"Concurso Cervantes: 7ª Entrega" VIRGEN DE LOS POBRES

Foto by Sebastiao Salgado (Obtenida del blogspot El ojo acromático)

Hay algo fetal en esa vejez reconcentrada en sí misma. Principio y fin. Y entre ambos, en medio, pasa la vida. Esa vida que para algunos pasa con toda su crudeza. Por eso esa mujer que parece ya más escultura que carne se asemeja a una Virgen pobre. Madona de los miserables. Incluso la túnica parece que tiene los pliegues de madera.
Con la cabeza entre las manos de dedos largos y delgados parece pensar.
Si Rodin hubiese empleado la gubia para moldear a la abuela de su Pensador quizá la habría esculpido así.
Esa mujer despojada de todo ornamento parece haber sido pobre toda la vida, pero no parece sufrir por esa desnudez de no tener. Más bien recordar que un día se sintió inmortal por tener juventud, aunque no tuviese nada más que eso. Duele mucho.

Aún a riesgo de que resulte naif, a uno le gusta imaginar que a su alrededor corretea su nieto y, al mirarla en esa postura, el niño quizá bromearía con ella diciéndole que se va a parecer a ET en la foto que le ha hecho ese señor tan importante (ese Salgado que atrapa con toda su ruda hermosura cualquier vestigio de existencia sutil o brutal en este planeta). Prefiero imaginar esa sonrisa entre nieto y abuela que atreverme a hurgar en su sufrimiento antiguo, en su gesto insondable y cansado.

En aquel cuento de Borges los inmortales no eran elegantes y cultos seres que encajasen la eternidad con grandeza, sino unos hombres con apariencia de neandertales que vagaban entregados a su propio abandono en una cueva. Casi nada importa demasiado cuando se llega a la vejez de verdad, al infinito cansancio de las horas, a la estación término, bien sea por edad, accidente, desgana, enfermedad…

O por desnutrición (como parece que envejeció prematuramente esta mujer que esperaba en un hospital de Mali, uno de esos hospitales de pobres y para pobres, cuando la congeló por un instante con su cámara Sebastiao Salgado).

Ajena a quien la enfoca. Apenas piel y hueso que espera, aunque ya nada espere de la vida. Ojalá que, en algún momento de su existencia inadvertida, la de quienes nacen condenados al anonimato de ser apenas un estorbo para la vista en la abundancia cotidiana de quienes lo consumen todo, esta pobre mujer pobre creyese con moderada ilusión que el futuro la trataría bien. O, al menos, que nunca serviría su dolorido ensimismamiento, tan anciana antes de tiempo en la sala de espera de un hospital, como modelo para un concurso literario.

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