Agapornis

in #spanish7 years ago

Habían tenido bastantes desencuentros, los últimos, bastante subidos de tono. La relación con el cliente, de una confianza dada por los años, había degenerado, hasta el punto, de la descalificación personal por ambas partes. Pactaron a través de un mail, un armisticio,un momento de paz, para que la relación profesional, que interesaba a ambos, no se resintiera, acordaron quedar, y revisar de nuevo, la documentación, los flecos pendientes, hacer borrón y cuenta nueva, y ceñirse propiamente a eso a lo profesional única y exclusivamente.

Ella, aceptó de primeras, pero con posterioridad, como de juego, empezó de esa forma suave y obcecada como el que no quiere la cosa,de mosquita muerta, a plantear, objetivos para el día de la cita, “si no te importa te recojo en el coche donde siempre”, “podemos tomarnos algo y asi hablamos más tranquilos” “si te viene mejor por la mañana, me pido el día libre, por mi no hay problema”, “como a ti te venga bien”

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El respondió, cortésmente y de forma lo más breve y profesional posible y mediante correo electrónico, a los intentos de acercamiento por parte de ella, concretando todo en el marco más aséptica posible, inmutable en la hora, rígido en el momento en el que debía producirse el encuentro y refiriéndose de forma constante a su valioso tiempo que no admitía demoras, tenía una hora, solo una hora, pero suficiente para ver de forma holgada las cláusulas y condicionantes de las pólizas y partes contractuantes pendientes de revisar.

Como en anteriores ocasiones, ella esgrimió que se encontraba mal para el día de la cita, una enfermedad imprevista, un dolor imprevisible, una contingencia inaplazable...como buena ricachona ociosa, se encontraba siempre atareada en su burdo universo de películas de sobremesa de antena 3 y ollas de habichuelas de cocción prolongada. Se pospuso la cita a la semana siguiente, aceptó de mal grado.

La repugnancia ante lo innecesario del encuentro, le hacía querer que no se demorase más de lo preciso,sinceramente, a la larga, prefería la búsqueda de nuevos clientes a tener que seguir soportando esa ubre seca de alimento y ebria de pus, que esparcía oscuridad con su sola presencia.

Al fin, tuvo que transigir en su empeño inicial y fue recogido por ella a la hora precisa del día pactado, ahí estaba en la acera contraria de su casa(siempre fue difuso de la ubicación exacta de su hogar, no le gustaba tener gente merodeando alrededor de su privacidad), en cuanto abrió la puerta del coche, una vaharada de olor a perfume le golpeó el rostro, el bolso negro, grande, pesado, como siempre, estaba en el asiento, haciendo un poco más incómoda la tarea de sentarse, este hecho repetido no muchas veces, pero las suficientes, para que un amago de arcada, le viniese a la boca.

La colonia o perfume,no era ducho en esos temas, era una mezcla absurda de colonia falsificada, con olores con mucha madera, sándalo, pachulí, dios sabe qué, que le rememoraba las tiendas de anticuario y esos patios de vecina con mala ventilación, le daba por pensar que era una de esas colonias que vendían por catálogo cargadas de feromonas, con las cuales, según rezaba el anuncio, el impávido acompañante caería fatal e irremediablemente seducido en los brazos de la ávida perfumada.

El peso y el tamaño del bolso que siempre le tocaba llevar encima, en cada espaciado, breve y fugaz encuentro, le hacía pensar, que había dentro una grabadora de esas de las antiguas, de las que se usaba para cargar los juegos del Spectrum, con sus cuatro pilas buen gruesas, el peso del bolso, no se correspondía con el tamaño
(y eso que era respetable de por si, no llegaba a bolsa de playa pero lo veía un bolso desmesurado para el poco tamaño de su clienta). Esta vez, y sin indicación en contra ni a favor de su insidiosa propietaria, decidió ponerlo en el asiento trasero del vehículo, le inquietaba esa señal de familiaridad que daba ir con el bolso de ella encima.

