El bosque encantado (Cuento)

Pasé por aquel pequeño pueblo en lo alto de la montaña, a más de cinco mil metros de altura, y además del clima frio hubo algo que me hizo detener.

Un bosque con árboles de verdes follajes impropio de esas alturas que aprecia abrazar las casas más alejadas de la carretera y parecía bajar por la ladera de la montaña.

Me detuve y de forma ingenua a un transeúnte le pregunté señalando el lugar:

-¿Qué es eso que se ve allá?

El hombre de unos cincuenta años, me miró entre sorprendido y confundido, demostrándome que no era común que alguien llegará a ese lugar.

-Eso es el bosque encantado. No se le ocurra entrar allí porque nunca sale.

Ahora quien quedó sorprendido por la respuesta fui yo.

En realidad pasaba por allí buscando un camino más corto para llegar a mi destino, un páramo donde nos reuniríamos un grupo de amigos para tomar fotografías que engalanarían un artículo de una prestigiosa revista de naturaleza, en el fondo aspirábamos que las mismas pudieran salir en National Geographic.

Por lo que mi cámara profesional era mi acompañante y como vaquero presto a sacar su arma, me detuve y buscando un lugar donde el zoom de ella captara lo máximo, encontré una pequeña loma desde donde realicé mis tomas.

Luego me senté en el capot del vehículo para revisarlas y me encontré con la sorpresa que el mencionado bosque que a simple vista estaba presente no aparecía en las fotos.

Recordé el nombre dado y con mi adrenalina recorriendo todo mi organismo decidí quedarme en el lugar y explorar el misterioso lugar.

Le ofrecí una buena cantidad de dinero a un lugareño para que me dejara dormir en su casa pero este no aceptó el pago pero si me alojó en ella.

En la mañana, ante las advertencias de los habitantes de la casa donde me alojé, tomé mi morral con todo lo que tenía preparado para la excursión y me fui caminando hacia el bosque.

Como un rifle de caza a la espera de una presa, mi cámara digital de última generación iba terciada en mi hombro.

Lo primero que encontré fue un puente de madera que permitía cruzar el pequeño rio.

El agua del mismo era cristalina y pequeños peces de color rosado podían verse nadar dentro en ella.

Tomé varias fotos y mientras intentaba hacer zoom para capturar la hermosura de un pez cuya piel era mitad naranja y mitad roja, algo obstruyó mi lente.

En un primer momento me pareció una libélula pero cuando logré enfocarlo bien casi caigo al rio de la sorpresa.

Era una pequeña hada, que me hizo recordar a la popular Campanita y que sin hablar podía comunicarse conmigo.

-¿Qué haces aquí?

Me froté los ojos pensando en algún tipo de efecto producido por la altura pero la pregunta seguía atormentando mi cerebro.

-Tomo fotos – respondí.

-Es imposible que lo hagas, nada de lo que está acá existe para los humanos, revisa tu cámara.

Así lo hice y ciertamente solo aparecía en ellas un suelo cubierto de hierba verde.

-Si cruzas este puente nunca regresarás.

-¿Qué hay de aquel lado?

-Nada que te interese, es nuestro hogar.

-¿El hogar de las hadas?

-Como desees llamarnos.

-¿Son buenas o malas?

-No hacemos daño a nadie, solo alimentamos la fantasía de quienes tienen un alma pura. Tu alguna vez creíste en nosotras pero contaminaste tu corazón al perder la fe.

Por un instante me transporté a la niñez y una sonrisa afloró en mi boca.

De repente tropecé, caí de espadas y mi cabeza golpeó contra una piedra.

La vista se me hizo borrosa y en la semi inconciencia busqué el hada pero ya no estaba, tampoco el puente ni el rio.

Perdí el conocimiento.

Cuando abrí los ojos estaba en la cama de la casa con mi cámara terciada en el hombro.

La revisé y solo había fotografías del cielo, la hierba y los árboles.

¿Habría sido todo un sueño?

Han pasado ya veinte años de eso y no se lo he contado a nadie, ni me he atrevido a volver a ese pueblo a buscar respuestas.