La huida(Parte segunda)
En la calle vio una chica que a unos pasos de él, andaba a buen ritmo pero calculó que en cuanto guardase el móvil donde iba consultando mil cosas por las calles más feas pues la adelantaría sin remisión, craso error, tras unos primeros metros donde pudo apreciar la buena planta y el buen gusto en el minimalismo de su vestir, se dio cuenta de la imposibilidad de adelantar, según se iba acercando, ella aceleraba el paso, no era algo evidente no era algo tan claro que le hiciera desistir de su intento, pero de una forma endiablada la pinza de palillos chinos que formaban sus piernas, se la apañaban de tal forma que hizo vano todos sus intentos de adelantamiento.
Notó que ella fugazmente revisaba la distancia en los espejos de los establecimientos que iban cruzando, eso le hizo casi desistir del paso, se limitó a seguir a buen ritmo detrás, tampoco se trataba de un reto, simplemente pensó que la diferencia de ritmos iba a hacer que se produjera de forma natural el adelantamiento, hasta que se cruzó con esos chicos.
Unos chicos altos, espigados de raza negra, de los muchos que pueblan este entorno multicultural y racial, a los que ella en un súbito cambio de humor, cambió su impertérrito paso y a grandes voces y señalando en mi dirección, les hizo entender que la perseguía, que le acosaba. Llegué incluso a mirar hacia detrás a ver si se había dado la coincidencia de un tercero que levantara las sospechas de la veloz compañera de acera, fue el último gesto consciente que recuerdo, al volver la cabeza hacia adelante, con el cerebro bullente de mil explicaciones sobre la casualidad de caminos o destinos, fue recibido por un golpe sordo, un gancho que aprisionó mi lengua entre los dientes y el sabor a hueso, a saliva, el salado de la sangre, me recibió en la genuflexión que acompañó el segundo golpe en el plexo solar que me dejó sin la posibilidad de explicación o súplica esperando durante unos eternos segundos el siguiente movimiento.7
Ella se acercó, me puso la capucha de la sudadera, me la quitó, dudó,
No es él
Y el silencio se hizo y la soledad me acompañó durante el siguiente minuto, algún curioso viandante pero ninguna ayuda, me levanté , al fin al cabo, había tenido suerte, todo había sido un desgraciado mal entendido, regresé como pude a mi casa, preparé lo que quedaba de comida y me di una ducha para lavar los restos de mi orgullo y mi esposa no notara nada.
Comimos, estuve taciturno, después la siesta, café y nos dispusimos a dar un paseo que diera sentido a la tarde, casi había olvidado el incidente de la mañana, al menos de forma consciente, cuando en el mismo sitio, me volví a cruzar con su mirada, esta vez, me sonrió.
