Historias de un ferroviario. El doctor
Ya os he contado en otras ocasiones aventuras de mis años en la estación de las minas, fueron tiempos duros, rodeados de personajes engendrados directamente de la España más profunda, no es que uno fuese como diría el maestro Sabina la “crema de la intelectualidad” pero gastaba prudencia, poco amor al régimen y una tendencia a esquivar tareas que no me concercían que hicieron que mis años más mozos hasta el traslado a la estación de Linares-Baeza, fueran de un trabajo constante pero asumible.
Ya os he hablado otras veces de mi compañero el conductor de locomotoras, el Vivas, maquinista de apoyo en la estación, cuando había un pico de carga o alguno de los otros compañeros por la causa que fuese pues hubieran caído enfermos. Un día, le tocó a él, estábamos en la cantina, despachando esos cafés que era el sustitutivo de la sangre, junto al tabaco, la excusa perfecta para pasar las horas muertas, y realmente, aquel día el Vivas, tenía mala cara. Se mandó llamar al médico más cercano que vivía junto a las casas del poblado minero de Alquife, un médico que venía de Salamanca creo recordar, y que por azares del destino y amoríos, había acabado con un puesto en un lugar alejado de las faldas ajenas y con trabajo a destajo con los mineros. El caso, es que se le vino a llamar, para que viese que le pasaba a la gran bestia del Vivas, ese furor desatado al cual en esos días no le salía la voz del cuerpo.
El caso que el hombre le preguntó sin mucho ceremonial, allá mismo en las cantinas, que como se encontraba, le auscultó el pecho, a espalda, le tomó el pulso, le miró la hedionda boca, y sacando un talonario de recetas que llevaba en el preceptivo maletín de médico, con aire solemne le recetó unos supositorios(antes nos sé porqué, sería una deformación profesional del régimen, se nos mandaba todo vía rectal), le dijo que llevase la receta al dispensario, y que en unos días verían.
No estuve muy atento a la enfermedad del Vivas, la verdad, era época de podar las parras antes que los fríos arrasaran con las mismas, llegaba con el sueño justo a la estación, el rellenado de los interminables partes de trabajo, el trasiego de los cafés y las ollas de los monotemáticos cocidos que nos gastabamos y el libar de ese vinazo, de mucho cuerpo y áspero sabor, los taninos que dicen ahora, que nos hemos vuelto todos tan finos.
Del vino decir, que en todas las tascas de la comarca, pues era el mismo, había unas bodegas en la zona de Alcudia a Jerez del Marquesado del Zenete, al cual, el tabernero más cercano, se llegaba en una motillo de esas de dos tiempos, con el enorme garrafón sostenido entre sus piernas, dejando a su mujer y a un tío que tenía que no servía para nada pendiente de que no se le escapase ni un duro de esas cuentas.
No tardaba mucho, llegaba haciendo equilibrios, colocaba los aperos a la garrafa recién comprada y hala a seguir sirviendo vasos y garbanzos tostados o pipas, en esa indefectible rutina que haría a las generaciones que viven hoy en día torcer el morro.
El caso, es que volvieron a coincidir al cabo de los días el médico del poblado minero con el Vivas y le preguntó el buen señor que como se encontraba al bruto.
Pues mire doctor no encuentro alivio, y además que malo sabe eso doctor, es como que se me revuelve el estómago.
El momentáneo silencio, devino en risotada, a la que hasta el médico se unió, imaginaros si era burro el bueno del Vivas,que ingería vía oral los supositorios destinados al otro extremo del tracto, en fin en esas cosas pasábamos los días tan duros, la ignorancia campaba a sus anchas. El pueblo llano, pecabamos de un analfabetismo galopante, lo realmente importante, era la obediencia y el silencio, el estudiar para los señoritos, no contravenir la cadena del mando, garantizaba un sustento magro e insuficiente, pero la alternativa, era el pavor, la muerte por hambre o acabar en uno de eso presidios donde los disidentes, entraban hombres y salían sin rastro de dignidad alguna, mortificados por los fríos, el hambre, la necesidad y el trato vejatorio si no los trabajos forzados para modelar el “espíritu nacional”
El Vivas no era muy vivo por lo que cuentas jaja, excelente forma de narrar. El equipo Cervantes apoyando el contenido original y de calidad.
Bruto de solemnidad, buena persona, lo que tenía lo daba, pero más bruto que los burros que sorteaban el puerto la ragua. Afín al régimen, eso sí.