Empezaba una nueva etapa de nuestras vidas donde dejábamos de ser una pareja joven que tenía 2 años de noviazgos, para contraer el compromiso de ser esposos. Éramos muy jóvenes ambos, teníamos apenas 20 años, con muchas expectativas e incluso un poco de miedo, por esa nueva vida que juntos emprenderíamos. Entre ilusiones y amor nuevas cosas empezamos a descubrir juntos, nuestros verdaderos gustos, forma de ser, hábitos para dormir, comer y un sinfín de cosas que nos definían como personas. 

Al transcurrir apenas 6 meses de nuestro matrimonio, nos toca nuevamente experimentar una nueva etapa que marcaría para siempre nuestra convivencia, nuestro primer milagro, la noticia de mi primer embarazo, y aunque esta noticia al principio nos dio mucha alegría, no teníamos la menor idea como esto cambiaria nuestras vidas. Ambos trabajamos y teníamos un ritmo de vida agitados. Empezó la evolución de aquel embarazo, y con él lo acompaño una lista grande de malestares que llegaron a agobiarnos a un extremo inimaginable. Desde niña mi salud nunca fue buena y eso tampoco ayudo.

Desde el día que mi prueba de embarazo dio positivo, se desataron en mi organismo muchos cambios bruscos, me toco vomitar todos los días, de mañana, tarde y noche, hasta el último día de mi embarazo. Mi paladar colapso, a tal punto que no lograba poder saborear los alimentos, todo era amargo y desagradable. Mis ataques de asma se hicieron constantes y severos, en ocasiones recibía atención media hasta 3 veces por día; sufría de desmayos y mi boca permanecía llena de agua lo cual me impedía hasta hablar, y así entre malestares que mucho de ellos no menciono, mi sonrisa se fue borrando de mi rostro y la amargura invadió mi vida. Las personas que conocían de mi alegría, se sorprendían de mi cambio de actitud tan drástico.

Era tan notable aquellas horas de angustias, que mi relación empezó a deteriorarse, no soportaba la presencia de mi esposo y en momentos sentía que lo odiaba, nos distanciamos y nos convertimos en dos extraños, todo para mí se puso gris; faltaba mucho al trabajo y cuando lograba asistir mi rendimiento era limitado. Recuerdo que en ocasiones mis compañeros les tocaba correr conmigo para recibir asistencia médica, todo eso me avergonzaba y en una oportunidad me reuní con mi jefe inmediato porque estaba dispuesta a renunciar, asumía que no merecía ser parte de esa empresa por mis constantes reposos, sin embargo, ella me hizo desistir. Me explico con tanto cariño que no era mi culpa y que la ley del trabajo me protegía. 

No podía creer como un embarazo que debía ser motivo de alegría traería tantas espinas en esos largos y eternos nueve meses, añoraba tanto poder volver ser aquella persona que solía alegrar los momentos compartidos, llegue incluso a desconocer quién era; entre consultas, desesperación, lograba consolarme por momentos con popeyos que mi esposo compraba en grandes cantidades y metía en nuestra nevera, también solía escuchar música instrumental de Richard Cleyderman, eso nos relajaba a mi bebe y a mí. Debo reconocer que como pareja no estábamos preparados para afrontar tales circunstancias y por la premura de la llega de nuestro primer hijo, nos asaltó el miedo a eso que bruscamente nos tocó vivir.

Mi parto se adelantó y aunque no presente dolor mi fuente se rompió muy temprano en la mañana, un día 16 de febrero del año 1994, y por mi inexperiencia tome el resto de ese día para mandar a arreglar mis uñas, secar mi cabello y preparar todo lo que necesitaba. Fui atendida por emergencia a las 7:00 pm donde se me practico una cesárea de emergencia porque tanto mi hijo y yo corríamos peligro de muerte, estábamos en manos de dios y de los doctores. La doctora que practicaría la cesárea, la cual estuve en control en todo mi embarazo, asumió la responsabilidad del ingreso a la clínica, ya que requería de una carta aval por parte del seguro, pero en mi situación no había tiempo que perder. Siempre estaré agradecida por esa acción  su ética la comprometió a salvar nuestras vidas y para ella eso era lo más importante.

Finalmente nació mi hijo Jonathan Marcano, un niño de 4,5 kg y de 52 cm, fue el momento más feliz que pude experimentar después de haber recorrido aquel camino lleno de espinas que no estaba preparada para transitar, verlo me devolvió la alegría y en ese momento supe que todo lo que había pasado, valió la pena, aunque ambos fuimos sometidos a tratamientos especiales debido a un infección por la ausencia del líquido amniótico, todo fue pasando de manera satisfactoria, en mi caso fui dada de alta dos días antes que mi bebe, pues el requería de mucho más tratamientos y cuidados especiales. 

En una oportunidad me toco visitarlo al retén y observe como era inyectado en sus pequeñas piernitas, a pensar de inocencia y corta edad, el luchaba por vivir, y juntos logramos salir vencedores, lo que inicio como espinas termino siendo una hermosa rosa que pronto florecería. 

Esta primera parte de la trología tiene como reflexión, que aunque pasemos por momentos difíciles, la vida siempre nos recompensara, en mi caso el tener a mi hijo en mis brazos, devolvió en mí y mi esposo la oportunidad de un nuevo comienzo, donde el seria el punto de unión, la primera rosa de las tantas por nacer.