El Enigma de Baphomet. Novela. (80) (Gelvira enamorada)steemCreated with Sketch.

in #spanish7 years ago

24
Al día siguiente, volví a la misma hora con otros dos sacos.
Gelvira me esperaba a la puerta y vino corriendo a mi lado susurrándome cariñosa y efusiva:
—Oí las pisadas del caballo a lo lejos, por la vereda, y salí al corredor de arriba por ver si eras tú el que llegaba. Nunca había sentido algo semejante al esperar a alguien. El corazón me latía con tanta fuerza que creí ponerme mala. Y cuando te vi asomar bajo las hayas me invadió un sudor frío de los pies a la cabeza.
—¡Qué hermosa eres, amada mía! No tengo más palabras para decirte. Anoche no me dormía pensando versos para recitártelos, pero no pude recordarlos completos. Sólo los recuerdo salteados. Quiero decirte que, si me amas, renuncio a mis votos ante Dios desde ahora mismo, solemnemente, al lado del río, en medio de esta feraz naturaleza.
—¿Y nos casaremos?
—Claro que nos casaremos.
Yo tiraba del ronzal con la mano izquierda y con la derecha acariciaba su hombro. Tuve que soltarla, porque Áureo, que así se llamaba el caballo, siempre se hacía el remolón en los últimos pasos. No pude saber qué le daba miedo al cruzar la pasarela hasta la puerta del molino. Prefería vadear el agua resbalando en el verdín de los cantos redondos. Hasta que lo controlaba con el ronzal —no llevaba puesto el freno de boca—, sacudía la cabeza y abría los ojos desmesuradamente expresivos enseñándome los dientes juntos y largos. Con arrumacos, llamándole Áureo repetidas veces y con palmadas en el pescuezo logré apaciguarlo.
Seguimos abrazados, ella de lado acurrucada en mi regazo y yo con la mano derecha en su cintura, andando despacio, tirando de Áureo hasta llegar a atar el ronzal a la argolla incrustada en el muro, al lado de la puerta del molino.
Nos sentamos debajo del castaño.

.

.

—¿Dónde está el molinero? —pregunté.
—Todas las tardes reparte la harina por los pueblos y hace la ronda con la carreta para recoger granos.
Me temblaba el cuerpo al preguntarle:
—¿Lo quieres o lo has querido?
—Nunca lo he querido. ¿Cómo voy a haberlo querido obligándome a lo que me obliga? Siempre he pensado en ti cuando me prostituía, imaginando mil maneras para huir y alcanzarte.
Nos quedamos los dos pensativos y ella me miró hacia arriba.
—¿Pero estáis casados con sacramento?
—Sí, aunque yo nunca lo he querido, ni antes ni después de la ceremonia que se celebró en la Iglesia de San Esteban.Captura de pantalla 2017-10-18 a las 19.26.20.png
—¿No lo dijiste a nadie, a tus padres, a una amiga, a alguien... que no lo querías?
Gelvira cambió la expresión del rostro. Se puso triste como si recordara algo trágico.
No me cuentes —le dije—. No hace falta si te trae recuerdos ingratos.
—Yo soy hija de nadie. Yo no tuve padres. Porque mi padre fue el “Arche-diaconus” de la catedral de Astorga. Durante mucho tiempo ha sido también el “Decanus” porque el obispo no ha confiado el cargo a nadie desde que murió el anterior. Y todavía sigue ostentando los dos cargos. Y me casaron a la fuerza con este hermano suyo que es mi tío y mi marido. Mi madre murió en mi parto. Eso me dijeron después de casarme con el molinero. Yo no quería, pero no tuve más remedio. No pude negarme. ¡No sé cómo explicarte...!
Yo estaba pensando que ese matrimonio no era válido según las leyes de la Iglesia de Roma. Y le pregunté retóricamente:
—¿Tú crees que fue válido vuestro matrimonio, siendo uno de los contrayentes forzado contra su voluntad?
—El abuelo de mi abuelo fue obispo de Astorga. Unos le llamaban Nunno, otros Nunus; también hubo quien le llamó Nunnus Fernandiz. Éste tuvo una hija llamada Gelovira Núñez, mi bisabuela, que emparentó con la familia de los Osorios. Y Osorio fue mi padre el Arcediano de la catedral. A mí me llamaron como a la abuela de mi padre: Gelvira. El molino fue la dote que dio el obispado a mi marido el molinero. Se lo había cambiado por tierras de más valor al Abad de San Pedro. Te quiero a ti porque estoy segura de hacerte dichoso. Quiero a un hombre con el que siempre he soñado, como tú, no a un rufián usurero. Llévame contigo y no me digas dónde. Sácame de esta vida que me aqueja, ahora que he encontrado el amor de mi vida.
Al decirme estas palabras reclinó sus cabellos ondulados en mi regazo y cerró los ojos esperando un beso con el que sellamos nuestro matrimonio.
Los dos nos miramos; y en nuestras pupilas debía de estar dibujada la pradera del puente Valimbre en Castrillo de Halile***(nota)
A los dos nos venían los mismos recuerdos. Le pregunté:
—¿Permanecerán todavía las monedas debajo de las piedras?

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Al mirarme, esbozó una sonrisa encantadora. Contemplando la montaña, permanecimos ensimismados recordando la pradera de Valimbre
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***(nota) Castrillo de las Piedras,(Astorga) (León)

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