Este no es un texto para desenmarañar lo que posiblemente subyazca detrás de medidas y recomendaciones mundiales. No. Nada de eso. Ni siquiera sé cuál es el camino que lleva este texto, como tampoco sé de qué manera se va a decantar todo este problema del coronavirus.

Intento por todos los medios no angustiarme con todo esto y no caer en la paranoia, que promueven esos canales televisivos que no hablan de otra cosa, y obligan a apagar o cambiar de canal, esto último para garantizar nuestra salud mental.

En mi vida usé una cantidad de implementos creados por el hombre para garantizarnos bienestar: paraguas, lentes, ganchos para recoger el cabello, cintillos, cosméticos, parches, curas, relojes, entre otros, pero nunca, un tapabocas. Vi personas con ellos en hospitales y en algún momento en la calle y comprendí que tenían alguna afección respiratoria y debían cuidarse.

Hoy me toca usarlo, por mi salud y la de otros. De manera artesanal mi hija mayor se puso a hacerlos y nos dotó de unos cómodos y vistosos implementos. Me lo coloqué, bastante amplio, me cubre desde la orilla de los ojos hasta más abajo del mentón, y no pude evitar evocar a aquellos peleadores de lucha libre, que veía mi papá en la televisión con tanto entusiasmo. Dan calor en el rostro, dicen que el virus no aguanta los 27 grados y aquí la temperatura ambiente rebasa los 37 con suma facilidad, pudiendo llegar a los cuarenta y nosotros muertos de risa. Son realmente incómodos y dificultan un poco la conversación a quienes no dejamos de hablar por mucho tiempo.

No me había fijado que el hombre que atiende la bodega tiene los ojos color amarillo ocre, al parecer, lo menos que detallo en las personas extrañas es esta parte del rostro, solo hago un paneo general sin detenerme, pero quienes son cercanos sí que me gusta mirarlos, pero este es otro tema. Ahora mirarnos a los ojos es casi obligatorio, es lo primero que mostramos y lo primero que vemos, hablar con los ojos se vuelve una necesidad: qué bueno que entre tantos males la conjuntivitis se ha ido de paseo.

Este uso de tapabocas es, para algunos, motivo de pavería, se toman fotos y las suben a las redes, y asumen distintas poses; para las chicas el problema sería, que la mueca o rictus que hacen cuando se toman una fotografía, no es visible, por lo que el selfie pierde esa “espontaneidad social” tan generalizada. A corto plazo debe surgir una práctica nueva que suplante ese gesto: quizá cerrar un ojo y dejar el otro abierto, cerrarlo los dos, el tradicional guiño, o un batir de pestañas, no sé.

Recuerdo hace muchos años, que quien lucía un reloj de pulsera llevaba la mano levantada para que los demás se dieran cuenta, esa acción se volvía un chiste y había quien imitaba la pose, lo que me lleva a preguntarme: ¿de qué manera puede ostentarse este implemento, dada las raíces culturales que han imperado hasta ahora?. Ya aparecen, por ejemplo, los que tildan de ridículos a quienes los usan y sofocados se los ponen en la cabeza, en el cuello y hasta los llevan de pulsera. Al ser un artículo de reciente uso general no hay una especificación clara de la forma correcta de uso, pero también están los que discriminan por el tipo de elaboración. Aquí lo más razonable es usarlos y no caer en la estadística.

Como nota curiosa, me comentan dos personas, cuyas diligencias les obligan a caminar las calles, que la gente cuando los ve con el tapaboca se les aparta, el otro puede venir también con el suyo puesto, pero igual decide alejarse.

Acostumbrarnos a esta indumentaria podría ser positivo para que en el futuro quien tenga una gripe normal decida ponérselo y cuidar así a los demás de un contagio. También sería beneficioso que se aprendiera a evitar el apretujamiento en las colas y que cada quien mantuviera la distancia adecuada cuando le toque.