Silbido | Cuento de terror

Me encantaba caminar en un pequeño pedazo de bosque que colindaba con mi casa. Siempre fue un lugar extrañamente tranquilo, como si me llamara. Ahí, encontraba paz conmigo mismo, cosa que en ninguna otra parte podía obtener. El trayecto era siempre igual: caminaba dos kilómetros en línea recta, giraba a la derecha y cruzaba un pequeño arroyo, subía una colina y llegaba a un prado extenso, donde corría unos 40 minutos y regresaba a casa. Esa era mi rutina por al menos, tres veces a la semana.

Conforme los meses pasaron, las caminatas me hacían sentir mejor y tenía muchas más ganas de estar en el bosque; decidí llevar mi desayuno al prado. Hice la caminata y el ejercicio correspondiente. Después del desayuno, me levanté, pero una parte de mí dijo: <<¿Por qué no nos quedamos otro rato? Total, no hay pendientes para hoy; además, tengo mucho sueño>>. Noté un cansancio extremo y decidí, recargarme en un árbol y tomar una pequeña siesta.

Desperté y mi reloj marcaba las 12 del día: había dormido unas tres horas. Me levanté y recogí la basura del desayuno: era momento de regresar. Mientras bajaba la colina, la misma voz me dijo: <<¿Por qué no tomamos una ruta distinta? Seguro podremos encontrar cosas increíbles>>. Levanté la mirada y observé el bosque: altos pinos y todo el suelo cubierto por sus hojas. En lugar de girar de vuelta a casa una vez cruzado el arroyo, decidí seguir derecho. El bosque, mientras más caminaba, más me atrapaba. Empecé a silbar: primero lo hice despacio y con poca fuerza, pero mientras más caminaba, mi silbido retumbaba por todo el bosque. Y caminaba y silbaba… y caminaba y silbaba.

Llegué a una pequeña cueva, cuya profundidad era casi nula, pues desde la entrada se podía ver su final. Cuando me di cuenta de que, quizás, me había desviado mucho del camino, decidí volver; di media vuelta y entonces sucedió: el silbido siguió. El mismo silbido que yo había estado haciendo, seguía sonando. Me asusté demasiado y comencé a correr, pero el silbido seguía y seguía y seguía. Sentía el cuerpo más cansado y mis piernas ya no reaccionaban. Caí. El silbido seguía y comencé a arrastrarme.

Mi voz interna dijo: <<¿Por qué no te rindes? Igual, estás en mis dominios. No puedes escapar>>.
Mis fuerzas desaparecieron, como si aquella voz le hubiese ordenado a mi cuerpo detener toda acción innecesaria.

Quedé acostado junto al arroyo, viendo las copas de los pinos que tanto me gustaban. Sonreí… y el silbido siguió… y el silbido siguió.

-Dann Axkaná

Fuente

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