Escribo para contarle de mis gallardías en estas lejanías, los desaforados gigantes han querido torturarme, con sus brazos largos mi lanza hicieron pedazos, y a Rocinante enviaron distante.

Me dirigí a ellos con voz alta para evitar que se fugaran, eran cuantiosos, pero yo mi señora Dulcinea, la evoqué, como siempre lo hago en cada batalla, pidiendo que me socorriese, porque su buena fama es mi aliento para lanzarme al hecho.

Escudriñar aventuras es lo que me mantiene lejos de usted señora mía, debo ser merecedor de su amor. Qué más hubiese querido yo, que despachar a los gigantes hasta su aposento para que le contaran como los derrote sin misericordia alguna; así usted sabría lo valeroso que soy con mi armadura. Sin embargo, la vista me engaño, y los bandidos fornidos, no eran más que viejos molinos, con movimientos de aspas cuando el viento pasaba.

Sancho Panza a Rocinante auxilió, y de los suelos lo levantó; Os he dicho a mi escudero que no debe intervenir jamás cuando esté de frente a un caballero, las batallas deben librarse entre galanes, sin que se creen desventajas casuales. Pero, puede usted estar tranquila hermosa Dulcinea, un honorable señor jamás se lamenta por alguna extremidad maltrecha, entonces si llegasen hasta sus oídos algunos lamentos, no piense que son míos, son de mi escudero, él se queja hasta porque se quedó sin cena, y eso que está rechoncho, encubre comilona en las botas.

Al llegar la noche, nos acondicionamos entre árboles por el camino, Sancho Panza me ha homenajeado con serenata, duerme y ronca haciendo bullicios que espantan; mientras tanto Rocinante relincha sonámbulo, junto al rucio asno. No puedo conciliar el sueño, ciertamente con el alba tendré que zarandear al escudero, avivarlo de su sueño. Mi gran señora si usted lo viera, parece un infante dormido, grueso y con olor a cebolla, no como usted que huele a jazmín y rosas.

Debo continuar mis batallas, defender a las damiselas secuestradas, no permitiré que salteadores, se disfracen de frailes y las despojen. No se ponga celosa mi hermosa Dulcinea, soy obediente a su amor, es usted mi religión.

Tu servidor,

Don Quijote.

P.D. Envió algunos retratos de mis batallas mágicas, para que sepáis que no miento.

Los desaforados gigantes, a mi lado Sancho Panza.

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Instante luego de la gran batalla, cuando descubro que los desaforados eran molinos de viento.

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Descansando bajo los árboles, donde escribí tu carta hermosa dama; Sancho Panza roncando, Rocinante y el asno.

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Hable con los molinos de viento, y les pedí de una manera cordial, que me permitieran posar junto a ellos, yo como el vencedor de la batalla. Me veo valeroso ¿verdad?

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Esta historia está inspirada en la obra de Miguel de Cervantes "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha", capítulo VIII "Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación"