Por el espejo retrovisor (relato corto).

Nunca he sido una persona que le rinda tributo a una deidad y de hecho, creyente no soy. Nunca he creído en entes paranormales y tampoco creo mucho en eso de la vida después de la muerte. Tampoco he creído nunca que allá arriba hay un ser omnipotente que todo lo ve y que allá abajo hay un ser que conduce a la humanidad por el camino del mal. Simplemente creo en lo tangible, aquello que se pueda percibir de una manera clara; creo en que a tu alrededor siempre hay personas malas que harán lo posible para verte fracasar así como también personas buenas que estarán para ayudarte. En eso creo: en lo real.

Pero aquella noche pasó algo bastante extraño, algo que hizo que por un momento dudara de lo que es real y de lo que no lo es. Me encontraba de paseo por las playas de La Guaira en el estado Vargas, con mi pequeño ahijado; apenas el Sol comenzó a esconderse de a poco iniciamos el recorrido de regreso a Caracas. No habían pasado ni cinco minutos de recorrido cuando mi pequeño ahijado cayó completamente rendido sobre los brazos de Morfeo, lo observé rápidamente por el retrovisor, pero algo en particular había llamado mi atención: en el asiento trasero de mi viejo Ford Sefil no se encontraba únicamente mi ahijado sino que también había un pasajero adicional, un pasajero que no había abordado el automóvil con nosotros desde un principio. Volteé rápidamente para asegurarme de que lo que había visto por el espejo era real y en efecto lo era, aquel extraño niño me observaba fijamente mientras me sonreía. Era más o menos de la edad de mi ahijado, rubio, no llevaba camiseta pero sí unos shorts playeros. Traté de buscarle el lado lógico a la situación: probablemente mi mente estaba jugando conmigo, pero ¿de qué manera? pues no había ingerido ningún tipo de bebida alcohólica como para poder alucinar cosas, tampoco estaba en una condición de cansancio extremo que hiciera alucinar.

Observé de nuevo a través del retrovisor, aquel niño rubio aún tenía su mirada clavada sobre mí. Comencé a ponerme un poco nervioso, mis manos aferradas fuertemente al volante comenzaron a sudar, mi respiración se aceleró. Traté de concentrarme en la vía, luego de haber entrado en la Autopista miré nuevamente por el retrovisor: el niño rubio había desaparecido. Desperté a mi ahijado, le pregunté que si se encontraba bien, el niño totalmente desconcertado me respondió que sí y con un poco más de tranquilidad pude continuar con nuestro recorrido de regreso.

Lo que vi aquella noche estuvo dando vueltas en mi cabeza durante unas cuantas semanas, no se lo quise comentar a nadie para evitar comentarios inapropiados o burlones del tipo: “Armando, ¿tú no que no creías en fantasmas?”; pero en una de las tantas tardes con mis compañeros de bebida, en medio de historias y más historias les terminé contando a mis compañeros lo que me había sucedido aquella noche. Uno de ellos, José, fue el que habló primero:

Algunos dicen que por esas vías es normal ver a aquellas pobres almas de las personas que perecieron en la tragedia del año 99. Almas que quedaron vagando sin rumbo fijo, desorientadas sin saber qué fue exactamente lo que les pasó.