Farewell to the machine

El asfalto caminó bajo sus pies. Despegándose de uno, luego del otro mientras volvía al primero. Pero él estaba fijo. Estaba determinantemente fijo, inmóvil, lanzado a esa existencia que hervía a su alrededor conduciéndole inexorablemente. Así que llegó a él el lugar de su destino y le arroyó con una fuerza que apenas logró conmoverle o despertarle. Volteó a ver alrededor y se resignó a la escena rindiendo su atención de nuevo. Su atención coagulada en el devenir del ovillo de su conciencia casi vuelta inconciencia; no tenía más remedio que adormecerse. Levantó el dedo índice izquierdo a la altura de su rostro y lo observó con mucha intriga; como desconociéndose. En un momento de lucidez inesperada vio cómo giraba algo alrededor de su dedo, que hacía de eje. Algo como un engranaje compuesto de los elementos que conformaban su identidad: cosas, recuerdos, emociones, lugares, autodefiniciones en función de otras personas, su cuerpo y los hilos atados a éste. En tales momentos de lucidez se le ocurría soltar el engranaje de su identidad pero le daba miedo ser una mota de polvo en esa megamáquina. Pero junto al miedo iba su curiosidad: le atraía la idea de ser una mota de polvo que nada tenía que aportar al funcionamiento de los mecanismos circundantes, ser algo sobrante. Atraído por esa existencia superflua, como atrae un abismo al suicida, por el simple hecho de rebelarse y probar la libertad. La silueta del miedo al contraste de la curiosidad por la libertad demarcaba la dialéctica de sus antagonismos. Volverse desechable y obsoleto para la productividad era una tentación, una venganza tras tantos años perdidos. Decidió por fin soltar su engranaje y se fue, a la vez que fue dejado atrás. La máquina siguió su curso en el desierto de la prosperidad emporialista, mientras el protagonista, ahora libre, se posó sobre el borde de un instante como un polen estéril de una planta transgénica cayendo sobre la osamenta fosilizada de un campesino desplazado. Al ver esto otros engranajes, por entre los resquicios de la máquina fueron cayendo en lagunas de lucidez cediendo o más bien dejando de ceder fueron cortando sus hilos. De este modo a la gran máquina se le fueron soltando los ejes y pivotes; terminales y bornes, componente a componente, se fueron desoldando y sus soportes se fueron aflojando. Iba dejando la máquina un rastro de piezas sueltas, auto-obsolescentes, pero libres, tras de sí. Finalmente colapsó y al no poder contener más su capricho cinemático derramó de sus tanques más profundos el río de la vitalidad absorbida tras incontables años que fue succionando de sus piezas humanas ...

Rescato un viejo texto de mi antiguo blog para dejar su rastro en la blockchain.
CC 4.0 BY-NC