Tuve que hacerlo | Ralato

in #steempress5 years ago (edited)
Hector se despertó sudado. Había tenido ese terrorífico sueño que lo asechaba desde hace un buen tiempo. No tenía sentido. Se encontraba flotando en un mar rojo, similar al vino, mientras lloraba. La primara vez no le prestó atención, quizá era un conjunto de imágenes sin sentido que su mente había elaborado para asustarlo, pero también había una parte en su interior que le decía que no era así, algo pasaba, algo lucía mal. Cuando lo soñó por segunda vez, carraspeó. La tercera y cuarta lo alarmó. Hasta que se volvió un mal habito. Un terrorífico habito.

Se levantó de la cama, levantó el colchón, y sacó el alma siniestra. Una pistola, su instrumento de trabajo. Era una ‘cosa’ que no quería, pero si quería mantener comida en la boca de su familia, tenía que hacerlo. Era de madrugaba y debía salir a patrullar la calle, o más bien a controlarla. Bajó, le dio un beso a su hermano menor, su querido hermano menor. Era todo para él. Haría lo que fuese por mantenerlo feliz.

Posteriormente, besó a su madre, conversó con los dos familiares en la mesa y partió a la calle. Su territorio natural. Allí se encontró con dos de sus amigos. Juntos controlaban la calle, buscaban a quien robarle las cosas y luego venderla en el barrio. Los chicos lo hacían por diversión, él lo hacía por necesidad. Nunca se reía cuando algo malo sucedía, nunca pensó que era un camino, solo una solución.

Mientras daban vuelta por el barrio, notaron que un hombre los seguía. No pertenecía a ninguna de las familias que hacían vida en la comunidad, puesto que ellos conocían a cada uno de ellos. Los tenía sumamente vigilados. Si iban a la izquierda, él también. Si caminaban rápido, él también. Hasta que se hartaron. Lo iban a emboscar. Esperaron detrás de una esquina, pero nunca pasó el hombre. Uno de ellos se asomó, y en cuestión de nada un disparo se escuchó. Le dio en el brazo.

Los otros dos respondieron y el tiroteo comenzó. Balas vinieron balas fueron de un lado a otro. Ellos eran dos, y él uno, pero no acertaban ningún disparo. ¿Qué sucedía? Ninguno lo entendía. Una de las balas impactó a su compañero, mortalmente. Solo quedaba él y su amigo moribundo. No le quedó más que correr. Corrió por las calles del barrio esperando salvarse y perderlo de vista.

Cuando pensó que todo estaba bien, un sonido de gatilló alarmó el ambiente. El hombre lo había seguido. Él lo observó. Tenía los ojos inyectados en sangre, con una furia enorme y los brazos llenos de tatuajes. Hector desenfundó el arma y disparó, el hombre también. A principio pensó que había fallado, así que volvió a desenfundar rápido, pero no le alcanzó. El hombre acertó un disparo mortal.

Le había dado. Era el fin. El hombre se acercó, se dirigió a él. “Tú mataste a mi hermano, así que yo te devuelvo el dolor”. Cuando volteó la mirada, había un cuerpo en la acera. De un chico. No mayor de diez años. Reconoció de inmediato la ropa de colegio. Era el de su hermano. El alma se le fue en vida.

Tomó la fuerza que le quedaba y se arrastró. Una bala lo había alcanzado mientras volvía del colegio.

Hector perdió la vitalidad y cayó derrotado. Un charco de sangre lo envolvía, se juntó con la de su hermano y entonces entendió el sueño. No era un mar de vino, sino de sangre. Su propia sangre y la de su hermano.




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