Aguas diáfanas

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Aún recuerdo ese extraño barquero, cualquiera que lo pudiera mirar con atención se daría cuenta que es un hombre común, con unas costumbres común, y con una vida común. Pero solo percibimos lo común de ese barquero si lo observamos con desgano así como si miráramos nuestros días.

Tengo en mi memoria el como era ese barquero, era un hombre bajo, con una espalda un poco doblada por el trabajo forzoso de empujar la barca todos los días de una orilla a la otra. Su rostro era lúgubre, pero al mismo tiempo bienaventurado; Se podía distinguir en la manera como hablaba y como observaba a las personas que poseía algo más que todos los que estaban allí aún no habían alcanzado. Era una especia de objetividad espiritual que se ven en muy pocos hombres. Dentro de la barca lo vi andar, pude darme cuenta de que su caminar era lento, como si el viento tuviera mucho más fuerza que él.

A decir verdad al principio no me pareció una persona de fiar, pero cuando se me quedó observando sentí como si leyera mis pensamientos, pero el barquero me tranquilizó cuando sonrió medianamente.

Llegó hasta la orilla del río, y se quedó observando la corriente de aquel río como si le hablara y él obedeciera, al quitarle la atención miró donde yo estaba, diciendo ¿Quiénes son los que van a la otra orilla del río? - Las personas que estaban a mi alrededor dieron paso apresurado para montarse en la barca, yo también me alisté, sentándome al lado donde el barquero estaría.

El hombre sacó un remo largo y de madera desgastado con el tiempo, se notaba que tenía bajo relieve sus manos marcadas. El hombre a mitad de camino no le había quitado la vista al río, yo quería observar lo que él observaba pero no le veía sentido. De pronto el hombre sin mediar palabra alguna dijo:

El tiempo pasa como las corrientes de agua de este maravilloso río, sus aguas diáfanas me hablan, porque no existe mayor sabio que la naturaleza, es la naturaleza la que le da vida al hombre, no es el hombre quién da vida a la naturaleza creer esto es erróneo. Dirán ustedes el barquero está loco, pero es mejor que me consideren loco por saber escuchar la sabiduría de este río.
Muchos son los hombres que tienen experiencia con la naturaleza y proclaman: ¡Esto es un milagro! ¡Esto es un milagro! - Hombres pusilánimes los denomino yo, porque la naturaleza no es un milagro, ella en sí misma es asombrosa. Cuando cada persona presta atención a la naturaleza se dará cuenta de lo que digo, son muchos los que hoy van corriendo por la vida, perdiendo de todos los momentos formidables que ella trae, la vida se hizo para contemplarla con asombro.
Mis palabras no son de otro plano; porque si fuera de otro no podría tocar su corazones, cierren sus ojos por unos momentos y sientan como el río susurra la mayor de las sabiduría en sus oídos, porqué así como estás aguas diáfanas me hablan a mi, también quiere ser oída por ustedes. ¿Acaso se les ha olvidado que el hijo de Dios fue bautizado en las aguas? ¿O qué el sublime Buda dio sus mayores enseñanzas tomando el agua como ejemplo? - La sabiduría está llena de simplicidad
Yo puedo recitar palabras, y ustedes dirán ¡Todas las palabras se las lleva el viento! Pero eso es tan inverosímil. Las palabras se quedan guardadas en nuestro corazón, pero como siempre andamos en contra reloj las olvidamos de manera volitiva; yo hoy declaro que soy como el viento donde arrojo palabras para que las personas sientan la necesidad de observar sus vidas con atención plena

El hombre se cayó, solo para decir al final ¡Hemos llegado a su destino momentáneo! - Pronto conocerán la sabiduría de las aguas diáfanas

Ese día me bajé de la barca, y cuando hice mi regreso no vi más al hombre, a los días volví y tampoco estaba, fue como el mismo dijo un viento, que se quedó grabado en mi alma por sus palabras tan precisas. Y escribo estás líneas en mi cuaderno de rayas con lápiz de grafito a la orilla de él mismo río que una vez me llevó sobre él este barquero, y aún pasado el tiempo, se siguen manteniendo las aguas con la misma luz y su cristalina.

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