El enigma de Baphomet (100)
Yo trataba de convencerla de que no era posible y de que volvería muy pronto con todos los pergaminos.
Se me abrían las carnes al tener que negarle su compañía pero no había más remedio. Yo estaba acostumbrado a las penurias y a las inclemencias más adversas, y a tener muy presente que cuando se inicia un viaje comienza la incertidumbre. Todo puede ocurrir. Nada es imposible.
Intenté aplacarla:
—¿Has terminado de leerlos?
—No, léelos tú conmigo
Proseguimos donde había quedado, en el pergamino de las sentencias. Y le dije:
—Roderico ha leído en la biblioteca todos los borradores que no han llegado a escribirse como relatos, sino como glosas y anotaciones, para luego tenerlas en cuenta a la hora de la redacción definitiva; y largas discusiones del Abad con sus consejeros. Me copió estos extractos:
“Nos defiende el ejército de Galicia...”_ *(Nota)
“Contamos con quinientos soldados y el Temple sólo con setenta...”
—Si, bueno... estos borradores no nos serán muy útiles. Solo valdrán para entender la vida de hace cien años —decía Gelvira—. Los templarios en ese tiempo eran malos, pero los benedictinos no se quedaban cortos.
—Solamente algunos —le recriminé—, como en todas partes. Los templarios hemos sido muy ingenuos y la ingenuidad se paga muy cara, mucho más que la osadía. Nuestro máximo pecado ha sido seguir siendo inocentes como niños sempiternos. Nos predicaron que Jesucristo nos lo exigía y lo seguimos al pie de la letra. Éramos como niños forzudos. A un niño nunca se le debe confiar una daga porque lo más seguro es que se clave con ella. Yo nunca había tenido tiempo de pensar serenamente hasta esta temporada. Ahora que lo veo desde arriba no tengo más remedio que aceptarme como un perfecto necio que no ha tenido más horizontes entre ceja y ceja que traspasar con la espada al enemigo,
por muy lejanos viajes que haya realizado y por mucho que me haya creído ser un experto conocedor del mundo.
—¿A Roderico lo vas a dejar que se pudra en el convento? —me dijo Gelvira.
—Mientras yo viaje no tiene ningún lugar más seguro. A veces trato de olvidar, para vivir más tranquilo, que es un templario perseguido a muerte. No le han afectado los nuevos cargos. Él seguirá siendo Pedro Portero. Aunque poco le queda, porque se llamará de nuevo Roderico cuando yo regrese.
También me dijo Roderico la opinión que tenían los benedictinos acerca de los templarios, resumida en este apunte de la biblioteca también de hace un siglo:
“El Maestre del Temple es rudo, es bueno, se puede confiar en él. Fanático. Sólo tiene una idea teológica en la cabeza: Jesucristo...”**(Nota)
—No obstante, tres opiniones dividieron el monasterio. Mira lo que dice aquí:***(Nota)
“Unos querían, de la misma manera que el Abad,
regalar el Baco al Temple y desentenderse de él para siempre.
Otros, apoyados en la escritura de Arias Didaz, defendían con furor que nadie podía sacarlo del edificio; a lo sumo, hacer una copia y regalársela. No faltaban quienes estaban dispuestos a declarar la guerra...”
Me dijo Gelvira:
*(Nota)
Año 1218.
“Nos defiende el ejército de Galicia, que está con nosotros”
“Contamos con quinientos soldados y el Temple sólo con setenta caballeros, pues el resto está en la Cruzada defendiendo los Santos Lugares, por lo que podemos aniquilarlos sin perder ni uno de los nuestros”.
“Reflexiona el Abad y ordena al fraile, maestro de teólogos, convencer al Maestre del Templo, con argumentos teológicos y jurídicos, para que desistieran de pensar en guerra.”
“En esto, entra un lego y dice: “Con su permiso, le comunico que espera a la puerta el templario negociador”. Lo hacen pasar y dice el templario que ni se les ocurra pensar en guerra pues aunque saben que cuentan con 500 soldados contra 70 del Temple, el Temple cuenta con 50000 (cincuenta mil) soldados propios y muchas huestes que no dudarían en arroparnos totalmente, que no sólo son los templarios de Ponferrada sino los del mundo entero”
**(Nota)
“El Maestre del Temple es rudo, es bueno, se puede confiar el él. Fanático. Sólo tiene una idea teológica en la cabeza: Jesucristo. No sabe nada más. Apenas domina la Sagrada Escritura. Será fácil convencerlo de que el retablo del Baco es el mismo Jesucristo y lo aceptará haciéndole desistir de sus pretensiones en el pleito”.
***(Nota)
Año 1218.
“Unos querían, de la misma manera que el Abad, regalar el Baco al Temple y desentenderse de él para siempre.
Otros, apoyados en la escritura de Arias Didaz, defendían con furor que nadie podía sacarlo del edificio; a lo sumo, hacer una copia y regalársela.
No faltaban quienes estaban dispuestos a declarar la guerra. Ceder —decían— supondría satisfacer la vanidad de los templarios, quienes nunca habían sido dados al arte; y eso, podría pervertirlos. Esa discusión estuvo en liza durante varios años. Algunos frailes se murieron mientras tanto. Se llegaron a atribuir las enfermedades a la rabia producida en las discusiones y hasta el asesinato del más ardoroso y entusiasta de una de las tendencias al que se le encendían los ojos cuando defendía su postura e insultaba groseramente a su adversario. Hubo momentos en que, tanto templarios como benedictinos, se creyeron todopoderosos porque dominaban, por la fuerza y por los fueros, grandes territorios con campesinos en ellos; y perdían la cabeza pecando de idolatría hacia sí mismos.
Cesaron las riñas cuando ingresaron frailes nuevos, pero surgió otro problema: Andrés Ibáñez, un rico noble campesino, había logrado preservar su hacienda. Para ser de un particular, era una hacienda grande, aunque comparada con las propiedades del monasterio o de los templarios era una hacienda moderada: prados, tierras labradas, y sin labrar, cercadas y sin cercar, con tapias de piedra y con árboles, en la parte baja del valle de Valdueza. Según sus hijuelas, venían desde que sus antepasados, anteriores a Ordoño II, las habían cultivado y habían transmitido a sus descendientes los escritos en pellejos de cordero. Los conservaba todos con primor y esmero en un baúl de roble y se los leía a todo el vecindario. El Monasterio también se la disputaba, aunque no con demasiada insistencia porque esa hacienda no era muy grande, pero cada Abad le recordaba que el monasterio tenía la escritura de cesión de todo el valle firmada y sellada por el Rey Ordoño II
Tanto le hincharon los cojones los frailes al labrador Andrés Ibáñez que, por darles en la cabeza a los frailes del monasterio, ya que no tenía descendencia, hizo un testamento para dejar sus bienes al Temple con todas las hijuelas escritas en pellejos de cordero, el primero de los cuales databa de la era 988, es decir, desde el año 950. Todos ellos escritas en latín menos los dos últimos en las que había muchas palabras bercianas”.
( Puede parecer un exabrupto o una licencia literaria como otras empleadas en la transcripción de este relato, para entenderlo perfectamente; pero esta expresión está traducida casi al pie de la letra: “curtavit placiditate”, se come la eme del acusativo, y “inflaverunt colleones”.)