Bares de carretera

Por carretera, después de más de cien kilómetros de árido paisaje, ni una gasolinera, ni un área de servicio, ni un triste cambio de sentido, apenas algunas señales de prohibido ir a más de 120 kms por hora, jalonan el paisaje, por la radio, una emisora indeterminada, suenan clásicos pop de los noventa de esos que llevas como esos mismos años sin oír.

Al fin una señal de área de servicio, un cartelón de esos grandes que tras tantos kilómetros de monótona carretera se te antoja como una suerte de paraíso salafista. Hay que hacer una gran curva para llegar a la misma, un trozo de carretera hacia ninguna parte, pero desde arriba, se ven se ven los camiones aparcados en el descampado o parking justo al lado, se divisan durante unos segundos, lo justo como para hacer tomar la decisión irrevocable de tomar el almuerzo en dicho lugar.

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El sitio, tétrico, casi desierto de personas a pesar de la cantidad de trailers aparcado, mugriento como buen bar de carretera de los ochenta un chico de una edad indeterminada entre los cuarenta y los cincuenta y pelo encrespado y sucio, nos pregunta si venimos a comer para luego contestarnos sin apenas dejar lugar al resquicio de la respuesta que ya no dan almuerzos que si queremos que nos preparan un bocadillo y entona la cantinela harto aprendida de las variedades del lugar.

Vagamente pido dos bocadillos de jamón, no me da ni tiempo a pedirle la bebida, automáticamente canta a cocina los bocadillos y atiende a nuevos e incautos viandantes. Tomamos una mesa metálica de fuera, tardan en preparar los bocadillos, me llego a la estación de servicio, una botella de agua, para amenizar la espera, arrepentido de la decisión, en ese inhóspito llano, eso sí, rodeado de trailers.

Mi acompañante vuelve con una cara de asco supremo del cuarto de baño, me ahorro preguntarle por el estado del mismo probáblemente no se limpian desde que el albañil que los instaló echó un chorro de lejía para limpiar los restos de la lechada de blanqueamiento de la instalación, estamos en pleno mes de Octubre pero el sudor perla mi frente, casi decidido a irnos sin esperar el maldito bocadillo, suena la voz de trueno del mesonero, ya están, los retiro, le digo que lo vamos a comer fuera, a la fresca, no dice nada, está ya de nuevo atendiendo de forma nerviosa a cualquier otra persona de las que habita la barra.

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El bocadillo, nada del otro mundo, pan precocido(el único atisbo de modernidad del lugar, pero para mal), jamón normal, del que te da el charcutero de los serranos de oferta,y eso que el hambre suele volver generoso a nuestro paladar, agigantando el placer gastronómico donde solo hay un triste remendo de carne a medio curar que cuesta pasar de forma medio decente por el gollete.

Una pareja sale con gesto enfadado del interior del restaurante, no llevan nada en las manos, creo que entraron poco después que yo, al poco de andar hacia su coche, discuten a gritos, parece que no se enteraron que no servían comida y estaban sentados y se han molestado, está claro que el camarero no es el más servicial de los hosteleros.

Terminamos el bocadillo más por hambre y por pereza de recoger los restos que por cualquier atisbo de calidad gastronómica del mismo, aunque sea un simple bocadillo no se la miga, la corteza del pan, el corte del jamón, la suavidad del aceite de unte, no sé, y tomando un trago largo de agua, decido entrar a afrontar la dolorosa, con un nudo en la garganta de ver cuál será el siguiente obsequio de tan sin par camarero. Lo que me temía, diez euros por dos bocadillos de mala muerte y un intento frustrado de cobrarnos unas bebidas que ni siquiera me dio la opción de pedir.

Antes de abandonar ese área de mal servicio, por curiosidad me acerco a la zona de los trailers,escucho la voz de mi acompañante lanzando una letanía de queja, bajo el sol punzante de la desértica explanada, no le presto atención, mi curiosidad me puede.

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Nada, no hay nada, es decir no hay nadie, es una sucesión de trailers y cabezas de camión sin ningún contenido, en estos transportes no ha habido nadie por años, desalentado, abandono la exploración y vuelvo al redil del auto compartido y de la ruta que queda hasta el destino.

Mientras mi acompañante conduce, por curiosidad miro las clasificaciones del restaurante que acabamos de dejar afortunadamente atrás, para mi sorpresa, el lugar tenía fama por ser el combustible muy barato aunque dudosa calidad, es una familia que lleva la explotación, nunca mejor dicho de todo el recinto, lo de los camiones y trailers, es un capricho del viejo, que fue camionero toda su vida y se le ocurrió comprar a los desguaces unos pocos, sólo con fines ornamentales….

Gracias por leerme