La lucidez es un desierto donde la felicidad no es un espejismo

La lucidez en los hombres funciona igual que la toxoplasmosis en los múridos; estos últimos, luego de que el toxoplasma, parásito vitriólico para los patrones conductuales, ha sulfurado el organismo con sus toxinas y, persistentemente penetrado en las ramificaciones intercelulares; pierden el miedo natural, el miedo conductual, frente a los felinos. Los ratones avanzan frontalmente pero, a pesar de que la infección parasitaria los ha desembarazado, no se cumple el fenómeno psicológico de la transposición del miedo y se dan de bruces con garras y colmillos tan afilados como un bisturí. Así es el lúcido, salvaguardando su concepto, pues, sólo es análoga a la infección en los cambios estructurales de comportamiento en los ratones, mas no con su estructura patológica, a pesar de que el lúcido, oprimido por los sinsabores de la falsía casual, sea categóricamente individuado como roedor de las tinieblas. La lucidez se instala, pero no como las infecciones o las inoculaciones que utiliza la CIA o —Este ejemplo me gusta— las enajenaciones alucinatorias de cualquier ideología de visos totalitarios.

La lucidez es estar doblemente despierto; para los que sufren de insomnio, triplemente despiertos. Pero, además, tiene apariencia colmilluda y rabiosa; un lúcido es la individuación humana de “Cujo”, el San Bernard rabioso de Stephen King. Pareciera que todo lo quiere morder, despedazar, destriparlo todo y mostrar las vísceras tal cual son. La perennidad del desencanto. Trocar la falsía almibarada de la vida, de la hermosa apariencia, de la divina careta por la verdad, la realidad en sí misma, la fea pesadumbre que es esencia de todo y todos. Una guerra eterna contra el embrujo, el hermosísimo ilusionismo donde la careta es el único as sobre la cara. La lucidez es eternamente belicosa en el comatoso mundo de la paz de las apariencias. Por eso es mal vista. Por eso es preciso talar su árbol genealógico ¡el pesimismo y el escepticismo! Desaparecer de las faz de la tierra ese macizo roble, incinerar toda fibra celulosa de sus capas, hacerla leña, hacerla efímera con las llamas al fuego. Y es el único crimen que las autoridades medioambientales no protestan ni luchan por detener tal genocidio.

La lucidez o cualquiera de sus familiares, como el pesimismo y el escepticismo, a diferencia de lo que suele pensarse, no son carniceros, a pesar de que pareciera que todo lo quieren destripar. No. Mucho menos son el imaginario de “entidades” que, en su estructuración conceptual, tienen el germen Saturniano, el vicio del antropofagismo. Tampoco son antivida, antiamor, antinatura, antiestupidez, entre otros. Todo lo contrario. Son la significación de la vida del desprecio por el proselitismo burdo que gana adeptos embotados por nigérrimas fuerzas alucinatorias. Son la significación del amor de la ataraxia por la ausencia de pérfidas imágenes vacías de realidad. Son la significación de la naturaleza de las cosas meridianamente reveladas. Son la significación de la intrepidez del despertar por intentar irradiarse por medio acendrados pensamientos. Son, en resumidas cuentas, un caleidoscopio de diferentes menguas; a saber, de pasiones, fiebres, ilusiones, sueños, mentiras…

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fuente

Emil Cioran, aquél que despreció la prestidigitación de los espejismos del espíritu, en uno de sus tantos aforismos, expresó lo siguiente:

”La lucidez es el único vicio que hace al hombre libre: libre en un desierto.”

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La lucidez y cualquiera de sus parientes no son para cualquiera. Solamente para aquellos hombres que son felices por haberse liberado de la simulada y mediocre felicidad.