Tres Veces Tres

in #cervantes6 years ago (edited)

La esperaba mientras ella se alistaba para la visita al campo con sus amigas. Planificamos pasar el fin de semana en una cabaña, con ellas y sus parejas. En realidad, no me gustaba la idea, sus amigas activistas no me caían nada bien pero como novio nuevo, no podía negarme. Acepté sin entusiasmo.

Mientras se bañaba, caminaba de un lado a otro de la salita, impaciente. Encendí el televisor, miré sus bocetos poco logrados de cuerpos desnudos sobre la mesa, esperando. Examiné los libros de su biblioteca, novelas rosa, poesía vieja. Aburrido, me tiré al sillón.

Al caer con todo mi peso, sonó un golpe seco. Me levanté de golpe, pensando que había roto el sillón, pero estaba intacto. Miré debajo y un enorme libro encuadernado en cuero apareció ante mí.



Fuente


No lo había visto cuando entré, así que debió estar oculto, pegado bajo el sillón. Lo recogí, me senté de nuevo, posé el libro en mis piernas y lo abrí. Las páginas amarillentas parecían vacías, pasé muchas hojas en blanco hasta que llegué a una donde una escritura desesperada avanzaba al ritmo de mis ojos. He acá lo que decía:

Hey tú, el que lee, ten cuidado, te contaré lo que pasó. Recuerdo estar de espaldas a la barra cuando las vi. Era un grupo de tres mujeres al otro lado del local. Resaltaban en la multitud de la fiesta, tres mujeres solas, aisladas del resto. La primera era alta, corpulenta, de senos rotundos y cabello corto purpura. Vestía chaqueta militar y pantalón jean negro, una camiseta rota apenas contenía su poca femenina humanidad.

Junto a ella, una mujer delgada miraba nerviosa a todo el mundo alrededor, no demasiado alta y de piel húmeda, cabellos rubios muy lacios amarrados en descuidado moño, vestida con una larga falda oscura y camiseta sin mangas que dejaba ver una axila sin depilar. Bebía sorbos de su vaso mientras parecía ansiar la protección de su grandota amiga, o quizá, pareja.

Pero la tercera era hermosa, de rasgos delicados y piel de porcelana. Su rostro armonioso enmarcado por el negro cabello hacia resaltar sus profundos ojos. Bailaba sinuosa, ausente, ajena de las miradas que atraía su cuerpo enfundado en algodón blanco y cuero negro. Se movía sensual, siguiendo el ritmo de la música que retumbaba en el local.



Fuente


El DJ rompió el hechizo, cambió el ritmo y ella salió de su trance, miró alrededor y se encontraron nuestras miradas. Sonreí, culpable de admirarla. Ella también sonrió. Siguió bailando. Miré a mi lado, le di un codazo a Joe y las señalé. Joe hizo lo mismo con Manny. Ambos se gritaron un par de palabras en el oído, se rieron y negaron con la cabeza. Estaba solo.

Me volví a la barra y pedí cervezas. Las levante por encima del gentío y me interné en la maraña. Entre roces y empujones avancé por la pista de baile, buscándola. Bailaba. Estaba un par de metros cuando, como si alguien le avisara, notó mi llegada. Me miró a los ojos, extendí la mano, ofreciéndole la cerveza, la tomó agradecida sin dejar de bailar, tentadora.

Bailamos, ajenos a todo excepto nosotros. Poco a poco la multitud y el deseo empujaron juntos nuestros cuerpos. Siguiendo la música, bailamos lento, para ir acelerando poco a poco a ritmos desenfrenados, para luego parar y reanudar el ascenso. Fue natural, predestinado. Sin darme cuenta, nuestros labios se tocaban, nuestras lenguas se buscaban y nuestros cuerpos, se encontraban.

Paró la música, nos separamos, nos miramos, me sonrió y sin decir nada, se alejó. Quedé pasmado, sin saber qué hacer. Esperé un momento, ajeno a las miradas. Me resigné, frustrado, encogí los hombros y caminé de vuelta a la barra.

Bebimos cerveza tras cerveza. No hubo suerte esa noche y nos retiramos. Caminábamos mareados, un poco borrachos, cuando salimos del local.

Joe sacó un porro, lo encendió, pasándoselo tras un par de profundas caladas a Manny. Me lo pasó, lo rechacé. Ya les había contado, pero con el ruido dudaba que me hubieran escuchado, así que empecé de nuevo.

—Lo juro, sin decir una palabra ya estábamos bailando, poco a poco nos fuimos acercando y ahí estaba yo, metiéndole mano a esa belleza, besándola y ella besándome, ya me tenía mal, era como si esa mujer fuera un imán, como si no pudiera dejar de bailar con ella y así, sin más, después de tantos besos y manoseadas se va, dejándome, sin decir nada—. Les contaba, exagerando un poco mi suerte, y mala suerte.

—Bah, Nick, no te crees eso ni tú mismo, vi como ibas con las cervezas, como le dabas una y te ponías a bailar, tenías que verte ahí bailando, solo, como un striper con sobrepeso, mientras ella te miraba riéndose— dijo Joe, Manny asentía divertido, dándole la razón, continuó casi ahogado por la risa— Tenías que verla, se bebió la cerveza riéndose y se fue, dejándote ahí, bailando solo.

—Sí, tenías que verte bailando, parecías el gordito de la película vieja esa, la de unos obreros que aprenden a bailar para hacer un show de striptease. The Full Monty o algo así. ¿Donde aprendiste a bailar así?, ¿no tendrás puesto uno de esos interiores que dejan el culo al aire?—decía Manny desternillándose de la risa.

—No me jodan, que no les miento, además, ¿de qué se ríen?, ustedes se pasaron toda la noche ahí mirando como estúpidos, por lo menos yo bailé con ella—. Dije, ya molesto ante la burla— Es más, no sé por qué no vinieron, eran tres.

—¿Qué?, ¿estás loco?, ¿es que no las viste? Ok, perfecto, la tuya estaba buenísima, ¿pero no viste a las otras?, una parecía un cuarto bate y la otra miraba sospechosa a todo el mundo. Si me les acerco, la grandota me golpea y si le hablo, la otra grita: ¡Violador!—.Dijo Joe, con toda la razón.

—Pero tenían que apoyarme, es su deber… A ver Manny, ¿cuántas veces no hemos tenido que sacrificarnos por el equipo?, ¿recuerdas cuando te tocó con la negrita?

—Sí, ¿qué se puede hacer? Uno se sacrifica por la causa, pero esa negrita me gustaba, era más negra que mi alma pero, ¡Dios que trasero! Su culo era como dos bombones de chocolate negro gemelos, firmes, redondos, sublimes. Y el contraste —se interrumpió un momento para reír— era divertido, su culo negro como la noche rebotando y… —. Decía Manny mientras hacía gestos bastante elocuentes con sus manos.

El frio de la noche y la conversación me habían despejado un poco la borrachera y así que me decidí.

—Muchachos, me devuelvo —Dije— si quieren vienen o se van, pero yo, me devuelvo.

—Oye, yo paso, estoy borracho y mañana trabajo—. Dijo Manny.

—Yo me voy también, Nick, deberías venir que andas muy borracho—. Ahora fue Joe quién desertó.

No les hice caso. Caminé de vuelta al local, pasé un par de cuadras oscuras distraído, dispuesto a internarme de nuevo en el gentío apenas llegara para encontrarla.

No fue necesario, estaba en la puerta, con un cigarrillo apagado en la mano. Me acerqué y sonrió. Encendí su cigarrillo. —Así que acá estas—. Me dijo con una sonrisa traviesa en su cara, aspiró una calada y continuó—Pensé que te habías ido, mis amigas se fueron y me quedé solita.

—Ya me había ido, pero regresé esperando encontrarte— dije, ya lanzado.

—Jajajaja –divertida, rió traviesa— ¿Qué te hace pensar que quería que me encontraras? —me dijo retadora.

No contesté, no tenía nada que decir. Me encogí de hombros sin dejar de mirarle, ansiando sus labios. Un momento después se acercó y me besó, al principio suave, se separó un instante, me miró con sus ojos de obsidiana y volvió a besarme, esta vez, ardiente.

Continuamos unidos en apasionado beso, la abracé fuerte, mis manos se posaron en sus caderas, vagaron sobre el cuero de su pantalón, empezaron a subir. Me detuvo, sujetando mis manos antes de llegar a sus senos, se separó y murmuró:

—Acá no—. Tomó mi mano, guiándome.

