El vendedor de sueños

Soy un vendedor de sueños.

No soy el único en esta profesión. Vendemos metas, logros y objetivos. Ayudamos a la gente a fijar su mira. La mayoría de nosotros observa luego en la distancia, orgullosos de su trabajo, como nuestros clientes van escalando sus montañas.

A veces también observamos cómo esas personas que un día compraron los sueños que les ofrecimos pierden la fe. Los vemos fracasar. Los vemos caer al vacío. Vemos como son consumidos por sus miedos y sus desilusiones. Esos son días tristes para nuestra profesión.

Es por ello que yo decidí ampliar el negocio. Sí, soy un vendedor de sueños, pero también soy un prestamista de pasión.

Le entrego a la gente una meta que alcanzar. Me quedo con ellos para darles el empuje necesario para llegar a ella. Una dosis de energía, siempre necesaria. Un tú puedes, ya falta poco o incluso un te quiero. Un fuerte abrazo en un momento de crisis. Una mirada cariñosa cuando las suyas se pierden. Les regalo esa sonrisa que tanto calienta el corazón cuando el a veces gélido soplo de la vida se lleva sus propias llamas de pasión.

El negocio ha prosperado. Veo menos clientes en picada.

Para un vendedor de sueños la transacción es sencilla: aportamos su cima y nos pagan con gratitud y amor antes de marcharse a escalar. Caminan sonrientes con un profundo sentimiento de satisfacción por el producto.

Para un prestamista de pasión la historia es muy distinta: como es sabido por todos aquellos que prestamos un servicio constantemente en el tiempo, el cliente siempre se harta. Progresivamente sustituyen ese agradecimiento ante la inevitable caída de la rutina. Se vuelven adictos a nuestro servicio y al mismo tiempo lo dan por sentado. Llega el punto donde los clientes dejan de pagar.

Muchos colegas deciden suspender el negocio y marcharse a buscar otro cliente. Yo simplemente no puedo.

No puedo voltearme y empezar mi marcha, abandonando a una persona que, aunque no lo diga, siento que necesita de mis servicios. Me he cansado de ver a mis clientes caer al vacío a lo lejos, impotente. Me he cansado de ofrecer lo que puedo dar sólo temporalmente.

Estoy condenado.

Mi tienda crece día a día, llenándose de nuevos clientes que acuden a ella mientras van de paso. Incapaz de abandonarlos, trato de mantenerme agregando fervientemente nuevos soñadores a mi cartera de clientes. Pero todos terminan por acostumbrarse a mis bienes. Todos caen en la rutina.

Llegará el día en que se agote la pasión de mi corazón y se extingan los sueños en mis ojos.