No dejemos morir el amor (Reflexión)

Algo que preocupa actualmente es la creciente indolencia de las personas hacia el prójimo. La falta de amor a los semejantes que ha llevado a la humanidad a un barranco peligroso, ya que es el principio del final de la destrucción mutua.

Ya no existen esas relaciones estrechas entre vecinos, ni la preocupación por los otros que en décadas anteriores hizo resurgir a las naciones después de las dos grandes guerras.

Ha habido un retroceso hacia las etapas anteriores a esta y la tecnología con sus falsas amistades a distancia está colaborando en ello.

Hace falta volver a la época en que nuestro vecino era el familiar más cercano y los éxitos y fracasos de los mismos lo eran para toda la comunidad, a la época en que la familia era la base fundamental de la sociedad y las buenas enseñanzas impartidas en ella eran la esencia de nuestras acciones futuras.

Debemos regresar a la base de las enseñanzas cristianas, donde el amor es la piedra filosofal del humano y los valores la llave que lo hace encajar e interactuar en una sociedad donde es importante el pragmatismo y la benevolencia.

Es urgente deslastrarnos de la maldad y sus cómplices que a través de diversos métodos van envenenando nuestros corazones y los de nuestros hijos, sembrando en ellos las raíces de lo maligno.

Es importante protegerlos de ese flagelo, brindarles las armas para que el discernimiento proteja su ingenuidad y lo salve de la hecatombe de un mundo que ha perdido la razón primordial para amarse e interactuar con su semejantes sin maltratarlos o atacarlos.

No debemos olvidar que estamos obligados a seguir el ejemplo de Cristo y enseñar a nuestro prójimo e hijos con el ejemplo, ser faros en medio de la oscuridad, luz que los guie al rescate del milagro divino del amor, de tal forma que nuestros predecesores tengan un mejor futuro.

Nuestra existencial terrenal es efímera y volátil, hagamos de ella un escudo donde puedan protegerse quienes de alguna forma nos conozcan, revirtamos lo negativo que nos brinda la tecnología y hagamos de ella un vehículo infalible para que nuestro llamado a la hermandad cruce las fronteras de nuestro entorno y nuestras obras se inmortalicen a través de los tiempos.

Resucitemos de la infamia y las perversiones que han ganado espacio a través de los siglos y tomemos como bandera el perdón, maximizado y expresado por Jesús en la cruz, al pedirlo por quienes lo habían crucificado.

Cuando el amor muera el hombre habrá dejado de existir aunque siga habitando la faz del planeta.