¡Oooh, la música!

Polifonía renacentista, rock and roll, ópera, folklore, canción pop, canto gregoriano, tango, country, flamenco, concierto clásico, trap, sinfonía romántica, salsa… ¿Quién no busca algún tipo de música para que le acompañe en sus momentos tristes, en los alegres, en las ocasiones especiales o en las más solemnes? La música es intrínseca, diría yo, al ser humano, incluso para quienes no nos dedicamos a ella profesionalmente. Nuestras vidas sin música serían esencialmente diferentes, porque la música nos relaja, nos divierte, nos tranquiliza, nos estimula, nos alivia, nos acompaña… Y en algunos momentos muy especiales, la música lo es todo:

ESCUCHANDO MÚSICA

Anudo mis palabras
al borde de mis sueños
y dejo crecer la aurora
hasta el cenit de este instante.

Permanezco inmóvil,
despoblada,
viendo girar la Tierra.
La música llena todo,
aun lo tangible,
tan prosaico.

Me desprendo, de pronto,
y me veo desde fuera:
soy onda sonora,
melodía invencible
resguardada por acordes
armados de hermosura.

Me elevo, vuelvo
rítmicamente,
en armónico ritual.

Renazco, sin morir,
en cada instrumento
y así me multiplico:
soy voz,
soplo del alma;
soy violín,
madera revivida.

Y en este intervalo,
incorpórea,
no tengo límites:
me agrando y me aligero,
con la libre emoción
de sentirme inagotable.

Al llegar el silencio,
caminaré serena
tras profunda catarsis.