió el escritor.

— ¿Pero por qué? Es de las pocas cosas bonitas que tienes en ésta casa. Estaba muy bien conservada en un espacio cerca a esa especie de órbita planetaria que haces tú cuando te sientas a escribir. Ahora que está roto, deseas deshacerte de este objeto—dijo tristemente Alana.

—Está roto. Bótalo—insistió una vez más. —No me había enterado de su presencia. Realmente no sabía que estaba allí. Ya sabes, Alana, que no me entero de las cosas. Mucho es lo que desconozco de los objetos que poseo aquí en mi casa. Pero esa es solo una fotografía que no es mía si te fijas. No me tomo fotos. Supongo que compré el marco en algún momento pero jamás le di uso. Deduzco entonces que esa fotografía debe ser con la que viene el marco. No recuerdo a nadie. Aunque la modelo se parece a ti. Es muy bonita. Tú también lo eres.

Gradient-sprinkle-separator.png

tumblr_mo1vsqIlUG1qhezrfo7_r2_500.gif

Fuente
Gradient-sprinkle-separator.png

— ¿«Bonita»? No sabía que en tu léxico existiera tal palabra—respondió ella aún con el cuadro en la mano. —Normalmente dices que algo o alguien, refiriéndote a tus personajes, son hermosos, sensuales o bellos. Pero jamás dices «bonita». Creo que esa palabra designa una belleza diferente a todo lo anterior. Es una dimensión de belleza y ternura que se desea preservar.

—Ahora tú suenas como una chica cursi. No me lo esperaba de ti en realidad. ¿Sabes? A veces pienso que eres una bruja mala que tiene gustos raros. Y que habita en esta zona, haciéndose pasar por mi asistente mientras haces algún hechizo que castigará a los niños para cuando acabe el invierno en poco más de un mes.

—Además de decirme “bonita” también me dices que soy una bruja. No me esperaba tales halagos de parte de ti. ¿Qué bicho te ha picado, Brandon? ¿O ahora me dirás que te llame señor Gingko para que luego me digas, “no, por favor, Alana, llámame Brandon”?—se rió tiernamente. La sonrisa tierna de Alana era siempre cautivadora. A Brandon le gustaba mirarla cuando ella lo hacía. Alana había llegado a casa del escritor el último día del verano, había pasado el otoño y lo que iba del invierno ayudándole con diversos deberes, además de darle la medicación. En ocasiones, el escritor le daba regalos, mayormente dinero, además de su salario para que fuera al ballet o al teatro. Ella insistía en que él la acompañara, pero Brandon siempre rechazaba la oferta. «El mundo no es un lugar para mí. Por alguna razón, siento como si ya me hubiese ahogado en el mar de luces de la urbe, y ahora estoy en el fondo oscuro en el cual nadie desea entrar porque es un espacio reservado únicamente para los que están muertos. Muertos como yo», le decía el ermitaño. Entonces Alana se entristecía y se iba sola. La sonrisa triste de Alana una vez lo lastimó tanto que él simplemente la abrazó. Fue un abrazo torpe, típico de quien no está acostumbrado a dicho acto, a dar o recibir cariño.
—La luz es cálida y ciega mis ojos. La luz me abraza y se materializa en tus brazos y pecho como una cama de manto de luna—dijo él.

— ¿Eh?

—Es parte de un poema que escribí una vez. Solo recuerdo este último verso.

— ¿Escribías poesía? Me ha gustado.

—Una vez escribí poesía. También publiqué unos poemarios. Pero nunca me consideré poeta. Sobre todo gracias a un amigo y compañero de cuarto en la universidad, cuyos poemas eran una esencia sublime materializada. Me gustaba ver el rubor de sus mejillas al recitarlos.

— ¿El japonés del cual me hablaste una vez?

—No. El alemán.

— ¿Tienes uno de tus poemarios impresos entre los libros que comprenden tu biblioteca?

—Me parece que sí. Si quieres, cuando termines, puedes buscarlo.

—Muy bien, me quedaré con él, como también con el marco, ¿entendido?

—Me parece que eres una mujer demasiado egoísta y aprovechada.

