La fe ya ha abandonado su cuerpo, como pronto lo hará su alma.

En los últimos años la situación solo ha empeorado. El tiránico régimen militar del “presidente” Traoré ha terminado de devastar la economía del país. Mali solo es un sumidero de desastres que espera un milagro para componerse.

El ejército de Mali busca este milagro en Burkina Faso, con quien entró en conflicto hace un par de meses por el dominio de una franja territorial con suficientes recursos en materia de hidrocarburos y minería como para resarcir los daños que tanto ha causado el dominio uniformado sobre el país.

Sin embargo, la hasta ahora infructuosa campaña militar solo ha dejado tras de sí bajas humanas y una incesante necesidad de los pocos recursos que le quedaban al país. Como una tubería rota, la guerra drena las ya vacías arcas del gobierno de Mali y es su población quien debe soportar el golpe.

A ella poco le importa lo que su gobierno hace o deja de hacer. Ya ha sido tiempo desde que dejó de importarle. Poco significa para ella el clamor de la batalla y el rugido de las detonaciones a solo 150 kilómetros de distancia, en Agacher. En su cama, en el Hospital General de Gourma Rharous, espera su turno para ser atendida.

La idea de volver a conocer la sensación del agua atravesando su rasposa garganta la hace estremecer. Le da brillo a sus ojos pensar en saborear algo más que el polvo y la mugre. Sin embargo, muy en el fondo, sabe que su tiempo se ha acabado.

Aún faltan decenas de camas por atender antes que la suya y sus fuerzas se desvanecen.

Para ella es lógico. ¿Por qué gastar el preciado alimento en una mujer que ya no tiene la vitalidad para aportarle nada al país? Lloraría, pues ve próxima su muerte, pero su cuerpo no puede hacerlo.

Sus ojos se van cerrando. Siente como se escapa su aliento. Se sabe perdida. Una silueta se asoma a su lado y ella confía en que es su Dios viniendo por ella. Alza su rostro para sonreírle pero el vacío negro donde debía encontrar los ojos del Señor la llena de terror. Se lleva sus manos a la cara y gime del más puro pánico mientras una cadavérica figura se acerca a su oído y le canta.

Exhala por última vez al son de la tonada fúnebre de la muerte.

Ven a mí, pequeña oveja danzarina,
ven a pastar en los campos más verdes.
No queda más, ofrece una sonrisa.
No llores más y abraza tu suerte.

Ven a mí, pequeña oveja danzarina,
ven a bañarte en los dulces manantiales.
No queda más, como el Sol tú brillas.
No llores más y ríete de tus males.

Ven a mí, pequeña oveja danzarina,
ven a jugar donde tus sueños no cesen.
No queda más, esta es la despedida.
No llores más y acepta tu muerte.