El Baco. Cap. 64a
64a
El Vasco aprovechó esas horas intermedias del día, en las que, con seguridad, se pilla en el hogar a la mayoría de los españoles, para llamar a Leo y concertar una entrevista esa misma tarde, a las cinco en punto, en una céntrica cafetería. Sin pretenderlo conscientemente, lo asaltaba un constante diálogo como si en su pensamiento confluyeran tres heterónimos distintos: José Arias, Antonio Marculeta y el interlocutor que ya había irrumpido en su intelecto el día en el que había cruzado la ciudad de Astorga,
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una tarde calurosa del pasado verano, como si de un yo trascendente se tratara:
—Siempre te he dicho que no deberías utilizar a los muchachos para tus proyectos particulares —sentenció el “super ego”.
—Sólo voy a hablar con Leo —contestó Arias— para pedirle la dirección de Pablo; seguro que él la sabe.
—Si pudiera —se enfurecía gradualmente Marculeta— ahogaría a Pablo por mentiroso y por ladrón de pergaminos.
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—Cuando pasaste por Astorga, te advertí muy seriamente que no utilizaras a los muchachos. En definitiva se han reído de ti, y te has visto obligado a inmiscuirte en el más vergonzoso de los silencios sin poder revelar nada, porque tú eres el mayor cómplice del robo de los pergaminos del archivo.
—El notario hablaba de unos manuscritos en un cuaderno de un hermano de su madre, que también robó Pablo —recapacitaba su segunda persona.
—Puede ser que tengan relación con los del archivo de Astorga —apostillaba en su interior la tercera, y proseguía el abigarrado diálogo:
—Leo también participó en el robo.
—Es imposible que, si hubiera participado, la policía no lo hubiera descubierto durante el interrogatorio; aunque este chaval, como Pablo, de tonto no tiene ni un pelo. Definitivamente, los robó Pablo en solitario —afirmaba el interlocutor con voz omnipotente, sabia y misteriosa.
—Lo que tienes que averiguar es quién de los compañeros, qué catedrático, viajó a León y habló con el abuelo; mejor dicho, con el padre del notario.
—Y eso, ¿qué importancia puede tener?
—No lo sé, pero sin duda, alguna relación se esconde porque, de lo contrario, no estaría Pablo involucrado en ambos casos, tanto en el de los pergaminos como en el del cuaderno.
—También suceden casualidades en la vida.
—Yo no creo en la casualidad, todo está determinado.
—Déjate de tonterías, que parece que ya desbarras.
—No creo. No obstante, lo mejor será que andes más deprisa y no te entretengas mirando el horizonte como si buscaras a lo lejos algo en donde apoyarte.
El Vasco tenía la cabeza ensortijada por dentro, y llegó un momento en el que no sabía quién era quién en el hirviente diálogo tripartito, que cada vez más a menudo no lo dejaba vivir tranquilo. Estaba a punto de perder el conocimiento como el día de las elecciones en que según le reveló a Loli: Arias votaría a un partido, Marculeta a otro, y al final se abstuvo, siguiendo el consejo del interloculor, que decidió meter el voto en un saco. Loli llegó a preocuparse por el estado de su compañero, que así le llamaba, cuando le contó que él no votaría porque Arias pensaba distinto que Marculeta, y, en definitiva, si intentaba uno llevar a cabo la acción contraria, terminaría devolviendo la comida.
Leo y Clara por un lado, algo preocupados, y el Vasco por otro, absorto, llegaron puntuales al lugar del encuentro. La luz intensísima proyectada desde el mar calmado, inundaba la cafetería. Leo y el Vasco, café solo. Clara, un zumo de naranja.
Mientras tanto, Leo se dispuso a escucharlo al tiempo que Clara se sentaba a su lado fumando un cigarrillo:
—Quisiera comunicarme con Pablo, y para ello necesito la dirección en América. Supongo que tú la tendrás.
—Hombre —respondió Leo muy ingenuo—, te la podía haber dado por teléfono y no hubieras tenido que llegar hasta aquí.
—Así ya aprovecho, para que me cuentes, si quieres, claro, lo que verdaderamente pasó la noche de la luna.
—No se puede añadir ni un ápice a lo que ya sabes, que es todo y sólo lo que ocurrió. No me explico para qué quieres darle más vueltas, si ya se ha resuelto todo y la policía nos ha dejado en paz. Bastante inquietud me produjo durante aquellos días en los que llegué a tal punto que no me concentraba estudiando.
—Entonces, ¿por qué Pablo siguió buscando más pergaminos en la casa del padre del notario Honorino, aunque lo único que encontrara fuera un manuscrito del año 1940? También robó joyas y dinero.
—¿Tú también quieres ponerme nervioso, como los policías?
Marculeta, exteriorizando un genio agresivo que nunca se le había observado, contestó:
gran articulo felicidades
¡Excelente artículo! Muy informativo :)
Es el capítulo 64a de mi novela El Baco, finalista del premio Planeta 1993
Es una gran novela. Puedo ver por qué fue un finalista
Porque la presenté al Premio Planeta en el año 1993 y fue seleccionada entre las 14 finalistas para las decisión final en la cena de gala en el Hotel Reina Sofía de Barcelona de aquel año. Me dijeron los componentes del jurado que estuvo disputando el premio hasta el último momento con "Lituma en los Andes" del novio de Isabel Preysler, Mario Vargas Llosa. Al final, un miembro del jurado, al parecer, desempató la contienda a favor del que fue Premio Nobel, y me quedé yo con que casi se llevó el premio, pues casi fue premiada. Pero en estos casos el "casi" es lo mismo que " la nada ". . Como yo no vivo de la Literatura la publico aquí, gratis para todos los steemians. Saludos cordiales. @cryptodata
que lindo relato :)