—Claro. Después de todo soy Alana Luneth, tu asistente—sentenció en un tono de orgullo infantil que a Brandon le agradaba mucho. Y aunque su rostro no mostrara expresión alguna muchas veces, sentía que en su interior, algo rozaba con él y le agradaba. Pareciera que esta joven, era su único puente con la realidad y con los sentimientos que había alejado y encerrado en su interior, así como él mismo estaba alejado y encerrado en esa solitaria casa. Aunque era cierto que los recuerdos de Brandon eran un enigma. Poco hablaba de su vida, e incluso poco pareciera recordarlo. Pero no tenía problemas en por ejemplo, memorar a uno que otro amigo o colega de la universidad, algunos de sus éxitos literarios, pero jamás mencionaba algo como su vida amorosa. Quizá jamás había tenido alguna y por ello su torpeza como la de aquella vez que abrazó a la triste Alana.
Ahora bien, en ese momento Brandon comenzó a quejarse del dolor en la pierna.

—Tu medicación toca en una hora—dijo Alana. A continuación, se sorprendió al darse cuenta de un detalle que había pasado por alto todo este tiempo: — ¿pero por qué has cambiado la hora de los relojes de invierno a verano? «Es que eres idiota, ¿no?» Pensó ella.

La condición del ermitaño hacía que se tumbara al suelo por el dolor en la pierna. Alana lo ayudó como pudo a levantarse y lo llevó hasta su cuarto subiendo las escaleras. Acto seguido, lo acostó en la cama y le dio el medicamento para el terrible dolor que lo hacía quejarse y gruñir, incluso hacia que brotaran lágrimas de sus ojos. Ella miró el reloj de muñeca que tenía guardado dentro del bolso y acomodó de nuevo la hora de los relojes de pared.

Gradient-sprinkle-separator.png

tumblr_mrim63x2Ft1s96gpao1_500.gif

Fuente
Gradient-sprinkle-separator.png

Brandon Gingko estaba tumbado sobre la cama ya por media hora. La pastilla le hacía efecto y ahora se quejaba menos del dolor. La muchacha se sentó en la cama cerca de él, acomodándole la almohada. Sacó la otra pastilla y un vaso de agua. —Solo te falta esta—le dijo al escritor.

—No quiero tomarla, Alana. Hacerlo hace que me sienta más triste de lo que usualmente estoy. Luego hace que no sienta nada y me dé mucho sueño.

—Pero tienes que hacerlo. Es por tu salud, ¿no? Además, mañana tienes visita. Vendrá tu editor en la tarde, ¿lo recuerdas?

—Sí. Lo recuerdo—dijo suavemente. A continuación, Alana colocó la pastilla en su boca y le dio agua para que la pudiera pasar. Colocó el vaso vacío sobre la mesita de noche. Luego, sus delicadas manos cubrieron los ojos de Brandon por unos minutos. Ella comenzó a tararear una canción muy suave durante ese corto periodo de tiempo. El escritor estaba sumido en el mutismo nuevamente en ese día. La muchacha sintió sus manos húmedas producto de las lágrimas del escritor. —Tu habitación es muy hermosa—le dijo Alana. Aunque más bien, era un recordatorio. En situaciones anteriores ya había manifestado su gusto por el dormitorio de Brandon. —Me siguen encantando todas las muñecas que aquí tienes contigo. Son hechas a mano. Son realmente hermosas. Dudo que pueda conseguir algunas de estas en cualquier tienda del mundo. Dime, ¿aún no recuerdas quién te las obsequió?

—No. No recuerdo—dijo Brandon. Sus ojos aún estaban cubiertos por las manos de Alana. Su voz sonaba muy triste y algo dubitativa. —Seguramente es un regalo de alguna de mis lectoras. Es otro de esos muchos detalles los cuales omito o no puedo reparar—concluyó. Entonces, las manos de la muchacha se despegaron de su rostro. La luz de la habitación lo cegó unos instantes pero después sus ojos dieron con los ojos de ella. Eran verdes, muy intensos como dos esmeraldas ardiendo en llamas. Su cabello era castaño muy claro y caía bastante largo por la espalda de la chica hasta llegar a su cintura. Los ojos de Brandon eran azules, a veces se veían de color gris, dependía más que nada de la luz, pero siempre eran como dos pozos hundidos y llenos de tristeza marcados por ojeras. Regresando nuevamente con la muchacha, ella era muy hermosa. Su rostro tenía forma de corazón, y el rubor de sus mejillas siempre contrastaba con su piel bastante blanca y tersa. Sus pechos eran redondos y grandes. Brandon también reparó en este detalle y empezó a sentir ganas de desnudarlos.

— ¿Oye, qué es eso de allá?—señaló ella, hacia una tiara sobre la mesa del espejo del cuarto. Entonces se levantó y la cogió. Él la miró.

—Esa es una tiara de tanatístas

— ¿Tanatístas?—preguntó la muchacha con atenta curiosidad. No solía inmutarse y si tenía alguna interrogante la hacía.

