NO QUERIA AMOR, YO SOLO QUERIA SEXO
Él era mi hombre mi amante o al menos así lo deseaba yo. Alto, blanco, de cejas lineales sobre unos ojos azules grandes y una sonrisa muy pícara de deseo puro. Elegante siempre, en cualquier circunstancia, e inaccesible también. O eso parecía.
Lo quería, no por amor, quería su sexo ardiente y apasionado. En el baño de ese bar de viernes por la noche o en el callejón a oscura de las dos de la madrugada, en mi auto o en el jardín de su casa. Daba igual. El deseo no entiende de lugares, tiempo y cortejos, al menos ese deseo irracional que dominaba mi cuerpo y mi mente, de solo pensarlo se extrémese todo mi ser.
Perdí la cuenta de las veces que mordisqueé mi labio mientras lo miraba en la distancia imaginándome desnuda, lamida por él, torpe y lujuriosamente. Ya perdí la cuenta los cruces de mirada que protagonizamos viernes tras viernes. Solo una mirada para soportar una semana entera. Demasiado castigo para un cuerpo tan ansioso de sentir el placer y satisfacción. Lo del fuego lento no me iba en absoluto, ya no.
Y como toda terquedad tiene su recompensa la mía llegó del modo más sorprendente. Un sencillo “me llevas a casa” tras una noche de farra, el deseo ardiente puede dar lugar a escenas que anidarán recuerdos por mucho tiempo. Y ese "me llevas a casa", si me llevo a un estacionamiento cerca de un centro comercial.
Estaba amaneciendo pero la luz del día aún no había conquistado todo el terreno donde nos encontrábamos nosotros, arrinconados en los asientos de atrás de mi auto.
Besaba justo como me lo había imaginado: suave, carnoso, húmedo, sensual, delicioso. Tal y como estaba mi sexo en ese momento en que deslizo su mano entre mi pantalón, rozando levemente con la palma de su mano mi vientre, no satisfecho se dirige luego dentro de mi ropa interior y acariciar así mi clítoris para después introducirse lentamente en mi vagina totalmente complacida.
Aún con la ropa puesta pero para lo que yo quería no necesitaba desprenderme de muchas prendas. Desabroché con las dos manos su cinturón, después el botón de sus pantalones y bajé la cremallera. Todo rápido, veloz, casi diría que hasta brusco, mi deseo solo era tener su sexo, estaba muy caliente.
Él había liberado a su dedo aventurero de mi interior y su mano se hallaba acariciando mis senos, estaban ansiosas por sentir su tacto.
Se aproximaba la luz que traía ese día que comenzaba ya nos dejaba más expuestos en ese estacionamiento, pero habíamos llegado lo suficientemente lejos como para parar ahora, me negaba a volver a las miradas cruzadas en un bar y el mordisqueo de un labio suplicante.
El asombro del que hablaba antes, fruto de toda terquedad, llegó después de quitarle sus pantalones ya desabrochados, con un culo bien formado y empaquetado. Mi primera caricia dirigida hacia su pene, mis labios y mi lengua pasaban rosando todo su cuerpo, reafirmo lo que mi cuerpo llevaba tiempo pidiendo, sexo de primera división. Ese pensamiento fugaz se desvaneció con la misma rapidez que su miembro firme, potente y duro. A mi primera caricia respondió con una eyaculación, y quebradas las ganas de sentirlo en mi interior, Con un clítoris muy ardiente y las paredes vaginales a la espera de su invitado.
La luz se adueñó del territorio por completo y sólo nos quedó mirarnos a los ojos, como siempre sucedía los viernes por la noche.
La terquedad trae consigo, sorpresas que a veces es mejor no descubrir.
gracias amigo, que bueno que te aya gustado