Ensimismado en sus pensamientos Joaquín camina hacia la estación del metro.
Como un autómata cruza la calle y ya a salvo de los pitos de los autos se dispone a utilizar la escalera mecánica que lo llevará hasta el subterráneo.
Aun está en shock ante la propuesta de Mister Fredman, como lo llama, director de la más grande empresa de cine del país, de transformar su primera novela, la cual apenas ha tenido mediana aceptación en las librerías, en una película, por tal razón todo le parece descabellado.
Hasta pensó que era una broma con cámara oculta, por lo que no lo tomó muy en serio, pero ahora, con una copia del contrato en su maletín para ser estudiado y firmado, está convencido que alguna mutación ambiental ha provocado que el afamado empresario se interese por su historia, en la cual la protagonista, un ser creado por su imaginación con todas las características de llenar sus vacíos existenciales, narra su vida, tan parecida a la suya misma, que pareciera un ejercicio de catarsis compartida.
Siempre escribió poesía, esa incursión en la narrativa de la mano de la prosa poética fue solo un experimento que al final terminó siendo su primera publicación, gracias a la insistencia de una amiga, quien terminó sirviéndole de editora y hasta colaboró monetariamente para poder darle forma en papel al libro en la imprenta de su esposo.
Fue ella quien lo llamó e indicó la cita, a la cual no pudo asistir para acompañarlo.
-Joaquín prométeme que solo escucharás al Sr. Fredman, yo me encargo de lo demás después.
Se conocen desde niños y por tal razón el pedido, ya que conoce su aversión a ciertos personajes.
Un golpe lo saca de sus pensamientos.

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Ha tropezado con alguien.
-Disculpe.
Es una mujer a quien ve de reojo mientras se dobla a recoger un libro que ella cargaba en la mano y que ha rodado casi hasta las escaleras.
Con sorpresa al tomarlo se percata que es su novela.
Desde allí puede ver sus piernas enfundadas en medias de malla de nylon negro.
Se levanta y al tenerla frente a frente, como quien ha visto un fantasma, se queda perplejo en silencio.
-La culpa es mía, por andar apresurada para tomar el metro no lo vi, discúlpeme usted.
Su cerebro, como reveladora fotográfica de última generación le proyecta la imagen de alguien tan conocido que es imposible que sea la misma.
De la misma manera ella lo observa asombrada.
-¿Es usted Joaquín Febres?
Mueve su cabeza afirmativamente ante la resistencia de sus labios a moverse.
-¡Qué casualidad!
Su voz es la misma que proyecta su imaginación cuando llevada de la mano de su pluma crea los diálogos en los que participa.
Su figura enfundada en una vestimenta compuesta por mini falda jeans y blusa con escote en V, que muestra lo generoso de sus pechos, es la misma que inventó ser la preferida para ella.
Los carnosos labios pintados de un color poco usual como el marrón claro y sus ojos pardos claros, que ante el reflejo de la luz se tornan amarillos corroboran que quien está parada frente a él es la encarnación de la protagonista de su novela.
Rompiendo la barrera de la prisión de silencio en la que se encuentran sus cuerdas vocales atina a preguntarle.
-¿Te llamas Sheila?

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Lo mira a los ojos y puede sentir el destello que emanan de los suyos.
-¿Cómo lo sabe? ¿Nos conocemos?
No existen formas de explicar tantas casualidades o causalidades, de hacerlo sin dudas le llamaría loco.
-No.
Mira hacia todos lados para cerciorarse que no está soñando o que está siendo víctima del efecto de alguna droga de nueva generación de esas que se absorben por la piel y es utilizada por algunos de los modernos antisociales que tienen como territorio las estaciones del subterráneo.
Todo parece normal.
-¿Puedo invitarte un café o un jugo?
Sin pensarlo le dice.
-Como guste.
Caminan pocos metros y se sientan en unas mesas dispuestas para estos fines en una panadería.
-¿Vives en la ciudad?
-Estoy de visita
Se aventura a hablar o más bien a corroborar que los datos que ha inventado para su personaje sean precisamente los mismos de ella y a medida que pasan los minutos una sensación extraña le recorre todo el cuerpo.
Mientras ella, atónita lo observa.
En pocos minutos le describe su casa, gustos, amores, secretos y a quien ataca el silencio esta vez es a ella quien solo afirma con su cabeza, lo que él le va contando.
De repente se levanta nerviosa.
-Me tengo que ir
-¿Dónde puedo verla de nuevo?
-De seguro usted lo sabe mejor que yo, conoce más de mí que yo misma
Se marcha mientras él la observa hasta que se pierde tragada por las escaleras del metro.
Lo que no sabe ella es que la ciudad que le inventó para vivir no existe y que por lo tanto nunca sabrá donde vive.

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