—Sí. Es esa gema que ves ahí más parecida a una canica que a otra cosa—señaló el escritor. —Son siempre de color lila. Además, es de origen griego. Su nombre tiene raíz con el nombre del dios de la muerte, Tánatos.

—Interesante. ¿Pero por qué ese nombre tan desalentador?

—Bueno, es que es una piedra muy especial. Verás, cuando se humedece comienza a volverse lechosa y excreta una sustancia que es venenosa. Produce un paro en el sistema respiratorio central. Fue muy utilizada por los persas hace miles de años como regalo de bodas. Una esposa podía matar a su marido con una de ellas y viceversa.

—Vaya, tremenda forma de deshacer un matrimonio—dijo sarcásticamente Alana.

—Realmente sí. Pero tiene su truco. Es posible beber de esa sustancia sin que mueras. Es como el veneno de las serpientes. Los griegos daban veneno de serpiente en una copa a los prisioneros y si no morían los dejaban en libertad. ¿Y por qué muchos no morían? Fácil, porque no tenían úlceras en el área del estómago. Tanto el veneno de las serpientes como el de la tanatísta debe de penetrar la piel y mezclarse con la sangre.

—Suena peligroso. Seguro y ya has matado a alguien con ellas. Quizá seas un asesino psicópata y no me lo quieres decir
—bromeó Alana.

—Alana, ¿por qué existen cosas que intentamos olvidar con tanto esfuerzo, y cuando lo logramos, estas aparecen nuevamente, clavándose cual dagas en tu mente… Tratando de salir como para materializarse? —preguntó el escritor con voz taciturna, ignorando además el sarcasmo de la muchacha.

La muchacha lo miró unos segundos a los ojos, a esos pozos azules profundos de tristeza en que estaban convertidos esa y cualquier otra vez que se tomaba esa otra pastilla—Pareciera que las personas como tú ven en sus propias memorias a veces ángeles, otras veces demonios—comenzó a decir con tono pausado, como esperando a que Brandon la escuchara con mucha atención para entonces continuar: —Todo dependiendo, supongo del estado en que sus corazones se encuentren al momento de comenzar a recordar. Y si bien todo recuerdo supone abrir un baúl de tristezas, en ellas hay una gran verdad, y la verdad hace bien. En el único momento en que una persona es crítica consigo misma y con su propia vida es cuando empieza a memorar sus días. Quizá como una visualización del momento póstumo indefectible que vendrá sobre todos nosotros. En todo caso, lo que te atormenta a ti no son ni ángeles ni demonios, esto es una visión muy romántica sí. Lo que te atormenta eres tú mismo queriéndote decir algo importante. Por eso insistes en querer recordar—terminó con sus ojos aún fijos en los de Brandon. Él por su parte, la abrazó por la espalda, besando delicadamente su cuello, mientras su mano derecha se dedicaba tocar los pechos de la chica. A continuación, comenzó a desvestirla, aunque con cierta torpeza como era típico en muchos de sus gestos. «Eres muy tierno siendo todo tan torpe con estas cosas. No sabes bien quitar un sostén y eso que has tenido práctica. Pareciera que te gusta hacerte el tonto para ponerme», le decía Alana.
La ropa de la chica cayó al suelo, descubriendo sus hermosos pechos redondos y firmes junto a sus pezones rosados y duros. Además de su abdomen y la ligera cantidad de pelo de un castaño más oscuro que el de su cabellera. Entonces, Alana Luneth hizo lo mismo con él; le ayudó a quitarle la ropa. Tampoco era la primera vez que se enrollaban en la cama de esta forma desde que ella llegó hasta esa casa. — La luz es cálida y ciega mis ojos. La luz me abraza y se materializa en tus brazos y pecho como una cama de manto de luna—susurró Brandon antes de que ella lo callara con un beso.

divider_abstract_by_d_evil_twins-d8hh58g.png



Posted from my blog with SteemPress : http://seifiro.timeets.xyz/2018/08/20/lethaeus-novela-original-de-fantasia-capitulo-tercero/
Sort:  

Esta muy bueno, voy a buscar los capítulos anteriores

Gracias. Ojalá la novela sea de tu agrado.

Este post ha sido votado por Cervantes, en conjunto con Steempress. Saludos

Como siempre, gracias infinitas.

Coin Marketplace

STEEM 0.30
TRX 0.11
JST 0.034
BTC 63997.36
ETH 3133.23
USDT 1.00
SBD 4.15