En la radio, sonaba con poca calidad un cedé de ismael serrano, alguna vez le habría comentado algo, y de forma perenne sonaba en su radio, como una manera de mostrar una afinidad, le gustaba algún disco del cantautor, no precisamente el que sonaba en el que las influencias de Serrat y la música suramericana eran demasiado evidentes y las letras ajustadas con calzador, y en estos tiempos de amplia decepción hacía los mensajes de la izquierda, no había más que acrecentar la incomodidad de la cita no deseada no necesaria y absurda, tragó saliva y procuró dejar su mente en blanco.

Ella, se dio cuenta que no habría beso de saludo, le gustaba la incomodidad de la postura, que hacía que por un breve instante la posibilidad de rozar aunque fuese los lábios de él. Le disgustó sobremanera que echase el bolso atrás, arrancó el coche y se dispuso a ir a un lugar tranquilo donde revisar de nuevo sus papeles, era concienzuda, pertinaz hasta la obcecación en el control, tenía muchas tareas y se le olvidaba a veces repasar las cosas, le gustaba tener sus asuntos claritos, los contratos eran claros y sin letra pequeña, pero le gustaba escuchar en voz del mediador, por si les encontraba algún fallo, desconfiaba totalmente de las compañías aseguradoras, y si había entrado al trapo, era por sus intereses espúreos, porque negarlo, el mediador era muy guapo y le mostraba un mínimo interés, bueno a ella o a su dinero, que más da, pensó mientras iba acercandose a su destino.

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El trayecto, estaba siendo una tortura, el olor de perfume barato cargado de feromonas o lo que fuese, se mezclaba con el olor del perfumador de pino que colgaba del espejo(¿Quién usaba hoy en día eso, pensó?) y el olor como a hojas en descomposición que exhalaba su boca, ella, se apartó del camino,cogió un ramal de autovía, que no había porqué coger, no le mutó el rostro mientras, ella seguía con ese charloteo intrascendente sobre los acordes distorsionados de la poca calidad en watios de la radio, tomó una decisión, de forma rápida, fría, sin un atisbo de cálculo.

En la recta que presagiaba el acceso hacia la autovía, con disimulo, soltó el cinturón de seguridad de la conductora, ella, notó el cinto deslizarse, quizás tuvo un sesgo de emoción durante unas décimas de segundo cuando su mano apretó el muslo derecho de ella, la emoción, se transformó en sorpresa cuando bruscamente, apretó más y las revoluciones del coche alcanzaron de forma súbita las cuatro mil revoluciones con un rugido de dragón desatado.

Antes que de pudiera exclamar algo, de sorpresa o enfado, tomó el control del volante, un giro brusco, derrape y la sensación de una maza atravesó su cabeza.

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Recuperó el sentido con rapidez, el olor a combustible mezclado con el sonido de las voces que se arremolinaban alrededor le hizo reaccionar,miro al lado, no había duda, la expresión de su rostro con la sesada derramándose como una masa de pizza a medio hacer sobre el pelo empapado de sangre, la máscara grotesca de la muerte, con una lengua hinchada, amoratada, casi negra, asomando entre la mandíbula desplazada adornada con incrustaciones de cristal ,metal y hueso, mimetizada en un absurdo híbrido con su propio coche. Le dolía todo, salió como pudo del amasijo de chapa, el dolor era terrible, podía apoyar ambas piernas, rechazó la ayuda, cogió la carpeta con su documentación,se alejó como pudo.

Sort:  

Al principio del relato le había dado un rostro como este a la conductora.

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Pero al leer olor a pino y mas adelante con el derrapado que hizo al tomar o retomar el control del vehículo, por alguna razón la imagen de la conductora que tuve fue la de Lety de Rápidos y Furiosos (A todo gas en España)

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Creo que se le olvido el bolso que estaba en el asiento trasero o no se si es la misma carpeta que tomo. Entretenida la historia. Saludos.

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