Paso uno
A la octava vez que oyó sonar el desagradable timbre de la puerta, con golpecitos en la puerta intercalados, abandonó la fructífera paja que se le estaba alargando por la calidad del vídeo y el control de su eyaculación y de esa guisa, con la camiseta como único atuendo y un olor a mar con resaca, abrió violentamente la puerta.
No dejó hablar al comercial más de un gemido o palabra cortada, lo cogió de las solapas del traje barato y con corte absurdo que llevaba y levantado de un puñado, lo arrojó con violencia sobre el tramo de escalera que sobrevoló, hasta que impactó su cabeza contra el muro del descansillo entre escalones y mutó su rostro, girado en una perspectiva que lo hacia ridículo a una mueca entre sorpresa y miedo. Una sangre negra como el alma de un político, empezó a brotar mientras cerró pausadamente la puerta y se encaminó de nuevo a sus masturbatorias distracciones.
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