Traición | Relato

No lo creo. Incluso en estos momentos intento que la realidad se doble de alguna manera y se convierta en una mentira absurda de la cual me reiré en un futuro cuando haga memorias de un pasado adorable. Pero no es así. No existe tal cosa como doblar la realidad y menos un pasado que sea adorable. La realidad es un presente horroroso que me está consumiendo desde dentro. Echo otro vistazo al mensaje. Es claro, y preciso. Con pruebas. Con una fotografía que se asoma como una flecha en el corazón. Rápida y precisa, justo en el centro.

Camino de aquí para allá, tomo aire e intento controlar los impulsos de rabia que surgen desde mi interior hacia el cableado cerebral. Me encuentro debatiendo con mis dos razones. Una me dice que quizá, solo quizá, haya una explicación coherente para todos los acontecimientos. Puede que las cosas se hayan malinterpretado y esté viendo lo que quiero ver. Pero la otra me dice que no sea un ingenuo. Las cosas son como son y lo que tengo frente a mí es lo que está sucediendo. Qué dilema. A veces queremos que las situaciones se arreglen con una simple elección. Pero es difícil, siempre lo es.

Golpeo la pared. No me reconozco. Nunca había estado tan furioso como lo estoy ahora. Sigo golpeando la pared como si de alguna forma drenara la rabia. La pobre pared recibe cada impacto de mis nudillos. Qué idiota soy. Debí ser más neutral, coherente y calculador. Me dejé llevar y ahora estoy pagando las consecuencias. No era así. Nunca lo fui. Pero esta vez era distinto. Había una parte de mí que me impulsaba a ser lo más libre posible. Entregarme a quien me prometió el cielo y dejar que el viento nos llevara al infinito.

Pero no fue así. En cambio recibí mierda. Recibí una puta traición. Quiero volver al pasado, hacer las cosas diferentes y evitar este dolor que me está carcomiendo por dentro como un incendio que consume todo a su paso, o como un tornado que arrastra lo que se encuentre en su camino. Estoy ardiendo, sudando, me siento mal, demasiado mal. Mierda. Nunca pensé que diría esto. Jamás pensé que sería lo suficientemente honesto para aceptar que me rompieron el corazón. Porque eso fue lo que pasó. Lo agarraron, lo sostuvieron, jugaron con él como les apeteció y luego lo rompieron.

Me siento en el sofá. Imaginando miles de conversaciones posibles. En algunas versiones exploto, en otras pido explicaciones, mientras que en muchas simplemente me voy sin decir nada. Quizá debería hacer eso. Irme sin más. No pedir nada, no rogar nada. No necesito que me digan nada. Pero aun así no me levanto del sofá.

Ella llega. Como si nada. Me saluda, como si nada. Me besa, como si nada. Y empieza a hablar de un montón de cosas que no consigo digerir. Estoy ahí, petrificado, pensando qué hacer, qué decir. Hasta que por fin ella entra a la habitación. Sé que se da cuenta de mi celular en la cama, con el mensaje y la fotografía porque rápidamente sale gritando cosas que no logro entender, ni quiero entender.

Entonces suelto el trago que tomaba, lo dejo sobre la mesita, tomo mi abrigo y salgo del apartamento. Al final no dije nada pero solté todo. Lo cierto es que no se siente nada bien. Sigo ardiendo por dentro. Al final que te rompan el corazón no se asemeja a un vidrio roto, sino a un incendio forestal que crece con cada palabra y acción de la otra persona.