El Baco (Cap. 61a)steemCreated with Sketch.

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(Chaikowski. «Concierto para violín y orquesta en re Mayor»)

Con el ajetreo de esos días, Honorino casi no tuvo tiempo de pararse a pensar en lo que había sucedido. La primera noche durmió poco, porque no podía quitar de su pensamiento la última conferencia con sus padres. La sortija de su madre que ahora lucía Adela, mejor hubiera sido que no hubiera aparecido en la mesilla, sino que hubiera habido que quitársela del dedo. A pesar de que Domitila ya estaba muy enferma y anciana, por lo que intentaba sacudirse toda responsabilidad de la muerte, un sentimiento de culpabilidad se acrecentaba e inundaba sus meninges. Adela observaba en Honorino que, aunque se había mostrado siempre muy racional y frío, de día en día aumentaba el rechazo de la desaparición de sus padres, que, como con reminiscencias infantiles, se negaba a aceptar; y evidenciaba ese estado de desamparo e inquietud, porque todas las noches, de dos a tres de la mañana, daba vueltas constantes en la cama y repetía palabras inconexas que hacían referencia a procesos en los que estuviera sumido, como si se tratara de un complejo de Edipo y Electra juntos. Un extraño talante ya le había comenzado a notar durante el viaje de vuelta a La Coruña. Tanto se vio influido en el subconsciente, que se dejó llevar por una obsesión que lo embargaba un poco más en cada momento: había de encontrar El Baco y devolverlo a su lugar de origen, que hubiera sido el deseo de su padre, aunque no figurara en el certificado de últimas voluntades; por lo que se decidió a buscar, con todos los medios a su alcance, el cuaderno que creía estar en poder de un catedrático de Derecho de la Facultad de Granada, y habría que encontrar los pergaminos originales para demostrar que El Baco era suyo. Se lamentaba ante sí mismo de no haber tomado más datos de su padre, pero se resignaba; y haciendo gala de su mente calculadora, decidió olvidar todo sentimiento que lo desviara de su objetivo, y ponerse a trabajar con el mismo empeño que hacía más de veinte años al estudiar los temas de la oposición a notarías. Estaba convencido de que, por más obstáculos que encontrara, lo conseguiría. Para ello, durante su ausencia por motivos personales, dejó como sustituto a un compañero de la misma ciudad y emprendió viaje, él solo, a la otra punta de España.
Más de una semana de estancia en Granada le supuso descartar cualquier implicación de los catedráticos en el interés por el retablo; y no llegaron a entender las incógnitas de Honorino cuando preguntaba por el cuaderno y lo mezclaba con un alumno de Derecho llamado Pablo. Con los Catedráticos se entrevistó uno por uno, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada.

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Llamó por teléfono a Adela, porque ya no se fiaba de la prodigiosa memoria de la que alardeaba en otros tiempos; y al decirle que en las listas del primer curso de Derecho no figuraba ningún Pablo con las características del que ellos habían conocido, le dijo su esposa que por qué no se lo había dicho antes, que ella estaba bien segura de que Pablo, durante este curso, debería estudiar COU, pues el año pasado acabó tercero; por lo que se lanzó a Málaga y recorrió, uno a uno, todos los institutos de Bachillerato, con los dos únicos datos: un chico llamado Pablo, e hijo de un piloto de Iberia.

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