Abandonados

-Martha, despierta- La mujer abre los ojos, sus piernas le duelen, sus brazos le duelen, pero debe levantarse. Con cuidado mueve su cuerpo, lentamente se va al baño. Cuando va al baño cepilla los dientes que le quedan y ve en el espejo su rostro, lleno de arrugas, de manchas, de experiencia, de dolor.

A la velocidad que puede se viste, camina y llega donde está su compañero de vida. Él también está cansado, pero juntos siempre salen adelante. En el exterior de la pequeña casa aún no sale el sol. Son las cuatro de la madrugada, pero las dos almas cansadas deben salir a trabajar.

Con ternura se complementan, ella hace guisos, y el prepara masas, corta carnes y ralla el queso. Lo colocan todo en recipientes y lo ponen sobre el pequeño carrito de comida donde todos los días venden sus empanadas.

El señor empuja el carrito desde la casa hasta la puerta de una escuela, mientras Martha, sintiendo como late su corazón desenfrenado, carga las sillas donde se sientan sus clientes. Llegan a su puesto habitual a las seis de la mañana, y esperan su clientela. Marta fríe cada empanada con ganas y cariño; de alguna forma deben pagar sus medicinas.

Su esposo, está con ella, limpiando, entregando a cada quien lo que pide, cobrando. Son un equipo, un hermoso equipo.

Al terminar la mañana, Thomás empuja el carro nuevamente hacia su pequeño hogar, mientras su señora lleva las sillas plegables en cada brazo.

Quizás piensas que pueden llegar a descansar, pero no. Solo comen un poco y salen a buscar en el mercado la materia prima para su trabajo.

Al llegar a casa ya solo quieren descansar, así que se sientan juntos a ver la televisión. Nadie llama a casa para saber como están, nadie llama a casa para ofrecer compañía, nadie llega a casa a llevarles comida.

Tienen cuatro hijos, dos hembras, dos varones. Cada uno con sus familias, cada uno con sus nuevas vidas, hacen ojos ciegos a lo que hacen sus progenitores.

Es jueves al mediodía. Martha parepara el almuerzo en su pequeña cocina cuando su hija toca a la puerta.

-Mamá, cuida a Lucia, hace mucho que no la ves. Debo trabajar esta tarde y el colegio los despachó temprano. La recojo para la cena. - Sin preguntar como está su madre, se marcha. Martha nunca se ha preocupado por eso, sabe como son los hijos. Guía a la pequeña lucia, que se parece mucho a su hija a la misma edad, la lleva a la mesa y habla con ella mucho rato, de la escuela, los deberes... comen y ésta vez debe Thomás marcharse solo a buscar los ingredientes para su trabajo.

Martha juega toda la tarde con su nieta, le hace dibujos y ven caricaturas.

Thomás llega ese día un poco más tarde lo habitual, se extravió nuevamente, siempre que va solo se sube al autobus equivocado. Pero está en el hogar y es lo que importa.

Las seis de la tarde llegan, pero su hija no llega a buscar a la pequeña Lucia. Martha prepara una deliciosa cena y juntos comparten frente al viejo televisor.

A las nueve de la noche llama la hija, notifica que no puede buscar a la pequeña, tuvo que viajar por trabajo, así que espera que cuiden a la pequeña y ella regresaría en una semana, la señora del servicio de la casa le llevaría ropa a la pequeña para la semana.

-Cuidate mija, Dios te bendiga - Martha no conocía el no para sus hijos. Pero todo eso implicaba solo una cosa, esta semana, la pacifica pareja de la tercera edad no podrían trabajar. Pero no les pesaba, esperaban reponer luego.

Sin duda fue un descanso, pudieron dormir un poco más cada mañana, compartieron y rieron con la pequeña Lucía, recordando cuando sus hijos estaban aún con ellos. A la semana su hija buscó a la pequeña. Y de nuevo los días de trabajo se retomaron.

Pero no duraron mucho, el corazón de Martha enfermó. Thomás la llevo a emergencias. En el lugar le pusieron tratamiento y monitorizaron su frágil corazón, él siempre fue su compañero. Y juntos se marcharon luego de esos fatídicos días a su hogar. Pero había muchas medicinas que comprar, más de las que ya compraban.

Nadie fue al hospital, nadie visitó a Martha esos próximos días, donde Thomás buscaba en cada gaveta algo más de dinero para cada medicamento. Pero no había nada, solo tristeza y soledad.

A pesar de que su corazón falló, preservaba el amor y la fé, así que llamó a sus hijos. A cada uno le explicó la situación, les pidió ayuda, pero cada uno tenía responsabilidades, cada uno tenía cuentas por pagar. Poco a poco las lágrimas llenaron sus ojos, sin duda estaban solos. Después de tantos años de risas, juegos y crianza, sus hijos se olvidaron de ellos. Centrados en sus intereses y necesidades.

Pero aún así los seguirían amando, sin importar qué los amarían.

Sin más que hacer Martha decidió trabajar nuevamente. No había nada que hacer, con esfuerzo repitieron la rutina, con mucho amor y dedicación.

Pero una mañana, la amorosa señora no soportó la presión, y el dolor fue tan insostenible que cayó en el piso.

En el hospital ya no hubo vuelta atrás, le había dado otro infarto, y se fue sin decirle adiós a su amado Thomás. Él lloró mucho, no sabía que se quedaría solo, donde nadie lo cuidaría, ni le haría compañía, porqué su gran amor, su compañera se había ido.

Ahora iría a una casa sola, desolada. Sintiéndose abandonado, roto. No quería hablar con nadie, no quería palabras de nadie. Solo quería de regreso a su Martha.

Con el tiempo también se enfermó, todo el sufrimiento lo dañó. Pero no hubo apoyo, no hubo compañía, ya no solo se extraviaba en el bus, se extravía en su propia casa. Hasta que ya no supo volver y su mente se volvió un vacío y oscuridad. Solo y perdido en el mundo, solo con un vago recuerdo de un viejo amor.