El Mundo de Malvís: un jardín abandonado, Don Quijote y el mito de Bizancio (Primera Parte)

in #spanish7 years ago

Lejos del remanido ‘érase una vez’ con el que generalmente comienzan los cuentos o del angustioso comienzo de ‘anoche soñé con Manderley’ del que se apropió Hollywood para inmortalizar la novela ‘Rebeca’, de Daphne du Maurier, la presente historia o cuento si se prefiere, comienza, por expreso deseo del autor, con un sencillo, escueto y consentido ‘fue’. Es cierto: fue un puente atípico. Como tampoco me preocupa caer en los bajos fondos de la exageración, me atrevería a añadir, fiándome de esa Caja de Pandora, donde estoy convencido que yacen con sueño inquieto todos los recuerdos, que aquél fue, en realidad –y me otorgo a mí mismo el derecho de la reiteración- uno de esos puentes aparentemente desangelados –con el permiso y perdón del señor Millet-, en los que uno se arriesga a salir de casa porque no tiene más remedio y no porque el tiempo, que siempre tiene la primera, la mediana y la última palabra, le invite amablemente a hacerlo, prometiendo portarse bien, aún con los dedos cruzados. Puede que influyera, además, un otoño que apenas estaba dando sus primeros bostezos y el corazón, sin duda saturado por los aneurismas de la luz, el sol y el dolce far niente de los meses de verano, necesitaba con imperiosa urgencia –como el enfermo crónico su dosis diaria de cardyl-, una pequeña cura de paciencia, resignación y melancolía, donde apetecía más echar mano del sillón, sentarse enfrente de la ventana y dejar volar la imaginación, aunque fuera persiguiendo a esas hojas arrugadas y de color mortecino que el viento arrebataba a unos árboles que después de todo, mansos como dicen que es el sueño de los justos y a punto de quedar en la más completa indigencia, demostraban su valor no profiriendo ni una queja ni un lamento, que les acercara a esa humana cualidad emocional que es la debilidad. Quizás por ello, o porque en el fondo de mi alma sentía un impulso de rebelión frente a la golosina que es siempre la promesa de una aventura, acepté la invitación y siendo fiel a mi costumbre de viajar ligero de equipaje –como recomiendan esos buenos conocedores de la vida que son los bardos, perdón, quiero decir los poetas-, me preparé para conocer el Mundo de Malvís.
DSCN0517.JPG
Créanme: el Mundo de Malvís existe. Que a nadie le quepa la menor duda. Ahora bien, como tal, quien pretenda encontrarlo en ese sucedáneo de esquelas funerarias que son los mapas, se llevará el chasco de su vida. A diferencia del Reino del Preste Juan, que aunque figuraba en no pocos cartularios medievales, nadie fue capaz de encontrarlo jamás, el Mundo de Malvís, como Shambhalla, existe. Y como ocurre con Shambhalla, al Mundo de Malvís hay que ir con invitación. La única diferencia radica, en que generalmente en el Mundo de Malvís se recibe con los brazos abiertos a todo el mundo y en Shambhalla el acceso es restringido. De ahí que la Tradición insista en aquél mantra –y utilizo cortésmente esta palabra, porque dicen que se oculta en algún lugar remoto del Himalaya, donde los mantras, después de todo, son tan vitales como aquí los rosarios-, de que ‘muchos son los llamados, pero pocos los elegidos’. Llamado y elegido, pues, permítanme continuar e intenten imaginar, una vez dejado atrás ese triste aunque espectacular mojón geográfico que es el puerto de Despeñaperros –en sus proximidades tuvo lugar la célebre batalla de los Tres Reyes o de las Navas de Tolosa; o lo que es lo mismo, una carnicería tan brutal que durante años la tierra sólo parió plagas y enfermedades-, un penetrante y persistente olor a carburante sin depurar, al que, caso de no ser excesivamente remilgados, no tardarán en acostumbrarse y quién sabe, a lo mejor llegan incluso a ser amigos: la pechina.
DSCN0924.JPG
Lo han adivinado. Y si no, están a punto de hacerlo: el Mundo de Malvís está en Jaén. Y la pechina viene a ser, a mi modo de ver, que pueden o no compartir, ese llanto con el que el alma del olivo despide al hijo que los hombres, en su avidez, bautizan como oro líquido y que ya los romanos utilizaban hasta en la sopa. O hasta en el garum, si lo ven más apropiado: el aceite. De hecho, tanto dentro como fuera de los límites del Mundo de Malvís, hay olivos que por ascendencia o por descendencia –que en la variedad está el gusto-, tendrían todo el derecho, como ciudadanos por defecto de Roma que fueron, de llamarse Marco, Antoninus, Aurelius o Julius. Y hasta de merecer, por empaque, antigüedad, prestancia y sabiduría el honorífico y respetable título de Cayo precediendo al nombre. Jaén, como ya habrán imaginado, es un inmenso jardín de olivares en flor.
