La petite morte (Prosa poética) (Capitulo 1)

in #spanish7 years ago

En mi vida no existen nombres, por lo que en esta especie de Diario dedicado a quien logró regresarme desde mi propio escondite, no lo habrá.
Lo conocí una noche de tantas en las que jugaba a asesinar los minutos en el oscuro lugar donde trabajo desde que soy una mariposa que decidió volar, un ave atrevida que dejó el nido para aventurarse a explorar un cielo que parecía claro y ofrecía libertad, esperanzas y sueños y que terminó, cual Ícaro, quemando mis alas de cera y obligándome a caer a un precipicio en el cual quedé maltrecha y mortalmente herida, pero no con laceraciones carnales sino más profundas, más letales, mas ignominiosas, que tuvieron a mi alma por muchos años en un coma del que apenas despierta.
Era uno más de ese ejército de desconocidos que buscan en los placeres refinados y atrevidos de las prostitutas, para escapar de las represiones impuestas por una sociedad que se olvida que dentro de nuestra estructura molecular se encuentran hormonas, las cuales son toros salvajes imposible de domarlos porque son pilares de la esencia con la que vivimos.
Me miró indiferentemente, como mira el carnicero la carne que cortará para que el cliente quede satisfecho de su destreza.
Noté cierto aire de nostalgia en sus ojos, en su forma displicente en la que con un gesto me pidió que me sentara a su lado.


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Su bebida a medio tomar me indicó que no era un animal nocturno como los que se paseaban frecuentemente allí y eso en parte me hizo sentir relajada, porque por esos misterios del destino, mis últimos días habían estado condimentados con sobresaltos y temores, con cierta intranquilidad ante la incertidumbre del paso de los años que nos van dejando limitaciones y se van llevando sueños y metas trazadas.
Extrañamente a lo que todos hacen me preguntó mi nombre y le di el que uso en mi profesión no el que aparece en mi identificación, él no tuvo problemas en darme el suyo, en hablarme en los siguientes minutos de lo que hacía, donde vivía y que lo había llevado hasta allí.
Me di cuenta que no buscaba los placeres de mi cuerpo sino simplemente compañía con la que entablar un diálogo sin restricciones, cosa que se convirtió en un monologo ya que no estaba preparada para compartir con un desconocido. Sin embargo, lo entendió.
Por momentos me miraba y sus ojos brillaban para luego apagarse.
Algo tenía en común con casi todos los asistentes, pertenecía a un estatus social privilegiado, con mansiones, esclavos, dinero para malgastar o recorrer el mundo mil veces sin que se acabara.
Pero contrariamente a ellos no era altivo ni prepotente, no miraba a nadie por encima del hombro ni poseía gestos de autoridad o mando, al contrario, su voz era dulce y pausada.


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Me lo llevé a la habitación como rescatándolo de la jauría de quienes nos rodeaban o temiendo ser solicitada por algún viejo cliente que valiéndose de su antigüedad podría exigir mi compañía y tal como indicaban las reglas del lugar estaba obligada a brindárselas. Solo estando en una habitación escapaba a ese mandato.
Me molestó en un primer momento que no mostrara deseos de mi cuerpo y hasta por un instante pensé que era una de esas especies secretas que prefieren los brazos musculosos de otro hombre al contacto tibio de un pezón.
Lo abracé en la cama, mi lengua acalló su plática y mis caricias lograron sacarlo de esa capsula temporal donde estaba inmerso.
Fui explorándolo lentamente, como la mujer experta que intenta enseñar a un joven virgen a disfrutar el placer del éxtasis y me encontré con la furia del hombre que embriagado por la testosterona me desnudó y bebió de mis extrañas como del vino que se fabricaba en sus tierras.
Luché por no perder la compostura, por ser más profesional que pasional y lo logré sin que se diera cuenta y al final quedé como el cachorro que ha negado a su amo una caricia o como el paraguas que ha impedido a su poseedor ser bañado por el deleite del agua que la naturaleza le regala.
Sin embargo, pagó por mi compañía toda la noche.
Y por primera vez no me sentí humillada de ser alguien que vende su tiempo y cuerpo para poder sobrevivir en un mundo que nos asesina a diario.
Desnudos en la cama, lo escuché las siguientes horas, incluso me atreví a contarle algo de mi vida y cuando llegó el momento de despedirnos me dio un beso en la mejilla y prometió regresar otro día, cuando volviera de un viaje que por la tarde iniciaría.


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Ese día sin saberlo comenzaría una nueva experiencia, una nueva forma de ver más allá de los ojos o de las máscaras que cubren los rostros de quienes creen que el dinero es la felicidad o la llave capaz de abrir todas las puertas.
Ese día sin saberlo comenzaba a ser nuevamente la mariposa que quemó sus alas en el sol

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@joseph1956, buen relato, me gustó que lo relataras desde el punto de vista de una mujer.

Muy bueno, me encantó :)

Qué interesante, a ver cómo sigue la relación. Desde siempre, puede decirse, he visto la necesidad de apoyar a las trabajadoras de este sector -se suele decir en femenino, aunque también hay muchos hombres que ejercen este trabajo-, y no desde casa, sino con ellas (aquí tengo que precisar, para los bienpensados, que nunca he tenido nada que ver con este tipo de actividad, de la misma forma que no hace falta ser negro para apoyar el antirracismo), y llegué a conocer a unas cuantas mujeres de las que dicen que venden su cuerpo, aunque lo que hacen es vender su fuerza de trabajo, como los demás. Y en alguna ocasión me contaron cosas parecidas a las que narras en este capítulo. Estupendo relato, un saludo.

Buen post amigo. Gracias por la aclaración con cheetah. Saludos

Simplemente hermoso y mas viniendo de un hombre.

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