El Enigma de Baphomet. Novela. (17) (Seguimos con la novela)

in #spanish7 years ago

La señora, de tez fina y andares aristocráticos, no aparentaba más de cincuenta y cinco o sesenta años. Volvió al portal, y del mismo bolso extrajo un bote y una bayeta para sacar brillo al manillón de las puertas de hierros repujados y vidrieras opacas.
No pude obtener más datos, pero había conocido, en persona, a la parienta lejana del mendigo de Astorga.
Durante ese tiempo pensé varias estrategias para abordarla: ora diciéndole que soy un investigador de historia, ora diciéndole que el mendigo Gustavo Counillac me ordenó dar con ella. Pensé que sería lo más indicado porque al oír su apellido se vería muy contenta de tener noticias de un pariente lejano, pero no se me ocurría nada para evadir que era un mendigo miserable. Cuando ya estaba decidido a hablarle, me empezó a palpitar el corazón con tal fuerza, que creía que me daba un infarto. La señora se percató de que la observaba y se metió dentro del portal dejando el bolso en la acera. Yo me acerqué y le dije si no era ella Madame Denisse Counillac, y cerró la puerta dejando sólo una rendija para seguir escuchándome:

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—No tema, señora, soy español, soy investigador histórico y le traigo recuerdos de un pariente suyo del siglo XIX.
Me puse tan nervioso que trastabillé al decírselo y confundí en mi mente, azorado, al capitán Counillac con el mendigo, pero quería hablarle de la alta alcurnia del capitán y de que el mendigo era una persona excelente.
Me habían venido de repente todas las ideas acumuladas a la vez y no me respondió la lengua a lo que pensaba.
No quiso oírme y cerró la puerta gritando: “police, police, police”. En ese momento, no pasaba nadie, pero salió la gente a las ventanas y balcones y yo emprendí la cuesta abajo corriendo a todo lo que daba y no paré hasta el metro de Jussieu, donde me confundí con el gentío.
Sentado en el metro, me tiraba de los pelos por haber desperdiciado la oportunidad para prescindir de Leo; y me acordé del episodio de Martín y sus truchas que ya había transcrito de un pergamino aislado, a la vez que me reía de mi mismo por haberle dado recuerdos del abuelo de su tatarabuelo. Se me soltó la risa pensándolo y las dos señoras de enfrente dejaron de hablar y se quedaron mirándome.
Cuando llegué a casa, llamé a Leo por teléfono.

Captura de pantalla 2017-08-10 a las 9.49.06.pngEra el 20 de junio de 1983. Ya había terminado los exámenes y le dije que íbamos a iniciar una investigación dura, pero apasionante. Yo, que había empezado durante mi adolescencia a buscar los orígenes de mi apellido, ya tenía en mi poder algunos documentos, la pintura auténtica del enigmático Baphomet y una de las copias pintada también en tablas, que habían pendido de las iglesias en los castillos templarios y se habían librado de la quema. Era imprescindible que Leo siguiera la pista de la portera Denisse, para recuperar los manuscritos que faltaban.
Leo me contestó que tenía que contar con sus padres, pues, aunque superaba la mayoría de edad, no quería tomar esa decisión por su cuenta.
Cuando pasé de nuevo por Astorga, llegué al asilo a visitar a Gustavo, el mendigo del pie cortado, para decirle que en sus escritos había descubierto el enigma de Baphomet, pero que estaban incompletos y tenía que seguir investigando para publicar un libro. Y la monja me dijo apenada que hacía dos meses había muerto tranquilo.

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Leerte me llevo a mis recuerdos de la epoca del colegio ,cuando contrataban a grandes artistas de teatro para que nos presentaran fragmentos de novelas .una delicia para mi

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