El enigma de Baphomet (103)

in #spanish7 years ago

Qué error más grande cometí cuando, por orgullo, no oculté mi nombre. Si no encontrara a Rechivaldo tendríamos que huir a tierras lejanas donde nadie nos conociera; y abandonar el molino, toda su hacienda de Astorga, y la hacienda de mis padres a unas leguas de la suya, que también era cuantiosa.
Pero, al fin, Gelvira fue entrando en razones. Se fue convenciendo de que tenía que ausentarme temporalmente, no sólo para salvarme yo y recobrar la libertad, sino para salvar a occidente del caos y de la barbarie, porque la destrucción del Temple supondría un cambio radical de las costumbres.
A este razonamiento me respondía:
—Barbarie... mientras el hombre sea hombre y la mujer, mujer, siempre existirá, porque querrán estar unos sobre los otros y aprovecharse del trabajo ajeno. No sólo eso. Tú no podrás solucionar el problema humano. No tienes poder para erradicar la mentira porque la mentira es nuestra compañera inseparable. El problema del hombre es que tiene inteligencia para urdir una mentira sobre otra. Siempre deseamos que, lo que pensemos, lo piensen los demás; que lo acaten, pero, no sólo los de su alrededor, sino todos los seres de la tierra; y que las plantas y los animales también se rindan a sus pies y lo adoren.
—Lo peor que tenemos es la inteligencia.
—Y lo mejor.
—No hace falta la inteligencia para entender la naturaleza.
—Sólo sentirla.
—Yo pequé con una odalisca musulmana. Nunca la amé. Fue una locura pasajera, pero a ella le fascinaban los guerreros cristianos; y me lo decía: su hombre era sabio y nunca le había proporcionado satisfacción alguna. Sólo sintió el mundo, las cosas, los placeres de la vida, cuando me tuvo a su lado, cuando tuvo un guerrero bravo que le hacía sentir la tierra, el aire, el agua y el fuego que, mezclados, en el principio habían formado los astros y hasta el propio pensamiento, según decían sus paisanos más viejos de Mileto, a los que la tradición había transmitido de boca en boca los discursos de sus antiguos pensadores, los pensadores de Mikra Asia.
Quise ser tan sincero con Gelvira que comencé a contarle mis interioridades, pero nunca tendría que haberlo hecho porque se entristeció y no hubiera sido necesario.
No obstante, se interesaba por los entresijos pasados.
—Cuéntame tus pecados con la odalisca —me decía mientras salíamos de nuevo a sentarnos en el prado.
—Fueron pocos y todos perdonados. Después de transgredir el voto de castidad pedí confesión al presbítero que cayó prisionero conmigo. El moro mató a la odalisca de un tajo en el cuello, cuando nos pilló acostados. He visto morir a mucha gente pero nada me había impresionado tanto como aquellos ojos parpadeantes en un incesante aleteo de la cabeza separada del cuerpo y los pechos convulsionados y tersos a mi lado inmediatamente antes de quedar flácidos. Y a mí, sorpresivamente me perdonó la vida para llevarme preso con la intención de canjearme por diez prisioneros. Las piernas me temblaron. Fue el día que perdí la inocencia para siempre. Mi vida —pensé— únicamente tiene valor si puede ser canjeada. Pero el canje no se llevó a término porque hubo una batalla cruentísima y la ganaron mis compañeros los cruzados. Nos liberaron de la mazmorra musulmana. No cabíamos en ella. Hacinados como animales, nos trasladaron desde una mezquita que había sido iglesia cristiana, con los frescos arrancados de las paredes aunque algunos no pudieron ser arrancados y estaban desconchadas las caras bellísimas de todas las efigies o raspadas intencionadamente para ocultar la historia pasada; pero la historia no hace falta ocultarla porque no se ha dejado que exista.

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No hacen la historia los cronistas de los reyes sino nosotros, la gente. La verdadera historia es la que queda oculta sin que nadie la sepa, sólo los involucrados en ella. Por eso, ya escribiré todo lo que recuerde y me quepa en los pergaminos de los que dispongo. Obtendré pergaminos y tinta y escribiré para que no se olvide. La historia no está escrita en archivos oficiales de los monasterios ni en anales palaciegos, ni siquiera en la biblioteca del Papa en el Vaticano, sino en las casas de los campesinos, de los guerreros, de los monjes de los coros. Los abades ya no son protagonistas de la historia auténtica ya que se les reservan párrafos especiales para glorificarlos después de la muerte.

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Maravillosa escritura.

Gracias. Es una novela histórica que la estoy publicando por entregas para la comunidad de steemians

"—Lo peor que tenemos es la inteligencia.
—Y lo mejor.
—No hace falta la inteligencia para entender la naturaleza.
—Sólo sentirla.
"
Me gusto mucho esa parte, es tan cierto..! Novela que se nota interesante, supongo que esto es una continuación de anteriores capítulos??

El problema del hombre es que tiene inteligencia para urdir una mentira sobre otra.
Verdades de la vida,muy buena lectura.

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