¿Te conté la vez que...? | Relato

in #steempress6 years ago (edited)
El sonido del timbre hace eco en mi interior. La puerta se abre y le ofrezco un saludo al ama de llaves. Camino por inercia hasta aterrizar en la habitación del primer piso. Una mujer con una compota en la mano realiza movimientos repetitivos hacia un anciano. Su mirada no tiene expresión alguna, únicamente come de la cuchara y espera su proxima porción.

Con un breve sonido, anuncio mi llegada. La mujer sonríe al verme, tratando de no ser descortés le devuelvo la sonrisa, aunque un poco torcida. Me acerco, hablamos un poco de cosas triviales mientras el anciano sigue mirando al vacío. Me entrega la compota y me tiro sobre el mueble. El anciano me mira por un momento pero no reacciona, es como si una sombra se hubiera tragado toda la energía.

Sumerjo la cuchara en la compota y se la doy de comer. Una y otra vez, una y otra vez hasta que sin previo aviso los ojos perdidos del anciano se iluminan, al igual que su sonrisa coge fuerza.

—¡Hijo! — grita el sujeto — ¡Cuantos años sin verte, muchacho! — dice mientras suelta una lagrima.

Esta vez sonrío genuinamente. —Cuanto tiempo sin verte, papá.— Lo abrazo.

Él se emociona, pasa su mano arrugada por mi rostro y puedo sentir los cayos hacer un trazo por mi cara. Es como la marca de un pincel que ha acabado su vida útil y ahora le cuesta hacer las líneas correctas.

—Mi muchacho... —dice con anhelo— ¿te conté la vez en que tu madre y yo conocimos tu sexo en el ginecólogo?— pregunta con algo de esfuerzo, como si recordar le causara dolor.

—No — niego con la cabeza—, nunca me lo has contado papá— respondo.

Él se infla el pecho, con los ojos aún iluminados comienza a contar —Recuerdo que tu madre y yo habíamos discutido sobre el color de la ropa de nacimiento. Yo insistía que sería una hembra, debido a la poca inactividad que tenías en la barriga de tu madre. Eras muy calmado, casi que guardabas energía para cuando nacieras. Y oh que así fue, eras un terremoto de niño. En fin, mientras estabas en la barriga yo vociferaba que serías una niña preciosa, idéntica a tu madre, con ese cabello castaño oscuro que brillaba con el sol, los ojos marrones como la última hoja de otoño y la sonrisa que podía detener guerras. Pero tu madre, oh tu madre siempre tan sabia, aseguraba por su parte que era un varón. Algo así como sentido de madre, decía ella. No le hice caso. Agarré todos mis ahorros, con lo testarudo que sabes que soy compré un juego de ropa rosado y lo guardé para cuando nacieras. Un día, el ginecólogo dijo que ya podíamos conocer el sexo de nuestro bebe, no lo dudamos, miramos nuestros rostros, luego la pantalla y cuando el doctor dijo que era un varón, pude ver la suficiencia de la cara de mi esposa. Ahí estaba, un niño con todas las letras y yo le había comprado un juego de ropa rosado. Uhm...— cortó de repente la historia. —No recuerdo muy bien que sucedió luego con la ropa, yo...—

—Está bien, papá— reí a carcajadas forzándome—. Es una buena historia, nunca la había escuchado. Tú siempre tan testarudo.— Pude notar la sonrisa en su rostro y me trajo tranquilidad.

Volteé hacia un lado cuando la luz en sus ojos se iba apagando, luego, cuando la sombra de nuevo se comió la alegría de mi padre hundí la cuchara en la compota y procedí a dársela completa. Me despedí de él con un beso en la sien y la encargada de mi padre lo acomodó en la cama hasta que lo envolvió en la sabanas. Eché un último vistazo y me retiré de la casa.

***
Una semana después.

El sonido del timbre hace eco en mi alma. Le doy un saludo al ama de llaves, subo las escaleras hacia la habitación donde se encuentra el anciano, devuelvo la sonrisa a la mujer que da de comer a mi padre y me siento en el mueble de siempre.

Hundo la cuchara en la compota.
Se la doy de comer mientras observo la sombra en su rostro.
Calmo el alimento cuando los ojos de mi padre se iluminan.

—¡Hijo!— grita mi padre— ¡Cuantos años sin verte, muchacho!— dice mientras suelta una lagrima.

Lo miro con sufrimiento —Cuánto tiempo sin verte, papá.— Lo abrazo y le planto un beso en la sien.

Siento el trazo de sus arrugas por mi rostro.
Intento calmarlo por la emoción que desborda en su cuerpo.

—Mi muchacho... —dice con anhelo— ¿te conté la vez en que tu madre y yo conocimos tu sexo en el ginecólogo?—

Sonrío para mis adentros.

—No, papá, nunca me la has contado.—Respondo mientras me acomodo en el mueble.



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