—No tienes que irte.—Repitió el niño pelinegro con tono desesperado. Ya no tenía forma de hacerle entender a la niña del cabello bonito que no quería que se fuera, que quería seguir jugando con ella.

La brisa de invierno soplaba con fuerza haciendo imposible mantener en orden los rebeldes mechones rojizos del cabello de Vera. En aquella cabaña, tan apartada de la ciudad, la familia Aldaya pasaba épocas como aquellas para disfrutar en familia, sin el ruido de los autos, de molestos celulares y nada relacionado con la gran ciudad. Oliver, el menor de toda su familia, había encontrado a alguien con quien pasar las tardes; una extraña muchacha con un tono inusual de cabello, un fuerte olor a canela y lluvia, y, lo más importante de todo, aquellos grandes y penetrantes ojos cafés que siempre parecían demandar su atención.

Muy lejos del sitio donde se encontraban, Benjamín y Miranda, los padres de Oliver, lo buscaban por los alrededores de la gran cabaña.

—No tienes que extrañarme, sabes que volveré.—Contestó ella sintiendo una punzada de culpa en la boca del estómago, sabía que ya no podía seguir viniendo a ver a Oliver. —El tiempo pasa muy rápido.

Pero el niño se sentía inconforme con esa respuesta, a él no le gustaba esperar, mucho menos faltando pocos días para comenzar la escuela. Era consciente de que no volvería a ver a la niña después de esas vacaciones, por lo tanto, Oliver quería aprovechar todo el tiempo que les quedaba juntos para seguir jugando con los cuadernos de dibujo que le había regalado su madre en esa navidad, pero ella siempre tenía que irse antes de que se metiera el sol.

Vera, por otra parte, intentaba con todas sus fuerzas retener las lágrimas que amenazan por salir. Nunca debió encariñarse como lo había hecho, pero no hubo forma de detenerlo, la primera vez que lo vio; tan solo y triste sentado a los pies de un viejo y gran árbol con sus colores y dibujos, supo que esta no era la tarea para ella, sin embargo, jamás de arrepentiría de haber conocido a Oliver.

Sus ojos picaban, sudaban sus manos, y, aunque no sabía muy bien que decían las personas en las despedidas, se las arreglo para controlar los latidos irregulares de su corazón y decir:

—Si realmente llegas a extrañarme algún día, solo tienes que hacer lo que hacen todos los niños de tu edad;— Le confesó con una sonrisa cansada, que no sabe muy bien si llegó hacer una sonrisa. —Soñar conmigo. Y verás que estaré devuelta mucho antes de lo que esperabas.

Pero fue suficiente para que Oliver la observara detenidamente, con esos curiosos ojos turquesa que parecían mirar a través de ella, y, esperanzado, miro a Vera una última vez antes de irse, como si quisiera absorber por completo su imagen, revisando de no perderse de ningún detalle e intentando atrapar su aroma para siempre antes de ir a soñar con ella. Le regalo su más grande y blanca sonrisa, sin importar lo tonto que debía de verse, y salió corriendo en la dirección donde se escuchaban las voces lejanas de sus padres. Recordando letra por letra lo que Vera le había confesado, intentando convencerse a sí mismo de que era cierto.

...

Pero Verónica jamás volvió.

Y Oliver no descubrió por qué ni a dónde se fue. Aún así, todos los años, en contra de sus propios sentimientos la esperó, la soñó y la amó. Siempre preguntándose quién moriría primero; él o su esperanza.

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Comencé esta historia hace muchos años, todo a raíz de un sueño, y con algo de suerte algún día seguiré subiendo sus partes. Recuerden siempre darle like y dejar sus comentarios.

Eternamente agradecida de que ustedes me lean.

Hasta pronto, besos.