Yo veo lo que nadie ve, donde vivo no llega la luz del día. Miro caer las semillas de las flores, desprenden perfumes sublimes hechos de oxigeno, de sol, de aguas evaporadas; sus olores cuentan una historia de matices que muchos en mi mundo nunca han soñado en conocer.

Veo el germen brillante y blanco de los frutales, crecen como gigantes de fuerzas poderosas que desplazan, a una velocidad plasmante, y con una potencia arrolladora, toda sustancia que les impida el mandato de su naturaleza.

Transcurro en un mundo donde soy casi un gigante (al lado de otros de similar tamaño al mío: alacranes, escorpiones, arañas, escarabajos, cucarachas, termitas, bachacos...) comparado con los otros millones vidas, minúsculas, microscópicas, que viven en los habitáculos formados entre los granos de la tierra.

Los seres subterráneos tenemos un sentido del olfato muy desarrollado. En ocasiones recurro a él, desesperadamente, cuando algún agricultor toca mi mundo y me expone al brillantísimo sol, dejándome ciego.

En esas ocasiones me consuelo con el dulzor que brota de las manos de los niños humanos cuando juegan conmigo paseándome entre sus dedos, mientras me aterro con el recuerdo de las gallinas, pues soy una lombriz de tierra.

Esta narración va dirigida a participar en la interesante iniciativa de @acropolis, con la que incentiva lo imaginativo.

Si quiere escribir para este atractivo concurso mire las bases visitando esta página

Me despido, agradeciendo su lectura.

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