El enigma de Baphomet (99)

in #sanish7 years ago

Sigamos leyendo —le dije a Gelvira—, mira:_***(Nota)
“Hacía tiempo que los Caballeros del Templo querían algo de color en su iglesia ya que la austeridad era el signo de sus ciclópeas paredes y sólo dos maderos toscos cortados a machetazos formaban la cruz que presidía el presbiterio con tres pies como los dedos de un ganso...”

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(Foto tomada de: https://es.search.yahoo.com/yhs/search?hspart=rotz&hsimp=yhs-001&type=mdru97be34db1350712e4d0c&param1=ArFaIWJoNqArQGMVF7UnBCQkQGR7B7NoN9IUFbFbMmZoN9IgB7seAT0bQGR7B7JoN9JbDSk8vFE9GqQANFdcFCk8wVU9ISk4vmo4Jmk4wVU4ICISwVRdISoUvmo9I6oVvFNdJCIXwVw3vCoVwVQ3vmISvFE3vqYUNVE3vGYYNVNdICIVvmpdISIVwV5cGWUSNFRcEqULNopcGWUIvmFbF6oVNVQ9JqYVvFJdJaYTNVM9I6k3NVM9JaYVwVw4IGYUvFRdJ6ISvmk9JCk4vFE9I6k3wVVdIqYXvFI4IWYVvmpdIGYUvmk4IGQIwV5cFGQzvmFdF6IWvmk4ISoWwV5cGWQBvmE9JCITvFI9ImIYvFQ9ImoWwV5cGWUWvmFcHWUINFM9J6ITvFE9ImIWwVA4JmILNEJcHCk8vFE9GqUXNolcEqUFNENcGmk8QGR7B6RoN9JcMaVcLWN9MapoNqAsQGMVyDIbC6MuNGwuNWEuyDM4C70gvT8oATosCaV6CaZb&param2=&param3=&param4=&p=igleisa%20del%20crucifijo

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Salí a la huerta porque Áureo relinchaba.

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Gelvira se quedó leyendo absorta. La luz del crepúsculo daba sus últimas boqueadas. Seguía otro pergamino:
“El abad Nuño aprovechó el encuentro con el Maestre Petrum, dudoso como estaba de que la ira del Temple se hubiera aplacado, para insinuarle que deseaba compensar el resultado del juicio cediéndole una de sus más antiguas pinturas de Jesucristo vivo, no muerto en la cruz, una pintura llena de vida, de verdes hojas,

Captura de pantalla 2017-11-10 a las 10.08.51.pngde fiesta, con toques de instrumentos; un Jesucristo de abundante cabello más rubio que el oro,

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y con las carnes blancas, más que el vellón de un cordero”.

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Gelvira reconocía mi sospecha y me daba voces diciendo:
—Quizás no vayas muy desencaminado al pensar en una venganza del Abad del Monasterio, porque quizá le dijera todo esto a Petrum Albitum con la intención de engañarlo:
“La túnica de color azul intenso, como el mar de Chipre, o el cielo de Castilla, atada a la cintura. El torso descubierto prediciendo la desnudez de la Cruz, despojándose de cualquier riqueza en sus vestidos. El trono celestial en el que sedía, sin embargo, chapado con láminas de oro, y que presidía, desde hacía muchos lustros, el retablo de su oratorio más íntimo dónde sólo se celebraban misas sin público. Pero de momento pensó que mejor sería consultar en capítulo con todos los capitulares. No obstante le adelantó que no había quedado conforme con la sentencia porque el Temple tenía cierta razón en sus pretensiones, con lo que el Maestre le pidió un abrazo fraterno En este tiempo cayó enfermo el Abad y ya no volvió a verse con el Maestre. Pero consultó con los frailes si darle la pintura que guardaban desde que Arias Didaz se lo había confiado en custodia para que nadie pecara y que, para cristianizarlo, lo habían interpretado y venerado como a Jesucristo en las bodas”.
Entré en el comedor en el momento en que Gelvira más absorta estaba en la lectura, de tal manera que se estremeció al oírme y saltó de la silla pálida y confusa:
—¡Qué susto me has dado!
Dejó en la mesa el pergamino que leía, cerró los ojos con la mano sobre el pecho y se refugió en mis brazos diciéndome:
—Estoy nerviosa; este molino no es mi sitio; quiero irme contigo.

***(Nota)

Año 1218.
“Hacía tiempo que los Caballeros del Templo querían algo de color en su iglesia ya que la austeridad era el signo de sus ciclópeas paredes y sólo dos maderos toscos cortados a machetazos formaban la cruz que presidía el presbiterio con tres pies como los dedos de un ganso. El taller más artístico que tenía el Temple era una forja para colar el acero de las espadas. De igual manera sus oraciones eran escuetas, sencillas, sin alardeos de ciencia teológica. “Un sólo Señor, solamente una Fe, un sólo Bautismo, un sólo Dios y Padre”. En estas máximas se resumía el contenido de su religión.
El cultivo de sus musculaturas hercúleas impedía la dedicación a lindezas exegéticas o artísticas.
No había templarios que escribieran pergaminos, ni que pintaran miniaturas ni retablos, ni que esculpieran tallando la madera.
En alguna ocasión, los monjes del monasterio benedictino de San Pedro habían observado que los templarios miraban, codiciosos, la primorosa caligrafía de sus pergaminos, las miniaturas de sus códices y sus ricas pinturas policromadas que, como una explosión de color, adornaban los artesonados de todo el monasterio. Los templarios las veían iguales o muy parecidas a las que tantas veces habían contemplado en distintos lugares de Asia, sobre todo en Capadocia”.
(Me dice Clara que revise la transcripción de este pergamino, que se aleja de una transcripción al pie de la letra, pero la dejaré así; y cuando colguemos la fotografía del pergamino en internet, que cada lector realice su propia transcripción. Creo que, a pesar de concederme alguna licencia literaria, plasmo el verdadero contenido escrito con palabras del siglo XIV).

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