Los Aventuristas: Portuguesa

in #spanish7 years ago
Tierra de café y ganado, sonrisas, jeeps, y cerveza nacional. A dos horas de Guanare, capital del Estado Portuguesa, el espacio da cabida a El Paraíso de Chabasquén, pueblo donde mi padre dio sus primeros pasos. Una población pequeña, de nacidos en el llano, dio origen al pueblo, en un pequeño valle de las tierras de portuguesa. Dos calles principales, y unos cuentos barrios elegantes y coloridos lo conforman.

Desde muy pequeño es tradición familiar visitarlo una vez por año, por lo que historias para contarles no me faltan, sin embargo en esta ocasión les contaré sobre mi última travesía, y sin duda alguna la más entretenida de todas.

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Primero, conocimientos básicos:

Mi padre es el hermano menor de una familia de 13, 3 hombres y 10 mujeres. Todos vivían en una sola casa, con una sola habitación, y una sola cama. A muy temprana edad Moisés y Hernán, los mayores, se fueron del pueblo hacia la gran ciudad, Barquisimeto, dejando a mi padre como único hombre de la familia. Esto lo llevó a convertirse en guía y sustento principal para el hogar.

Debido a sus andanzas-varias conoció a todo-mundo en el pueblo. Necesitó forjar el carisma para cumplir sus objetivos: Trabajar y estudiar, pues con una economía bastante decadente, este joven muchacho sólo tuvo para ofrecer su personalidad y las ganas de seguir adelante.

Gracias a esto Chabasquén se convirtió en su hogar, y en toda calle o vereda, al menos una persona ha tenido algo que ver con mi padre. Por esto, ir de vacaciones al pueblo resulta siendo un muy entretenido evento.

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Mi padre, Manuel, es el sujeto de suéter blanco; a su lado está Alirio, A.K.A. Sapo Amarillo, es un primo-tío-hermano de mi papá; y sobre ellos, de amarillo, saluda mi tío Felix, A.K.A. El Negro. Ambos son amigos desde hace más de 40 años (mi padre tiene 52).

Sobre el Pueblo

La mayoría de los pobladores tienen haciendas, hatos, fincas y campos en los alrededores del pueblo, por esto los Jeeps son unos vehículos muy populares.

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Este foto fue tomada frente a la casa de mi padrino, lugar de nuestra estadía.

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Desde algún techo de zinc en el Barrio Las Bateas.

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Calle Principal del Pueblo. En la esquina consigues las maltas más frías del pueblo.

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Para Yoselin.

En particular yo me encuentro encantado con estas cajas con ruedas. Espero en algún momento tener una.

También, algunos pobladores son seguidores y amantes de las peleas de gallos, por ello se encuentran lugares de lucha, y centros donde los crían. Éste es un mundo bastante ignorado y por ignorado desconocido por la mayoría de los venezolanos, sobre todos los orientales.

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En estas vacaciones, y por cosas de la vida, terminamos conociendo otra parte de la comunidad. Hablo de esa alejada, que vive en casas de barro con zinc, entre los árboles que nacen en los cerros, y cultivan sus tierras con los más maravillosos alimentos.

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Éste es un Lulo. El Lulo es una fruta cuyo jugo se vende en los restaurantes más lujosos del mundo, y en medio de la nada, entre carreteras de tierra encontramos una granja que vendía el kilo en 20 bolívares ($0.10). Su sabor es un tanto interesante, pero creo que sigo prefiriendo el melocotón y la fresa.
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Nuestro viaje comienza al cruzar el puente que una a Chabasquén con la montaña, a partir de allí todo sería nuevo para nosotros. Mi padre iba en la cabina con mis dos tíos, y yo iba en la parte trasera con mi hermano menor y el hijo de El Negro. La camioneta, pese a lo destartalado de su pintura, se movía con un ritmo constante y veloz. Nuestro destino era Córdoba, pero primero pasaríamos por la finca de El Negro, un mini-paraíso para todo amante de la naturaleza.

De momento nos deteníamos en la vía para recargar los tragos, y saludar a algunas personas. Eran pocos los que se atrevían a vivir por esos lares, pero aportaban a su mundo más que cualquier citadino.