DSCN0934.JPG
No rechacemos la compañía de la pechina y alejándonos de las grandes capitales, esos buques insignia que son las ciudades hermanas de Úbeda y Baeza –si alguien quiere quedarse y seguir el rastro de los misteriosos antonianos, puede hacerlo libremente, faltaría más-, y dejando atrás también, aunque por escaso margen de kilómetros el interesante pueblo de Martos –con sus recuerdos a los antiguos santuarios matriarcales, sus desaparecidas vírgenes negras, sus cruces calatravas y su propio nombre como garantía de calidad del aceite puro de oliva virgen-, continuemos nuestro camino teniendo presente de que ya comenzamos a traspasar las fronteras del Mundo de Malvís.
DSCN0540.JPG
Tal vez no lo hayamos notado, impresionados por ese macizo imponente, que situado a nuestra diestra puede hacernos estremecer, sugiriendo a nuestra imaginación –siempre casquivana y fácil de impresionar- el lomo de un terrible dragón que la Tierra mantiene prisionero desde el tiempo de las heroicas guerras contra los Titanes. Es la Sierra de Mágina. Y su pico más alto, aquél que tiene la curiosa forma de tazón invertido –como alguno de los artefactos procedentes de ese otro mundo situado más allá de la realidad, que el investigador francés Jacques Vallée bautizó como Magonia-, es el Aznaitín, a cuya vera y estrechamente vigilado desde las alturas por esa linterna de los muertos, candil del peregrino o balcón de las estrellas que es su castillo venido a menos, un pueblecito blanco, de esos de cal y canto, donde crece el naranjo y el limonero –como diría el poeta- y también el geranio o pelargonio –como diría el propio Malvís-, de calles estrechas y empinadas, con canalillos que no distinguen el agua de las tormentas, de aromas de azahar y siemprevivas y gente de paz, sencilla gente de paz, de corazón abierto y aun de burro amarrado en puerta, es Albánchez de Mágina.
DSCN1208.JPG
Pero en nuestro deslumbre, quizás nos hemos precipitado y no hayamos reparado en un huerto, a nuestra izquierda –recuerden, que aunque no haya vuelto a mencionarlo, el tiempo no acompaña o lo hace a regañadientes, por lo que les recomiendo tener siempre a mano la fiable compañía de un paragüas-, que a simple vista, puede sugerirnos que el dueño es de tendencias volátiles, como aquél personaje que en la canción llamaban ‘abandonao’, reprochándole que no engrase los ejes de su carreta. Nada más lejos de la realidad. La realidad, o esa mínima parte que se mantiene a hurtadillas como un ladrón fuera del mundo de la ilusión, o Maya de las tradiciones budistas, es que esa casita desvencijada que se mantiene escondida entre árboles y matorrales, a cuya vera un cachorro de perdiguero ladra, salta y gira sobre sí mismo como si quisiera convertirse en ouroboros cada vez que un topo asoma la cabeza, que observa con melancolía un huerto cuya tierra surte frutos todas las estaciones, de variada gama y sabrosa calidad, tendría, incluso en sus silencios, muchas historias que contar. Tomates, judías, pimientos, granadas, entre otra variedad de frutas y hortalizas, son como la corrala bien avenida donde Malvís se refugia toda vez que herido por el no va más de ese juego de casino que es la vida moderna y urbanita, con sus cartas trucadas y su ruleta loca, el alma busca la bendita sabiduría y la paz de la tierra. Este lugar, como no podía ser de otra manera, tiene nombre y apellidos: es la Fraga de Malvís.
DSCN0814.JPG
Dejemos atrás la Fraga, con la tierra recibiendo ese esperma solidario que es la lluvia, y en andando un trecho más –como diría Don Quijote, cuyo rastro no tardaremos en encontrar-, detengámonos en esa ínsula situada también en este lado siniestro tocado por la fantasía de la Diosa, a medio camino entre la Fraga y Albánchez de Mágina y depositando nuestro equipaje en esa buena fonda, que no tardaremos en descubrir que es el Hostal San José de Hútar, disfrutemos de un corto, aunque necesario y gratificante descanso.
[Fin de la Primera Parte]

Coin Marketplace

STEEM 0.19
TRX 0.16
JST 0.030
BTC 63707.79
ETH 2610.83
USDT 1.00
SBD 2.81