El enigma de Baphomet (188)
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“...Martín de Castriello”
Cuando terminé de leer esta rismá de pergaminos, no pude por menos de llamarla, y no podía calmar el llanto desahogado por un lado y desesperado por otro al mismo tiempo. Me puse de pie en el borde de la Atalaya y no cesé de llamarla hasta que la garganta se apagó ronca: ¡Gelvira! ¡Gelvira! ¡Gel—vi— ra, de mi alma! ¡Gelvira! ¡¿Dónde te encuentras?! ¿Dónde estás? ¿Gelviraaaaaa?
La noche estaba clara y brillaba la nieve. Tuvieron que oírseme las voces desde el monasterio a pesar de lo lejos que estaba. Seguí los sabios consejos de Roderico y fui a coger tomillo, romero y otras hierbas, pero no pude; cuanto más subía más cubiertos de nieve estaban todos los arbustos.
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Descolgué mi hábito de benedictino, porque pensé que sería más seguro. Trabajo me iba a costar pero tenía que emprender la búsqueda de Gelvira y de mi hijo. ¡Pobre niño! Ya tiene dos nombres: Víctor y Alejandro, y ahora quieren ponerle Alfonso XI. Cuanto antes, tengo que bajar a Ponferrada porque por los montes no podré ni dar dos pasos; y de valle en valle comenzar un largo periplo hasta llegar a Astorga y luego a la corte a rescatar a mi hijo. Tendría que refugiarme momentáneamente en casa de Rechivaldo. No quedará más remedio. Gracias a la locura de Roderico con los números, nos hemos enterado de todo esto, porque, de no haber sido así, estando, como estaba, seguro de que ningún número 58 lo perseguía, nadie se hubiera arriesgado a tanto metiéndose en medio de la conversación de los poderosos sin que se enteraran. Roderico estaba seguro de que, al no haber ningún 58 al acecho, nadie se enteraría de que escuchaba las conversaciones secretas. Los números le dieron la confianza en sí mismo y la absoluta seguridad de que debía permanecer escuchando en el confesonario sabiendo, en su locura, que no sería descubierto, a pesar de que el riesgo y la probabilidad de ser descubierto era casi total y absoluta.
Cuando releí estos escritos de Roderico, me afiancé en lo que había pensado siempre aunque no lo tuviera escrito: si en vez de templarios hubieran sido mujeres guerreras templarias, nadie hubiera podido con ellas ni habiéndolas acusado de mayores calumnias que las nuestras. Las mujeres han sido, son y serán las que mueven la historia que escribimos los hombres en pergaminos.
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“...Martin de Castriello...”
Por la mañana, apagué el rescoldo que se amortiguaba en los restos de la hoguera. Entre el espanto de los sueños que me habían atenazado y los sobresaltos que habían interrumpido el descanso, algo me paralizaba las entrañadas, como si al respirar me faltara aire. Los pies me fallaban al descender por los peldaños de la escala bajando y subiendo para buscar agua. En días anteriores ya había notado al despertarme, cuando las brasas se dormían silenciosas sobre cenizas blancas sin el crepitar de ningún chisporroteo, que se me iba la cabeza, como si haber dormido al amor del brasero me hubiera hecho daño. Apenas había dormido de rato en rato durante la noche.
No tenía ganas de desayunar nada.
A las alforjas les abrí una escotadura en medio para vestírmelas a modo de escapulario y llevar en ellas el oro y los pergaminos míos y de Roderico.
Excelente narraciòn, muy descriptiva y hace que uno viva esos momentos tal cual lo vivieron sus protagonistas. Cuando la narraciòn es perfecta provoca seguir leyendo; ya que la imaginaciòn sale a flote y nuestro espìritu viaja a travès del tiempo.
Gracias por compartir mi estimado @jgcastrillo19
Excelente narrativa !! me gusto mucho.
Dice Miquel Desclot que a la lectura se llega por placer... Empezamos a leer por placer, y de hecho sería deseable que ese placer no nos abandonara nunca y eso fue lo que me sucedió leyendo tu post. Debo felicitarte por tu narrativa, ya que escribir es devolver al mundo a su estado original, expulsarlo hacia el territorio de lo que aún no ha sido nombrado y las palabras son lo único que tenemos a fin de cuentas… Escribir es la manera más profunda de leer la vida y quiero alentarte a que nunca dejes de hacerlo, recuerda siempre que un escritor profesional es aquel amateur que nunca se dio por vencido.