El enigma de Baphomet (124)
—Yo también he leído los pergaminos de los autos de los condenados y ejecutados en la hoguera, donde está muy claro y sellado por los jueces, que algún templario desalmado ha tenido contacto con el diablo en sesiones secretas y nocturnas. La culpa es del Maestre por no haberlos detectado y expulsado a tiempo. Hemos de estar alerta pues Belcebú nos acecha para ofrecernos lisonjas cuando más débiles nos encuentra. Ahora tenemos que ser fuertes y hacerle frente.
No me dejaba explicarle atropellándose en el discurso.
—Déjate en paz de diablos y atiende.
Me cortaba sin dejarme hablar inmerso en su pensamiento:
—Desde la primera cruzada durante la que entró Luzbel en el cuerpo de un templario, nunca más nos ha abandonado y nos hizo potentes. Nos tentó como a Jesucristo en el monte, pero no seguimos su ejemplo de despreciarle sus promesas de poseer toda la tierra, ni abrazamos la virtud de la pobreza siguiendo su ejemplo de haber nacido en un pesebre de Belén. Caímos en la codicia de las vanidades y riquezas y llegamos a ser, por ello, los más poderosos de la tierra. Abandonamos los principios de los nueve primeros caballeros en Jerusalén “pobres soldados de Cristo”.
Por un momento observé que se le caían las cejas y aproveché su mirada puesta en mis palabras:
—Baphomet no es sino la pintura que teníamos en las capillas de todos los castillos. Déjame decirte: siempre creímos que era Jesucristo en las bodas convirtiendo el agua en vino, pero su historia es más larga:
—Vamos a la caseta de las herramientas —me dijo. Mientras llegábamos a sentarnos, se interesó, al fin, por la pintura.
No representaba a Jesucristo —comencé diciéndole—. Hubo una confusión tremenda. La pintura estaba oculta desde hacía siglos en el convento de los benedictinos de San Pedro de Montes.
Allí la había ocultado Arias Didaz
.
.
.
.
siglos antes de que existiera el Temple. Representaba a un dios pagano
que se adoraba en las bodegas de todo el reino. Cuando Arias Didaz se convirtió al cristianismo se la entregó a los frailes para que la guardaran y que nunca más la sacaran del convento. En 1218, cuando ya el Temple era potente, disputaron los benedictinos y los templarios la posesión de un valle entero. En 1235 se resuelve el pleito aparentemente y el Abad de los benedictinos, como parte de pago, le entrega al Temple la pintura pagana diciéndole que era Jesucristo en las bodas de Caná. Y los templarios mandaron hacer copias para colgar en las iglesias de todos los castillos al lado del crucifijo.
—¿Quién te ha contado esa historia? —me contestó incrédulo.
—Nadie me ha contado nada. Yo he tenido los pergaminos en mis manos.
—¿Qué pergaminos?
—El de Arias Didaz, donde dice la historia de la pintura. La colección del diario del Temple del primer juicio de 1218 con la escritura del juicio. Y los pergaminos del segundo juicio con las conclusiones de 1235, donde dice bien claro quién es Baphomet.
Se atusaba la cabellera mirando al suelo. Nos quedamos los dos en silencio. Yo me aturullé la mente, y no supe qué más decirle. Se rascaba la cabeza con fuerza. Volvió a abrir el fuego de las palabras:
—¡¿Dónde dices que están los pergaminos!?
—Algunos, al lado del monte Ararat,
.
.
donde quedó depositada el arca de Noé después del diluvio universal.
Ladeó la cabeza y miró hacia el suelo de su lado izquierdo, diciendo:
—Ya, ya.
Siguió pensando y me miró con sorna:
—Y hasta allí fueron... ¿volando?
—Los llevé yo. Bueno... Llevé sólo uno original y dos copias. Otros están en los montes de León, y otros los tiene Rechivaldo.
No pudo disimular la sonrisa:
—Pues ese nombre... es un poco raro... ¿no?
Se echó hacia atrás en el sentajo, ladeó la cabeza mirándome compasivo con la mano en la barba y los dedos en uve tapando las comisuras de los labios.
Algo le vino a la cabeza y dejó de ronseír de repente. Me miró muy serio. Pensó, de nuevo, mirando al suelo, y terminó diciéndome:
—¿No será Recht-Walter o Rechvalde igual que un templario germánico, mi compañero en la cruzada?
Yo le respondí que no me había parado nunca a pensar sobre el origen de los nombres. Rechivaldo, por parte de padre procedía de moros, aunque, en una ocasión le había oído yo decir que su madre era rubia con ojos azules. Y le conté toda la historia del Temple de Ponferrada resumidamente.
Pasaron a nuestro lado dos mujeres, una de las cuales me recordó a Gelvira por el color del cabello que le asomaba debajo de la toca,
y le dije al maestro de obras, a su vez Maestre de aquel convento templario clandestino en las obras de la Seo, que me uniría a los caballeros de Jerez, los únicos que podrían refundar el Temple cambiando de mares totalmente. Cambiando el Mare Nostrum por el Atlántico.
—En el océano Atlántico —me dijo—. Sí; mejor será que te recluyas en un castillo sin andar elucubrando tú solo por los caminos.
Terminé diciendo:
—Junto a todos nuestros barcos signados en las velas con nuestra Cruz Templaria.
Por favor coloca las fuentes de las imagenes, o aclara que son tuyas. Saludos.
Son mías. Con mi cámara de fotos. No sé cómo puedo demostrar que son mías.
Hola mehor para siempre :)
Muy bien... Muchas gracias. Seguiré
Amazing ,good im like post 😘😘😘