El enigma de Baphomet (182)
esta kartam sol nomne Rodericus...” (Nota *)
Tuvimos una temporada agitadísima. El monasterio parecía un hormiguero de gentes que entraban y salían a todas horas. No habíamos imaginado que el crimen había sido tan importante. Los frailes sólo nos sorprendíamos sin poder opinar nada porque nunca se había visto tal ajetreo de birretes, bonetes, púrpuras y cetros entrando y saliendo del monasterio; hasta el mismo Rey en persona estuvo unos cuantos días hospedado en el monasterio. El Abad tuvo que cederle sus estancias y vinieron a prepararlas, según sus gustos, tres doncellas y dos pajes, porque este rey parece muy caprichoso. A lo mejor, sólo lo parece porque esté enfermo. Durante los días de más afluencia, los últimos legos y algunos frailes tuvimos que desalojar el monasterio y marchar a vivir en las chozas del monte, para alojar a tanta gente en nuestras celdas.
Para contarte todos los detalles de cómo fuimos enterándonos acerca de la identidad de la asesinada no tengo pergaminos en blanco suficientes.
Sólo quiero pedirte perdón por haber cometido el error más grande de mi vida. Por eso te he rogado insistentemente que huyas por la senda de los templarios vivos antes de que sea tarde. Cometí el error por ignorancia. Entretanto, yo estaba ocultando a Gotier en el pajar, haciéndolo salir sólo por las noches para que paseara bajo las estrellas. ¿Cómo iba a pensar yo que aquel ladrón de gallinas eras tú?
El notario escribía, con furia en los dedos, todos los pormenores de mi declaración después de que dos jueces le hicieran una reverencia asintiendo que podía seguir copiando, y yo me esmeraba en recordar los más mínimos detalles para que mi colaboración fuera lo más fructífera posible.
Recordaba hasta el color de las prendas que vestías. Y todo se lo fui diciendo detalle por detalle. Lo que era inconfundible era tu cicatriz en la cara, que te vi cuando miraste para atrás, antes de saltar la tapia, queriendo comprobar que no te perseguían. Nadie conocía a un ladrón de esas características. Suponían que sería un forastero o un peregrino arrepentido de su caminar penitente, y que se hubiera vuelto loco, pues mi descripción de ti, cojo y con un brazo en cabestrillo, incitaba a pensarlo.
Que nadie lo hubiera visto por ninguna parte, más que Gotier y yo, era para mí lo más desconcertante, por eso, como era yo el único testigo, me sometieron a más y más interrogatorios, porque Gotier, claro, seguía oculto sin salir nada más que por las noches sin que lo viera nadie.
Me dejaron un poco en paz, una vez que el Abad les dijo a los jueces que yo era aficionado a los números y su relación con los movimientos astrales que, inexorablemente, llevan a los números del juego de la Oca.
Eso me salvó de más molestias.
Pero, ahora que ya lo sé todo, me siento responsable de lo que te pueda pasar y te digo y te repito que tu única salida es que renuncies voluntariamente a tu hijo, tomes la senda de los templarios vivos y te enroles en los restos de la flota templaria de los barcos del Atlántico, donde se han refugiado muchos templarios, como si fueran marineros mercantes de galeotas, barcos leños, jabeques o carabelas.
( Los templarios eran los dueños de una gran flora en el Atlántico. Foto tomada de: http://despiertaalfuturo.blogspot.com.es/2015/01/templarios-en-america.html)
Te será muy fácil identificarlos sin dar contraseña alguna, porque a todos ellos, sean del tamaño que sean, con tal de que sean veleros, les han pintado una cruz paté roja en cada vela y se distinguen perfectamente desde lejos. Y sirven también para llevar hasta tierras lejanas, donde nadie los conozca, a los pocos templarios que se han escabullido librándose de la hoguera, que se marean con el traqueteo de las naves y quieren vivir en tierra y no ser marineros, o que, por lo que sea, quieren rehacer su vida sin entrar en otra orden religiosa.
Te pido perdón una y mil veces.
No puedes imaginar mi arrepentimiento cuando recuerdo lo que yo les decía en los interrogatorios.
Estoy recordando mis palabras: “No puede haber sido otra persona. No había nadie, estaba él solo y sólo él pudo haber secuestrado al niño, o se dio cuenta de que a nadie le podía pedir cualquier rescate, cuando salió del gallinero junto con una gallina despavorida. Algo pensó el criminal asesino, algo le pasó por la cabeza y decidió, con improvisación de ladrón ruin y de bajo rango, ir a dejarlo abandonado en nuestro gallinero. Sólo él puede haber sido el asesino. Y menos mal que no le dio por matar también al niño”. Yo le porfiaba para convencerlos taxativamente. Y el notario copiaba y copiaba sin levantar los ojos del pergamino. Te delaté. Mi delación traidora ha sido igual que si hubiera firmado tu sentencia de muerte. Si no tuvieras la cicatriz podrías disfrazarte, pero así ya es imposible. ¡Hazme caso! ¡Tienes que huir cuanto antes! Ya no sólo te persiguen por ser templario sino que te persiguen por haber matado a la hija del Deán de Astorga.
Nota * “...fiz esta kartam sol nomne Rodericus...”
Estas s que encabezan las cartas de Roderico no están firmadas sino que son añadidos de alguien que en el año 1395 leyó estas cartas. Hemos descubierto en el reverso de este pergamino, la misma caligrafía, distinta de la de Roderico donde figura la fecha al lado con el mismo tipo de letra. Pero no pone “fiz” sino “ficit”. Así: “ficit esta kartam sol nomne Rodericu, Anno domini 1395”
Hermosa novela amigo, me encantan las historias de barcos y navegantes. Espero con ansias el próximo capitulo. Que dios te bendiga.
Saludos...
Gracias. Es una novela histórica sobre los tres últimos templarios del castillo-monasterio de Ponferrada (León) España.
excelente trabajo amigo, saludos y que sigan los éxitos!