Excelencia

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Caminando hacia casa, ensimismado en sus pensamientos, trataba de pisar sobre las huellas que tenía delante. Era una de las tantas manías que tenía. Según el tamaño de la huella, le gustaba imaginar el tipo de persona que había pasado por exactamente el mismo lugar.

Tenía predilección por las huellas pequeñas, huellas de mujer. Pasos cortos, caminos cruzados en el espacio, pero no en el tiempo.

Horas antes, detrás de la barra, con mirada perdida y desenfocada, secaba unos vasos; ya no quedaba casi gente en el bar. Un cliente vestido con traje y gabardina beige aún mojada, miraba su vaso y lo balanceaba suavemente, casi con mimo. El sonido de los hielos al golpearse era lo único que se escuchaba en ese ambiente tranquilo.

– ¿Mujeres o trabajo?

– Mmm, pues la verdad es que un poco de las dos cosas.

– Supongo que estará casado, veo que de vez en cuando, se acaricia ese anillo que lleva puesto.

– Sí que lo estoy sí pero no sé que pasará de aquí a poco tiempo. Llevo un tiempo hablando mucho con una compañera del trabajo y la verdad es que siento muchas cosas por ella y aunque aún no hemos hecho nada no se me va de la cabeza. Llevo catorce años con mi mujer, no sé que hacer. Siento que no estoy siendo sincero conmigo mismo, con mi vida. Hubiera preferido acostarme una noche de borrachera con alguna y pedirle perdón a mi mujer, esperando su perdón. Esto me está matando.

– Y supongo que no le habrás contado nada a tu mujer acerca de como te sientes, ¿no?

– No, no sé qué hacer la verdad. Mi mujer es muy buena persona, me quiere muchísimo y siempre me ha apoyado en todo. No se merece que le haga daño. Pero no sé, a veces pienso que hay que ser egoísta y seguir al corazón...

Al acabar la frase se acercó la copa a la boca, mojándose los labios por un instante y mientras levantaba la cabeza levemente para tragar, la luz de la lampara que iluminaba una máquina antigua para elegir música donde sonaba Chet Baker, le hizo cerrar los ojos.

Al cerrar los ojos varias imágenes se le vinieron a la cabeza.

En una de ellas, su mujer estaba leyendo un libro en el sofá, con las gafas puestas, iluminada por una pequeña y vieja lámpara, regalo de bodas. Al verle entrar en casa, levantaba la cabeza y le miraba. Su sonrisa era puro amor.

Acto seguido, otra imagen. Pasando al lado del escritorio de su compañera de trabajo y tras una mirada cómplice, ella de pie en su apartamento. Se la imaginó besándole en el cuello mientras pasaba su mano por la espalda. No se imaginó una escena sexual, no se trataba de eso. Era algo mucho más profundo...

Al abrir los ojos, el camarero le estaba mirando.

– Perdona, me sabe mal pero vamos a ir cerrando el bar, que ya va siendo tarde.

– Claro, habrá que irse para casa ya. Otro día me paso por aquí más temprano, la verdad es que se está muy a gusto aquí. Música tranquila y me encanta como lo habéis decorado.

– Por aquí estaremos..

Ya de vuelta a casa y mientras las escenas de su cabeza seguían teniendo dos protagonistas diferentes se fijó en el suelo mojado. Alguien acababa de pasar por el mismo sitio. Las huellas, pequeñas.

Casi involuntariamente acortó el paso y comenzó a caminar. Un paso, una huella, otro paso, otra huella.

Caminos cruzados en el espacio, pero no en el tiempo.

Fuente imagen 1 piaxabay