El enigma de Baphomet (141) Martín llega a las ruinas de su casa y a las que fueron fincas de su padresteemCreated with Sketch.

in #spanish7 years ago (edited)

Estaba todo en su sitio con una marca de barro de dos cuartas en la parte baja de las paredes. Se habría inundado con la crecida del río Tortu. A simple vista parecía todo intacto pero los muebles vacíos y podridos habían sido invadidos de carcoma. Al merodear por los aposentos se resquebrajó el entarimado y se me hundió el pie derecho. Ya no quise subir al piso de arriba porque todas las vigas también estaban carcomidas. Entre las tablas del suelo de un dormitorio había crecido, de la nada, un nogal que sacaba las ramas entre las rejas de la ventana. La cocina estaba llena de maleza con arbustos que salían por la puerta de la despensa. Desde que murieron mis padres nadie había habitado la casa, y la familia de Gelvira, años atrás, también la había abandonado.

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Recorrí las fincas que había roturado mi padre y que, cuando murió, recibí en herencia que entregué la mitad al Temple...

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De nuevo me sentí atrapado por aquella tierra de donde tantas piedras había escogido y amontonado a la orilla del río para hacerla cultivable. Quise confundirme con ella, a pesar de tener a Gelvira ya tan cerca, pero su recuerdo me sacó de aquella sensación de desapego a la vida. Me encontré en la vereda al lado de una fila de negrillos con un campesino que venía a lo lejos.

Era Domiciano. Venía con una vara sobre los hombros y las muñecas colgando, caminando despacio y volviéndose de vez en cuando a llamar al perrito poco más grande que un gato, que se detenía husmeando los pies de los árboles y cualquier montón de brozas que encontraba. Cada cuatro o cinco árboles paraba su trotecillo nervioso, se arrimaba al tronco y levantaba la pata. ¡Qué viejo estaba Domiciano! No parecía el mismo. Me venía observando mirando alternativamente a la cara y a las dagas. Cuando íbamos a cruzarnos, bajó la mirada y se apartó como si me tuviera miedo. Una vez pasado, me volví para preguntarle por los dueños de las casas. Al oír mi voz con acento del terruño le inspiré confianza porque le hablé con palabras propias de Castrillo de Halile. Me contó lo que habían hecho los dueños y la muerte de los antiguos caseros: mi padre y mi madre.
Decía con deje cansino desgranando las sílabas:
—Martín, el hijo del casero, regaló casi toda la herencia a los templarios y ahora mira tú... Captura de pantalla 2018-02-07 a las 10.36.36.png trabajó aquí el viejo —se refería a mi padre— sacando piedras y allanando y abonando año tras años todas esas fincas al lado del río Tuerto —señalaba con la vara extendida—. El hijo, como se metió a templario, lo habrán matado, como a todos, ya sabe usted... porque, desde luego, por aquí no ha vuelto. Y mira que era querido el muchacho. Noblote como él solo. Y dicharachero. Y trabajador, que todo hay que decirlo. Era el orgullo de su padre sobre todo, que no sabía si lo tenía o si lo soñaba.
Seguí preguntándole, sólo para tirarle de la lengua:
—¿Y los dueños no venderán la casa?
—¡Uoy, Dios mío...! Es de la familia Núñez Osorio que tienen un lío de hijuelas, porque el obispo dice que es suya y los yernos de los Nuñez también la reclaman. Y además está la chica. Que yo no sé, las malas lenguas dicen que era hija del obispo, otros que del Dean y otros del Arcediano. Así que vete tú a saber...
—Con una buena oferta, quizás la vendan, con todas esas fincas —le dije para que siguiera hablando.
—No creo que lo necesiten. Son muy ricos y por aquí ya no han vuelto.
¿Usted sabe dónde podría dar con ellos?
—Hombre, pues... la chica creo que vive pal Bierzo. Por lo menos, aquí se dice que la han visto por el valle del Silencio, a los pies del castillo de Montes.
—Será el monasterio. El monasterio de los benedictinos.
—Será ... claro... Yo, es que, por allí no he ido. Muchas veces, como dice el otro, oímos campanas sin saber dónde. Yo, es lo que había oído; y mira tú por dónde, no estaba en lo cierto. Será, será el monasterio de los benedictinos de San Pedro; ahora que lo dice usted, parece que quiero recordar haberlo oído. Lo cierto es que por allí la han visto, aunque aquí, a Castrillo de las Piedras —bueno, así le llamamos aunque el cura sigue poniendo en los libros Castrello de Halile— no haya vuelto desde que se casó con el hermano de un canónigo. Lo que sí sé es que uno de los Osorios vive en un palacio en Astorga, un palacio que tiene un escudo en el dintel de la puerta. Pero no se moleste... no se moleste, que seguro que no venden.

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Nice post thanks you for sharing.

Recorriendo los pasos amigo upvote

Muy bien. Gracias.

Lindo cuento, me atrapó, Me lleno de reminiscencias, hasta creí que era yo la que estaba caminando por esas tierras. Felicidades!!

Es una novela histórica de 560 páginas. La publico por entregas para los amigos de steemit. Gracias.

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