Huellas Mojadas ||

No se me quita el deseo,
no se va, es como extrañar los besos de alguien extraño, no hay vacuna para el anhelo de aquella noche ferviente en la que tus labios me dejaron la cicatriz de tu boca.

Allí sigue tu sabor, acaparado, exquisito; allí permanece, confundido, en las pupilas que, dilatadas, te miran; mora en las pupilas que, saciando el hambre de tu piel, te degustan. Sigo acá pensándote descaradamente, teniéndote químicamente entre lo mojado de mis fauces y a la vez atrapada en una distancia que me priva de tu lumbre.

¿Y quién censura el morbo de lo prohibido? ¿Quién le explica a la tentación que el placer está incompleto si una mitad está ausente? ¡Nadie lo hace! No es cuestión de coraje, ni de dignidad u orgullo, se trata de que hay ansiedades de las que nadie se cura, ni teniendo el remedio que te hace sudar y luego te da frío, o viceversa.

La humedad expectante reposa más en el pensamiento que te circunda, que en mi piel tibia... allí el problema... es que si solo hubieses dejado huellas mojadas en mi cuerpo, si nada más las marcas de buen sexo se quedaban arropadas en la alcoba, estaría bien, en cambio, no sé de qué forma, llevo el eco de tus alaridos retumbando en mi mente.

No se me quita, sigo besándote con la mente en blanco, continuo haciéndote el amor cuando mi mirada se extravía en algún horizonte, aunque la compañía sea buena.

Tu gran ausencia es buena conmigo, no me asola. El fantasma de nuestro placer se me sigue apareciendo cuando menos lo creo y siempre vuelvo a sorprenderme por recordarte.