Después de mucho rodar y subir, comenzó el descenso: Una bajada a través de la espesa niebla que nos daría la entrada al campo de mi tío. Perros y gallinas se paseaban por los terrenos, mientras nosotros seguíamos en busca de un solar. Cuando estacionamos, aparecimos en un terreno con plantas de lechosa, y comenzamos a tumbar algunas para utilizarlas y hacer dulce. Es algo muy usual.

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Luego de rescatar algunas, comenzó la verdadera aventura. El campo estaba ubicado en medio de dos hermosos lugares: Una ladera por donde pasean las bolas de fuego, y una quebrada perteneciente a un duende.

Primero cojimos rumbo a la ladera, y no para ver las bolas de fuego, porque todos sabemos que las bolas de fuego son algo tímidas, y por eso siempre aparecen desde lejos. El camino era como pasar por un nivel avanzado de Príncipe de Persia. Caminábamos por bordes de tierra que sobresalían de la montaña, que incluso a veces no tenían más de medio metro de ancho, y en algunos momentos éste dejaba de existir, por lo que teníamos que agarrarnos de las plantas que nacían de nuestras paredes, o de quién pudiera ayudarnos a avanzar. En uno de los cruces, por estar de audiovisualista me resbalé y caí un metro y medio. Pude sostenerme porque me agarré de una planta, y rápidamente Alirio me pasó su correa para ayudarme a subir. Luego me tocó ser más cuidadoso y consciente. Guardé la cámara.

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Al llegar nos encontramos con un paisaje maravilloso, y quién diría que después de tanto monte y tanta bruma, aparecería algo tan claro. En este espacio El Negro tenía otra plantación de lechosa, aunque todas tenían poco tiempo y aún no pasaban de medir más de un metro.

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Éste es mi hermano, siendo guapo.

Estuvimos allí no más de media hora, contemplando y escuchando a El Negro hablar sobre sus nuevos proyectos agrícolas. Después, nos dirigimos al otro extremo del campo: La Quebrada del Duende.

Días atrás había escuchado conversar a varios familiares y amigos cercanos de mi padre sobre esta quebrada. Afirmaban que estaba encantada, y que era imposible añadirle alguna estructura que no fuera impuesta por la misma naturaleza. En intentos anteriores los hombres se habían sentido observados y acosados por pequeños seres, y de alguna manera esto hacía que perdieran el equilibrio, o se golpearan con algo. Tan grande llegó a ser el rumor que de los obreros del pueblo ninguno se quiso acercar para trabajar en la quebrada. El último había terminado en la clínica con un brazo fracturado por caerse desde la parte de arriba.

La caminata esta vez no fue tan concurrida, pero al llegar a la Quebrada nos encontramos con un ecosistema completamente puro. Nada había sido afectado. El agua circulaba tranquila y pura por un lado del camino, el cual estaba bloqueado por árboles y montículos de tierra húmeda. La única forma de pasar era a través de unos troncos que pausaban el camino del agua, y eso hicimos.

El llegar a la quebrada nos sentamos en las piedras, y uno por uno nos fuimos a mojar. El agua era HIJADEPUTAMENTEFRÍA, pero te revivía y curaba el alma, por lo que no hubo manera de escaparse. Siempre estuvimos alerta por si algo extraño ocurría, al fin y al cabo las leyendas de los pueblos no nacen de la noche a la mañana, y si en la otra ladera se paseaban las bolas de fuego, quién decía que aquí no hubiera algún duende con ganas de molestar.

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A pesar de, no hubo más que diversión y mucho frío en la quebrada. Una hora después nos encontrábamos en la finca, dispuestos a continuar nuestro viaje.

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Como era de suponer, ya estábamos cansados y ebrios, así que el viaje a Córdoba sólo fue una visita visual, para reconocer el lugar y retirarnos, pues era un domingo y sus habitantes estaban todos resguardados. Al parecer habían recibido unas visitas algo molestas en los días anteriores, por lo que decidieron no salir a la calle y permanecer en sus hogares. Lo mismo ocurrió con sus locales, los cuales permanecían cerrados.

El regreso fue más que todo reflexivo, pues nos mantuvimos encantados con la experiencia y agradecidos por la oportunidad de conocer nuevas y maravillosas tierras.

Comprendí el por qué del nombre del pueblo, y valoré a todas esas personas que se alejaron, para cambiar, así sea de a poquito, el mundo en que vivimos.

Me despido, y los invito a viajar, y también los invito a que me inviten. ¿Qué más podemos hacer?
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