Caminamos, trastabillando entre besos y manoseos. Riendo, ebrios de deseo. Pasamos por un portal y subimos unas escaleras. Entramos en un caótico departamento.

La desvestí en el acto, besando desesperado su cuerpo. Impúdica, desnuda, se sentó en una cama desordenada entre risas mientras yo admiraba embobado su cuerpo. Me acerqué y al fin nos encontramos, fue breve, un vuelo descontrolado, un descenso al infinito mientras me perdía en sus ojos entrecerrados.

Reímos, fumamos. Compartimos un cigarrillo con miembros entrelazados. Su mano apagó el cigarrillo en un cenicero junto a la cama y bajó, ansiosa. Me tomó entre sus dedos risueños mientras su boca buscaba la mía. Me mordió el labio, apreté su pezón, se separó de mi boca y bajó. Mordió mi tetilla, contuve un quejido. Suspiré.

Me separé, la acosté. Besé sus labios, lamí su cuello, bajé por su pecho trazando caminos a sus senos, una vez allí, dibujé cientos de círculos concéntricos. Me demoré un momento en su ombligo, para seguir bajando luego, guiado por sus suspiros. Me detuve ahí; pronto, la presión de sus manos sobre mi cabeza cedió y sus caderas se agitaron compulsivas. Sin más, entré de nuevo, siguiendo el vaivén de sus caderas, ahora aceleradas, ahora lentas, experimentamos juntos la pequeña muerte, para renacer puros, perfectos. Terminé feliz pero agotado, me dormí a su lado.

Aún era de noche cuando desperté. El cuartucho antes oscuro, ahora estaba con cientos de velas iluminado. Intenté incorporarme pero mis piernas y brazos estaban amarrados. La cama ahora estaba en medio de la habitación, a mis pies, de pie, ella, hermosa, desnuda. Aunque no las podía ver, dos voces femeninas salmodiaban algo ininteligible a mi espalda.

El piso antes cubierto de ropa ahora mostraba su superficie de madera pulida, pintada con patrones hechos de tiza. En una esquina, un pebetero humeaba un vapor denso, dulzón, que inundaba la estancia. Miré al techo para descubrir un espejo, en él, me miré desnudo, amarrado y pintarrajeado de rojo con mil arabescos. Intenté gritar, no pude.

Apoyados en la pared más lejana, amarrados, amordazados y con ojos desencajados por el miedo, Manny y Joe forcejeaban. Calló la salmodia. Escuché los suaves pasos justo antes de que aparecieran en mi campo visual. Ambas desnudas, armadas de dagas, las otras dos mujeres avanzaban, implacables, hacia mis amigos indefensos.

Llegaron al mismo tiempo, coordinadas. Sostuvieron sus cabezas con la siniestra y mientras se miraban una a otra embelesadas, sus diestras con un movimiento hábil, los degollaron. Acto seguido, se inclinaron hasta mis amigos. Ansiosas y agarradas de las manos, mamaron de las heridas mientras ellos morían. Los vi irse, horrorizado.

Terminaron. Se acercaron las tres, se besaron. Luego, ella se separó y se acercó a mí, me retorcí en mis ataduras pero era imposible huir de su contacto. Se encaramó sobre mí, me acarició sinuosa, frotó su cuerpo en mi regazo. El miedo me tenía congelado, intentó romper mi renuencia con sus labios. Miré mi horror en el techo reflejado.

Frustrada, se sentó a horcadas sobre mí, sus senos esplendidos acariciando mi pecho, acercó su boca a mi oreja, tentadora, lamió y me mordió el lóbulo. Sopló suave en mi oreja, su aliento cálido me acarició, murmuró:

—¿Alguna vez has escuchado tres veces tres? Solo falta uno, vamos sacrificio mío, sé tú el tres. Noté horrorizado como, obediente a su voluntad, mi deseo me traicionaba.

Cerré el libro, asustado. Noté que el tiempo había pasado volando, la tarde luminosa dio paso a una fría noche. Levanté la mirada, mirando alrededor. De pronto, sin haberla notado, sentí su presencia mirando por encima de mi hombro, su aliento acaricio mi oreja:

—Oh, veo que conociste a Nick, espero puedan ser grandes amigos—. Dijo.

Intenté gritar pero no pude, la puerta se abrió, entraron sus amigas, ella lamió mi lóbulo, su mano bajó y contra mi voluntad, mi deseo reaccionó.



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