El enigma de Baphomet (108)

in #spanish7 years ago

Me caí al suelo y me contagió el llanto. Ninguno de los tres podíamos articular palabra. El otro, que era un capellán con las Sagradas Órdenes del castillo de Peñíscola,

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no cesaba de decir en sus sollozos: “...dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris et et ne nos inducas in tentationem...”.
Entrecortando las palabras le corría una lágrima entre las briznas de barro y seguía diciendo: “¿Qué pecado hemos cometido para merecer tantos sufrimientos?”.
El sol aplastante de mediodía y la tensión sufrida le hicieron caer de bruces. No recobró el sentido hasta pasado un buen rato debajo del cobertizo, adonde lo llevamos y le dimos agua.
Para librarse de la muerte se habían despojado de las armas, vestiduras y capa. Las habían cambiado por andrajos de adoberos; y las calzas de cuero brillante las habían cambiado por los pies desnudos y embarrados en la charca. Con tantas salpicaduras de barro en la cara no había quien lo conociera. Bellprat y yo habíamos luchado codo con codo en la última cruzada, antes de volver yo a Ponferrada y él a su castillo de Tortosa.
Áureo, al vernos, suspendió la posición firme de escolta vigilante, en la que había permanecido detrás de mí, y marchó lento hasta la sombra de un árbol solitario.

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Me quedé con ellos esa tarde y dormimos en la paja trillada con la que fabricaban los adobes con un molde de tablas. A mí me reservaron el mismo lecho que Rechivaldo había ocupado. Cuando terminé de contarles por qué lo perseguía, los dos, a la vez, se llevaron las manos a la cabeza.
Rechivaldo, en contra de lo que yo había pensado, tenía intención de llegar a París, pero hablando con ellos, le advirtieron que desistiera porque irremisiblemente moriría en la hoguera junto con el Gran Maestre Jacques de Molay que estaba preso, según ellos sabían, con lo que cambió el rumbo hacia Roma.
Cuando ya estaba en Puente la Reina, oyó un bando que anunciaba la búsqueda de un templario con el caballo de pintas blancas. Alguien había denunciado la sospecha —me contaban—, con lo que se dio la vuelta por la noche. El caballo se quedó echado y se le negó a seguir corriendo. Pagó una fortuna, en metálico, por una yegua negra en el mercado matutino, allí en la misma explanada de los adobes. Como Bellprat y el fraile eran albañiles que no levantaban sospecha por ser vecinos del pueblo desde hacía varios meses, Rechivaldo les regaló el caballo de las pintas blancas, que apenas se movía; y lo llevaron al pozo renqueante, doblándosele las patas, para ver si se curaba, que buena falta les hacía. Pero también oyeron el bando en Logroño y lo dejaron morir sin darle agua. Las pintas blancas, tan graciosas, se habían convertido en diabólicas. Rechivaldo no tuvo otra opción más que enrolarse con una caravana de mercaderes que iban a Barcelona.
Yo no tenía más remedio que salir a galope antes de que amaneciera, camino de Barcelona antes de que Rechivaldo se hiciese a la mar, porque, a veces, para coger un barco, había que esperar dos o tres meses, y quizá, si me apresurara suficientemente, alcanzaría a Rechivaldo antes de que embarcase.
Después de una legua andada, me detuve a leer el pergamino clavado en un letrero que decía: “Caminantes, mercaderes, hombres que amáis la justicia. Martin de Castriello, criminal irredento y peligroso, anda suelto. Denunciadlo a las autoridades”.
Cuando vi mi nombre y apellido no sabía qué hacer, si seguir adelante o volver con Gelvira. Se me metió en la cabeza que estarían torturándola y no podía soportar la imagen de Gelvira colgada de la viga, desnuda y muriendo, o violada, quién sabe... Quizá habría llegado a casa de sus primos, y se habría ocultado al oír el bando de mi búsqueda... Me invadió la angustia. ¿Estarían culpándola de haber matado al molinero? ¿Estarían culpándola de haber matado también al notario y al merino? No soportaba mi zozobra. No he sabido de dónde saqué fuerzas para seguir adelante, aunque no podía hacer otra cosa, pues mi nombre era público en todo el reino e incluso allende las altas montañas.
Tardé varias noches en llegar a Barcelona. Durante el día me ocultaba en el bosque que encontraba más cercano al camino y descansábamos.

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Demasiado interesante y una escritura pulcra y coherente.. Gracias por compartirlo. Te sigo!

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