La higuera

in #spanish5 years ago

Paco, a sus setenta y seis años bien cumplidos, en el enésimo intento de levantarse del sofá y no poder, al tener que esperar a la humillación de esperar que su esposa, despertase de la siesta y le arrimase una silla, para con un poco de ayuda adicional levantarse, decidió como decíamos arrendar las olivas, su cuerpo no daba para más, con gran pesar quedó con la persona que le ayudaba con otras olivas que tenía(herencias de familiares, terrenos compartidos, ganas de no ver a nadie)

Tras una negociación con pocas cosas que debatir, consiguió un acuerdo que era malo, pero realmente tenía pocas opciones y al menos con esta persona, tenía la confianza de que las olivas, iban a ser respetadas y cuidadas. Selló un acuerdo de seis años, a sus 76 años, y su mala salud, tenía pocas esperanzas de ver terminar el acuerdo, "quien venga que arree" pensó. Y la firma en notaría, hizo que la amargura destilara por su garganta como rutina habitual del día.

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Los días al lado de su esposa, eran largos, eran dos personas absolutamente distintas, él, era de hábitos muy madrugadores, a las cinco incluso a las cuatro de la mañana de cada día ya estaba amanecido, permanecía en la cama por no andar zascandileando por la casa, pero luego, el café, una magdalena y la nada. Su esposa, raramente amanecía antes de las once de la mañana, se entretenía paseando a los perros, comprando el pan y repasando la prensa mientras tomaba un café con churros en algún bar de los muchos que existían.(bares, solo bares, es lo que queda, recuerdo de esos mineros de amanecer temprano y acostarse tarde.)

La televisión, no le distraía, para una persona acostumbrada a jornadas de 8 a 12 horas de trabajo y salir de uno y empalmar con el campo y una jornada y un año y otro y otro y así, cincuenta años, lo menos, era la primera vez, que paraba realmente, no tenía grandes cosas que hacer, ni aficiones, solo dolor, de un cuerpo machacado, no escuchado durante años.

Le dio por adecentar el patio, arregló un viejo tramo de escaleras que no llevaba a ninguna parte, solo por el gusto de hacer algo, recuperó un pozo que había que llevaba años tapiado y canalizó el agua para el riego de las plantas y la higuera del terreno aledaño al patio. Asi los meses, fueron pasando, y la tarea le absorbía, interrumpido a diario, por las tardes por la llegada de sus nietos, y eventualmente por las visitas de sus hijas.

Removió la tierra dura azada a azada de lo que se dijo que fue un cementerio(algún resto de hueso y piedra dura de losa encontró pero acabó como toda esa tierra en sacos en el contenedor cercano), después de vaciar el espacio equivalente a un metro de altura y rellenar con tierra en condiciones para el cultivo, plantó una pequeña huerta que fue usando para cocinar, para embotar, para secar.

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Una mañana, no escuchó ruido en la casa, el desacostumbrado silencio, hizo que la esposa se quedase en la cama un rato más de lo acostumbrado, hasta que los ladridos de la perra implorando calle, comida o ambas cosas, le hizo levantarse con pesar de la cama. Le buscó por el salón, la cocina, habría salido, fue al baño, se arregló y se dispuso a tomar el desayuno.

Tras un rato de televisión, decidió llamar a su marido, a ver por donde andaba, qué iban a comer, que planes había, y la necesidad imperiosa de saber si había comprado el litro de vino blanco que le iba a hacer falta para estofar no se que carne que llevaba tiempo congelada.

A pleno sol, salió a bajar el toldo y aprovechar la fresca que le pudiera dar al día, y vio a la perrilla, quieta, impertérrita al lado de la higuera, vio la bolsa del supermercado con la compra hecha, y de la higuera, colgando como un higo maduro, una soga que se perdía en el grotesco por la postura cuello morado del que había sido su marido.

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