El enigma de Baphomet (116)

in #spanish6 years ago

En nada se parecía el recibimiento al de los benedictinos de San Pedro en los montes Aquilanos. No obstante, el fraile con hábito negruzco y larga barba nos preguntaba doctrina, pero, como si a la vez nos quisiera instruir, si Jesucristo tenía una o dos naturalezas, dándonos a entender lo que teníamos que responderle: que sólo tiene naturaleza divina; porque ya se había encontrado con otros cruzados duros de mollera caídos en la herejía de considerarlo no sólo Dios sino también hombre.
Alfa y Omega chapurreaban y chapurreaban con él, pero no supieron qué responderle, porque, a pesar de que lo entendían, no quisieron meter la pata por si acaso eran malinterpretados, y optaron por darle la razón aceptando los dogmas que él quisiera, y reconociendo, incluso, que, hasta ahora que habían encontrado la verdad, habían estado muy equivocados.
A pesar de que ellos habían tirado las capas antes de llegar al monasterio, el fraile los identificó antes que a mí como templarios, porque conservaban la cruz paté en el mango de la daga. Todavía no sabíamos si simpatizaba o no con los cruzados, porque nos desorientaba: por una parte nos acogía en el monasterio y por otra se enfurecía cuando Alfa y Omega lo contradecían. Pero se escudaban, con éxito, en que no habían entendido perfectamente el idioma. Había que proceder con cautela, y los médicos respondieron asintiendo a las preguntas retóricas que les siguió formulando, con lo que el fraile quedó satisfecho y nos dejó dormir y comer en el monasterio.
Yo envidiaba aquel don de lenguas que a mí Dios me había negado, y que a ellos les había concedido, así como a los dos apóstoles del mismo Jesucristo, San Tadeo y San Bartolomé, que llevaron la predicación a aquella tierra, como dice el Evangelio de San Marcos y el libro de los Hechos.
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Catedral de San Mateo y San Bartolomé:
Foto tomada de:
https://es.wikipedia.org/wiki/Catedral_de_San_Tadeo_y_Bartolomé

En otros momentos, terminada la última cruzada, enseñoreándome victorioso cerca de aquellos territorios, cuando había aprendido unas cuantas palabras y frases cortas y esenciales para entender lo más rudimentario en la lengua de los mahometanos, al cambiar de lugar, otra tribu o comunidad islámica me sorprendía con otras palabras distintas para decir lo mismo, como si los mahometanos hablaran distintas lenguas. En esas tierras de Babel, cada pueblo tenía su lengua propia, por lo que yo nunca podía pasar de aprender tres o cuatro palabras de cada una.
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Armenia 362.jpg

Foto propia, en las tierras de la torre de Babel, el monte Ararat.

Los frailes orto-doxos, como a sí mismos se llamaban, que quiere decir que no se han apartado del camino recto, como se apartaron los apóstoles que marcharon a evangelizar Roma, nos asignaron tres celdas en las que sólo había un camastro de palos y un jergón de pajas presididas por una cruz de doble brazo.
Como la mayor parte de los monjes permanecían todavía en las lauras en la montaña, y bajarían al monasterio cuando terminara la Cuaresma, podríamos quedarnos en sus celdas vacías para hacer oración hasta que regresaran y nosotros necesariamente tuviéramos que abandonarlas.
Me dormí, por fin, con tanta tranquilidad y seguridad de la que tanto tiempo había carecido, que el jergón crujiente y duro me parecía lecho de plumas, de tal manera que no desperté hasta la tarde siguiente en que oí gritos y ruidos de peleas. Creí oír las voces de Alfa y Omega entre el alboroto. Cuando, para salir, abrí la puerta de la celda, dos mahometanos me sorprendieron con las cimitarras en alto, ante los que me arrodillé diciendo repetidas veces: “¡la ilahu ilah Alah! ¡Alah akbar! Esto me lo entendieron perfectamente. Aflojaron los brazos y me perdonaron la vida, pero me tiraron a una mazmorra después de quitarme mi daga; al dar en el suelo desde aquella altura, creí que se me habían roto todos los huesos.
Persistían las voces, que no logré descifrar, se oían carreras con jadeos y el retumbar de zancadas en vaivenes constantes como si saltaran chasquidos de hierros: eran ruidos de lucha encarnizada.
Después de unos alaridos desgarradores se impuso un silencio abismal. Yo no podía mover la pierna izquierda y me dispuse a morir con grandes dolores por todo el cuerpo.
Al recordar a Gelvira renegué de Dios, pero no tardé en volver a la cordura del arrepentimiento, llorando como un niño y rezando el “Señor mío Jesucristo” para morir con la Gracia Divina.
Pasaba el tiempo y no sabía si era de noche o de día. Al principio sentía hambre, pero, pasados no supe cuántos días, ya no sentía nada, ni siquiera dolores en los huesos.
Llegué a preguntarme qué habría sido de los pergaminos que habían quedado metidos en el zurrón en la celda. Quizá Alfa y Omega los habrían recuperado. Llegó un momento en que le pedí a Dios que me llevara con Él cuanto antes. Llamaba con la poca voz que me quedaba a Alfa y Omega, pero seguía el silencio.

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Un capitulo mejor q el anterior te felicito

Muchas gracias. Sigo preparando página por página para mis colegas steemians

Tremenda lectura. Es muy emocionante! Amo este tipo de narrativa histórica. Gracias por compartir.


@flashfiction
Todo cuenta una historia.

Muy interesante, espero leer mucho más de ti! gracias por tu contenido!

Gracias. Seguiré hasta el final de mi libro

Muy buen post amigo, sigamos adelante !!

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